Carlos Planck
Salvador Moreno: la mexicanidad nunca perdida

Hace unos días falleció en la ciudad de México Salvador Moreno, un mexicano con perfil renacentista. Fue músico y musicólogo, escritor e historiador de arte, pintor espléndido, promotor incansable de objetivos culturales y sobre todo un ser humano excepcional, cálido y sensible.

Salvador Moreno vivió casi cuarenta años, la mitad de su vida ejemplar y riquísima, en Barcelona a donde llegó en sus años de juventud con el propósito de estudiar piano con el afamado maestro catalán Tartafull. La hermosa ciudad condal lo eclipsó con su intensa vida cultural y se inició así un idilio maravilloso que sólo terminaría con su muerte.

Conocí a Salvador Moreno al llegar a Barcelona como cónsul de México en 1983 y compartí con él momentos inolvidables que me permitieron aquilatar sus cualidades intelectuales y humanas. Me sorprendió gratamente, desde el principio de nuestra amistad, el apego a su mexicanidad que nunca olvidó y de la cual sentía un profundo orgullo. Jamás perdió su acento mexicano en un ámbito donde se habla profusamente el catalán y el castellano, que en España tiene un tono tan diferente al nuestro.

Siempre tuvo presente a México en su pensamiento y en su laboriosa tarea cultural. El merecido reconocimiento que suscitó en los círculos culturales de Barcelona, lo llevaron a ser el único miembro de número extranjero de la Academia de Arte de San Jordi. Mantuvo por largos años una relación muy estrecha con ilustres intelectuales españoles del exilio. Fue amigo muy cercano, entre otros, de Luis Cernuda y de Ramón Gaya, y cultivó una gran amistad con la extraordinaria soprano catalana Victoria de los Angeles, quien cantó, en un sentido homenaje a Salvador Moreno, en el Palacio de Bellas Artes y en la Sala Nezahualcóyotl sus hermosas canciones en náhualt.

Su única opera: Severino, fue estrenada en el famoso Liceo de Barcelona y en ella debutó en ese prestigiado y hermoso teatro que se incendió lamentablemente hace unos años: Plácido Domingo. Salvador vivía en lo que él llamaba "el mejor piso de Barcelona" que era un ático o último piso de un edificio en la zona de la Barceloneta aledaña al puerto. Era, en realidad, un departamento pequeño y modesto que tenía un encanto singular que era tener la vista por un lado de la imponente ciudad y por el otro el mar mediterráneo.

Permanecerán siempre en mi recuerdo y en el de mi esposa Beatriz, las tardes hermosas de aquellos domingos que compartimos con él y con Juan Alberca conversando de México y de España y, por supuesto, de su Cataluña que tanto amó y que lo acogió con cariño y respeto a su trabajo intelectual. Recuerdo que en alguna de esas cálidas tertulias Salvador nos decía: "Ya ven cómo lo más hermoso de la vida es gratis".

Salvador Moreno decidió que sus cenizas fueran llevadas a San Juan de las Abadesas, un hermosísimo poblado en el pirineo catalán, en el que nació Jaime Nunó, el autor de la música de nuestro himno nacional. Salvador fue el precursor de una relación entrañable entre San Juan y México que dio lugar al surgimiento de un espíritu mexicanista inigualable en esa población que conserva y ha convertido, gracias al tesonero impulso de su alcalde Josep Bassaganya y Boch, la casa natal de Nunó en un centro cultural que está por inaugurarse y que fomentará las relaciones culturales entre Cataluña y México.

Salvador Moreno se ha ido y pienso al escribir estas remembranzas que estos mexicanos y sus obras son los verdaderos ejemplos para nuestra juventud y no los ídolos de barro y oropel que las cadenas de televisión nos han querido presentar en estos días.