No hay capítulo en la política que no encuentre fecundas experiencias históricas que lo expliquen satisfactoriamente. La reciente visita de Carlos Salinas de Gortari a su familia, que causó mucha agitación a nivel público, obliga a reflexionar sobre la extinción del poder político de un presidente de la República que ya no lo es.
Traigamos a cuenta algunos ejemplos demostrativos. Una vez que triunfó el Plan de Casa Mata (1823), Santa Anna hizo interesantes evaluaciones sobre lo sucedido. Agustín de Iturbide cayó porque, al hacerse emperador, perdió el apoyo que le otorgaron los millonarios hispanos y los círculos mestizos que seguían a Vicente Guerrero; sólo quedaron a su lado grupos criollos más débiles que fuertes por no estar enraizados en los huertos de las altas castas peninsulares. La crisis quitó el tapete de los millonarios al Primer Imperio y lo tendió a los pies de los militares de Casa Mata, asentados en las acaudaladas aristocracias de Veracruz y ciudad de México, así como en las persistentes guerrillas sureñas. La conclusión salta a la vista por sí misma. El poder político sin el poder económico no es poder político; para que el poder público sea verdadero en su papel de poder imponer, se requiere del sustento que le otorgan las clases económicamente dominantes, al apercibirse éstas apoyadas por las decisiones y los actos políticos. Así fue la enseñanza que recibió Lucas Alamán de Santa Anna, en 1853. Ni siquiera el poder político como poder militar podría sobrevivir sin contar con la influencia de las clases decentes y pudientes. La realidad confirmó la regla. Los hombres de Ayutla hicieron huir al hacendado de Manga de Clavo (1855), y Porfirio Díaz escapó a Francia porque el levantamiento de 1910 lo dejó sin los apuntalamientos del círculo de inversionistas extranjeros y sus asociados locales; los viejos hacendados del Plan de Tuxtepec no tenían energías para defender a la dictadura.
La Revolución y su proyecto de salvación nacional se han visto casi abrogados por la constante asociación de los señores del dinero y los jefes políticos; en los últimos dieciocho lustros, éstos, por caminos similares, lograron armonizar el poder político con proyectos de acrecentamiento del poder económico. En tal marco se miran con claridad las causas de la derrota de Zapata y Villa, de la agonía de la sociedad civil en 1929, y de los fracasos populares, con poquísimas excepciones, que llenan el escenario de nuestros días. Cárdenas perdió en 1988 no sólo por el dedazo que otorgó el presidente De la Madrid al priísta Salinas de Gortari, sino porque éste recibió con fuerza decisiva el favor de los sectores foráneos y nacionales de mayor peso en el juego económico; y el fenómeno volvió a repetirse en las elecciones de 1994. ¿Cómo modelar en esta hipótesis las excepciones perredistas de 1997? La oposición ganó la jefatura del DF y numerosas curules del Congreso, porque en la balanza del poder político estos éxitos no pusieron en peligro inmediato los mecanismos fundamentales de la acumulación del capital en los círculos dominantes, según lo prueba la marcha de la vida pública en el último trienio.
La luz de la historia es tan clara como la luz del sol. En México, el poder político sobrevive gracias a la gravitación que cotidianamente recibe del poder económico; y este hecho fundamental acredita que los ex presidentes -no importa la cuantía de su riqueza personal o de los nexos de esta riqueza con otras riquezas- no tienen poder político, porque el poder económico, por razones existenciales, está en el lado de quien lo garantiza y reproduce. La nueva y poderosa elite económica que en la administración anterior se formó con motivo de la privatización del enorme patrimonio estatal y gubernamental, y de otras operaciones que alcanzaron significación internacional, no es distinta a cualesquiera otras elites de la historia: le es absolutamente indispensable el apoyo de su gemelo, el poder político, que por ahora ejerce de manera concreta y cotidiana un gobierno distinto al que concluyó en diciembre del tambaleante 1994. Esa elite económica y la actual no necesitan a nadie sin poder político. A buen entendedor pocas palabras, ¿o son necesarias más?