n Jazz de Primer Mundo en el Metropólitan


Patitucci hizo bailar el viento con la exquisitez de su música

n Entró por la puerta durante su debut solista en México

Pablo Espinosa n El corazón de un contrabajo. El tren de Coltrane. Una odalisca. Flores, muchas flores. Swing, bossa, funk, un beat del alma. Durante un par de horas el tiempo se detuvo la noche del miércoles en el teatro Metropólitan: ocurrió uno de los mejores conciertos de jazz en mucho tiempo. Al frente de un cuarteto neoyorquino, el maestrísimo John Patitucci hizo bailar el viento con una música de exquisitez suprema.

Conocido de la melomanía jazzística local como el hombre fuerte de Chick Corea, es decir el responsable de tantísimos placeres en muchos de los buenos discos de Corea, es decir el bajista de Chick Corea, maese Patitucci ha pasado a la vanguardia desde hace un lustro como un solista de primerísimo nivel. Títulos como Hearth of the bass (El corazón de un contrabajo), On the corner (En la esquina), Sketchbook (Cuaderno de apuntes), John Patitucci, y el más reciente (como su nombre lo indica, je): Now, conforman discografía digna de uno de los mejores hombres del jazz de aquí y de ahora.

Su primera presentación mexicana al frente de su grupo propio (había tocado aquí, en el Auditorio Nacional, en ocasiones anteriores como parte del conjunto de Chick Corea) la hizo por la puerta grande: una multitud de conocedores, un conglomerado de melómanos, un ejército de oídos ávidos de buen jazz recibió una lluvia de caricias anteanoche.

Ocho piezas ocho durante un par de horas, una guitarra, una batería, un set de alientos y los contrabajos acústico y eléctrico de Su Eminencia Patitucci se unen ahora a los elementos enlistados en el párrafo inicial de esta nota y que constituyeron una noche de jazz de antología.

El espíritu de John Coltrane

Desglosemos: el corazón de un contrabajo es el que latió, beat del alma, durante esos gloriosos 120 minutos en los cuales el butaquerío entero parecía convertido en vagón de tren, el ferrocarril de Coltrane, pues el espíritu de este músico permeó por entero la velada. La odalisca era dado, en especial al melómano ermitaño, verla si uno cerraba los ojos en el momento en el que el bajo acústico de Patitucci filosofaba y el clarinete y los tambores delicados entonaban un himno órfico nacido en pleno Medio Oriente. Ah, qué gran música la que hizo maese Patitucci para júbilo de todos.

Además del espíritu libérrimo de la música de John Coltrane, su tocayo Patitucci eslabonó piezas de McCoy Tyner y, por supuesto, de su autoría, tanto del disco nuevo, Now, como de otros anteriores con particularidades entrañables: un espíritu infantil rondó los ánimos, la constatación de la cual está en los títulos de dos de las composiciones ejecutadas por el Cuarteto Patitucci, o bien su origen: la una titulada Grace, la otra escrita en el momento en que nació Grace, que así se llama, Gracia, la bebita de 11 meses de maese Patitucci. Una dedicatoria enfatizó don Pati (diminutivo de Patitucci): la pieza Searching Peace, de McCoy Tyner, la ejecutó don Patitucci con soberbio bajo eléctrico de seis cuerdas cual cítara celeste y la dedicó para paliar el sufrimiento por el fuerte y feo sismo ocurrido el martes 15. ''Es una bendición -dijo luego el bajista, refiriéndose a su cuarteto- contar con músicos de calidad tan grande, eso me permite intentar poner en música sentimientos y emociones".

Sensatez y sentimientos. La alternancia del bajo acústico y el eléctrico en las digitaciones magistrales de don Pat, la recurrencia de los diversos saxos (tenor, contralto, soprano) en Chris Potter, la batería maestra de Adam Nussbaum y el guitarreo modoso de Jay Isolina completaron tal escena: el cuarteto de John Patitucci. Lo que resultó verdaderamente trascendente de tal conjunción instrumental fue el trabajo realizado entre el baterista y Patitucci, un abalorio de maravillas que es también una rareza, pues lo más usual son los diálogos entre bajo y piano (el ejemplo más reciente y más glorioso: el bajo de Israel López, el sobrino de Cachao, y el piano de don Rubén González) y no entre tambores y cuerdas de un bajo acústico. En especial la mano izquierda del buen Adam encontró momentos de alucinamiento en llamados y respuesta hallados en el bajeo altísimo del gran Pat, en especial cuando sonó una pieza de Su Divinidad don John Coltrane: Giant Steps. Cielo santo, cuánta maravilla.

Una música coquillage: si uno pusiera el oído izquierdo en la espalda de esa mujer que canta que es el bajo acústico de John Patitucci, escucharía el mar, que atraviesa hasta salir por el oído derecho para caer, ese sonido, en los tambores de la batería que en ese momento es activada con escobillas que recogen flores, que es en lo que se han convertido todos los sonidos encontrados esta noche de jazz de Primer Mundo.