El descubrimiento in fraganti de la manipulación mediática podría tener un indeseable efecto encubridor si no se acompaña de un examen más riguroso del clima moral y cultural que hace creíbles los más inquietantes disparates. Tal indagatoria tendría que llevarnos, más allá de las denuncias instantáneas, a una reflexión serena en torno al papel de los medios en la sociedad moderna, pero sobre todo en las muy concretas circunstancias mexicanas y, en especial, a la dimensión política de su uso.
La idea de que éstos son siempre y bajo cualquier circunstancia todopoderosos obnubila el debate sobre el lugar que han de ocupar en una sociedad más equilibrada y democrática, pero también nubla la densidad de los problemas que están en el fondo de nuestra situación. No es posible dejar de lado el sustrato de ansiedad, incertidumbre y desesperación que agobia a una inmensa mayoría de ciudadanos antes de verse sometidos al influjo de los comunicadores de masas.
En cierta forma el debate en torno al derecho a la información está atrapado en la búsqueda de una solución a ésta y otras paradojas similares que, en rigor, no pueden resolverse únicamente a través de controles o medidas jurídicas que resultan indispensables, sino que dependen de la maduración cívica, vale decir, cultural, educativa en el sentido profundo, de la población en su conjunto.
Es un razonable lugar común oponerse al inmenso poder de los medios sobre la conciencia de la gente, pero se discute menos por qué amplios sectores están dispuestos a dar por buenas las afirmaciones más elementales o irracionales transmitidas a contrapelo del buen sentido, los llamados a la tolerancia o el impulso democrático que alienta, dicen, la vida política contemporánea. ƑO tendremos que admitir que las demostraciones de histeria colectiva, son "buenas" o "malas" según se trate de la visita del Papa, de la irrupción de Salinas o el linchamiento de Cárdenas?
Cualquier productor televisivo sabe que el rating de una emisión depende en buena medida de los mensajes que refuerzan actitudes y creencias previamente establecidas en la audiencia, lo cual, a su vez, contribuye a crear la ilusión de que los medios no inventan la realidad pues se limitan a ofrecer al público lo que éste quiere, adaptando los mensajes al nivel de los consumidores. Sin embargo, un publicista cualquiera podría explicar de qué manera esas preferencias por determinados productos pueden cambiarse con una manipulación adecuada hasta crear una demanda uniforme donde se pide lo que el anunciante exige. El resultado lamentable es que el gusto así formado deviene un híbrido en el que participan tanto las necesidades y las carencias del público como la oferta empobrecedora difundida a través de los medios. Pero hay casos donde estas capacidades manipuladoras del gusto pueden tener consecuencias nefastas. La adaptación de la política a la lógica de los medios, que ahora está tan de moda, significa casi siempre una reducción de las tareas propias de la política a la mercadotecnia que decide qué hacer conforme a los sagrados criterios del "entendimiento", en una palabra, concederle todo el poder a los medios. Es casi imposible no advertir que los publicistas tienden a convertirse en los verdaderos, cuando no en los únicos ideólogos de partidos y candidatos, considerados a su vez como simples "productos" comercializables a través de auténticas campañas de promoción. A los medios, que por definición son entidades de lucro (que sin embargo tienen responsabilidades públicas), no les interesa la ciudadanía, que es un concepto jurídico o político, sino la audiencia que es el público medible a partir del rating, un concepto directamente vinculado a la mercadotecnia. ƑQué le interesa a los partidos en este punto?
Los efectos de este maridaje entre política y mercadotecnia pueden ser desastrosos, como lo revela la campaña del señor Montiel en el estado de México y su leit motiv: la lucha contra las ratas. ƑNo tendrá alguna idea en la cabeza el señor candidato? Habrá que preguntárselo a su publicista.