La Jornada viernes 18 de junio de 1999

Carlos Monsiváis
La sociedad diversa y sus enemigos

Antes de los avances de la diversidad (entendida ésta como el derecho a ser distinto sin el castigo de represiones, ostracismo, negación de derechos, campañas de odio, movilizaciones policiacas, expulsiones de la Identidad Nacional, etcétera), ha sido devastador en México, y en buena medida lo sigue siendo, el rechazo beligerante de otras maneras de ver y ejercer el mundo. Las consecuencias del afán de uniformidad han sido el tributo más costoso al tradicionalismo, el autoritarismo, y el capitalismo salvaje. Así no viole ley alguna, el diferente, a lo largo del siglo XX, se ha sentido extraño, anómalo y, lo quiera o no, culpable, e impulsado a canalizar su culpa por el aislamiento, el sectarismo, la frivolidad, la indiferencia política o el odio de sí y sus semejantes.

La uniformización, la búsqueda de lo homogéneo, erigen barreras de exclusión que son también patíbulos anímicos, y en este orden de cosas la carga del desprecio, el choteo, la burla, el hostigamiento laboral, el linchamiento moral y el físico, repercuten inevitablemente en el disidente o el heterodoxo al convertirse en sensaciones calcinantes de acoso y malestar. La proclama de validez de la norma única del haz de reflejos condicionados (es tal vez exagerado llamarlo ``pensamiento único'') no sólo anula derechos humanos y civiles; también, provoca angustia y temor orgánicos. El ejercicio de la intolerancia (del racismo, de la misoginia desde el poder, del clasismo, del sexismo, de la catolicidad como obligación de todo buen mexicano, de la homofobia) ha generado en la sociedad las cuotas dramáticas de hipocresía, rencor a lo que por no ser lo suyo no entiende, autocomplacencia y crueldad.

A la certidumbre del altísimo costo de la intolerancia, añadimos otra convicción, que determina este breve encuentro sobre temas y problemas de la sociedad diversa: lo amplio y lo irreversible de los cambios democráticos en los años recientes. Lo que no podía decir su nombre: el amor o la filiación religiosa o la posición radical o la exigencia de derechos culturales o las demandas justas de las minorías, ya en uso de sus derechos constitucionales se identifica a plena luz del día o en las penumbras desafiantes. Las razones éticas crean los espacios; la existencia de los espacios nuevos vivifica a la diversidad.

El título de las dos sesiones, homenaje mínimo al clásico de Karl Popper, obliga a problematizar y describir. ¿Vivimos en efecto en una sociedad diversa? ¿Autorizan los hechos positivos a calificar positivamente a una sociedad? ¿Es el mero reconocimiento de la diversidad un logro democrático? ¿Hay, además de la derecha militante, enemigos localizados, y serían estos la inercia gubernamental, el fondo intolerante de la sociedad, el sectarismo de las minorías diversas, el individualismo frenético de la sociedad de masas? ¿Cómo distinguir entre derechos morales y derechos jurídicos?

Si se tomara la molestia de razonar los presupuestos de su actitud, la derecha opondría a la sociedad diversa una tesis extravagante: no sólo cuentan las leyes, sino ante todo, la moralidad consuetudinaria, el jusnaturalismo en su versión Ripalda. De acuerdo a sus argumentos subterráneos, todo lo que contradiga la moralidad que profesan (por lo demás ya no la moral convencional), es abominable y es suprimible. Por eso obligan a retirar del mercado La última tentación de Cristo; por eso un nuncio papal califica a las ``sectas'' de moscas extirpables de un manazo; por eso el gobernador de Guanajuato, Vicente Fox, declama su impresión: los homosexuales son compadecibles porque no alcanzan el rango de plena humanidad; por eso se ha declarado hasta la saciedad que los indígenas de Chiapas están manipulados; por eso Arturo Montiel, candidato del PRI al gobierno del estado de México, usa de lema de campaña: ``Los derechos humanos son para los humanos, no para las ratas'', con lo cual no queda claro si es simplemente un adorador de la banalidad más aterradora (¿Creerá de veras que existen los derechos roedores?), o es una versión giratoria de la nueva Constitución de la República al estipular quiénes son humanos y quiénes ratas; por eso, el Episcopado católico no pronuncia palabra (nunca lo ha hecho) en contra de los linchamientos físicos tan frecuentes en México, ni en contra de la persecución religiosa ni en contra de los crímenes del odio. Lo suyo es de altos vuelos: oponerse no nada más a la despenalización del aborto, sino a cualquier mención del tema (``De eso no se habla''), rechazar el uso de los condones (``Que se quemen en el infierno de látex), lanzar marejadas de calumnias contra la disidencia religiosa, considerar a los indígenas incapaces de elaboración teológica. Este es su lema durante dos siglos: ``Si varías, mientes''. Sólo la unanimidad es verdadera, así sea tan inarticulada y contradictoria la formulación de la unanimidad. ``Si te unificas al extremo, sólo le encuentras sentido a memorizar la repetición''.

El debate en estos dos días buscará explorar algunos aspectos de las amenazas para la diversidad. De entrada, reconocemos una limitación obligada: el propósito inicial es describir, y serán mínimos los planteamientos jurídicos. Esta es una limitación múltiple, porque si la diversidad no ejerce a profundidad sus derechos legales, estará sujeta a los vaivenes de la opinión pública y, muy fundamentalmente, a los forcejeos de la derecha y sus amenazas y chantajes con el gobierno. Tiene razón Ronald Dworkin: ``Los derechos individuales son triunfos políticos en manos de los individuos. Los individuos tienen derechos cuando por alguna razón, una meta colectiva no es justificación suficiente para negarles lo que, como individuos, desean tener o hacer, o cuando no se justifica suficientemente que se les imponga alguna pérdida o perjuicio''. Esto, irrefutable, exige que sepamos con detalle cuáles son nuestros derechos, y si es que los tenemos. Sin cultura jurídica, la sociedad diversa seguirá siendo víctimada por la sociedad uniforme. Por supuesto, la cultura jurídica no garantiza el fin de la intolerancia, pero sí es un elemento de avance a corto y largo plazo y construye mucho más adecuadamente la psicología de la resistencia.

El esfuerzo es modesto, pero nos interesa volverlo sólido y constante. Las batallas culturales pueden ganarse y se están ganando. El PAN ha retrocedido una y otra vez en su empeño fundamentalista, y recientemente ha comprobado en Nuevo León, a propósito de su proyecto fracasado de eliminar las causales para el aborto, cómo el mundo inmóvil que imaginó está dejando de existir. Y así sucesivamente. Y si bien la fuerza del tradicionalismo sigue siendo extraordinaria (La burguesía paga su ingreso al cielo con el financiamiento de la intolerancia), lo que ha perdido en el camino o lo que nunca ha tenido, y esa es o puede ser nuestra mayor ventaja, es el ejercicio de la razón y del humanismo.