En este mismo espacio, varias veces hemos comentado que, para propios y extraños, el crecimiento de la economía estadunidense de los últimos siete años ha sido espectacular y ha rebasado cualquier pronóstico, incluso el de los más optimistas.
Lo que llama la atención es que este desempeño no se explica centralmente por un desbalance fiscal o por un mejoramiento del sector externo. Al contrario, el sector público ha logrado corregir el enorme déficit que padeció por décadas, lo cual -de suyo- ha representado un factor que no estimula directamente -vía gasto público- el crecimiento económico. Por otro lado, el gran desequilibrio comercial y de cuenta corriente se ha convertido en un elemento que ha afectado negativamente la evolución del producto, casi en 1.5 ó 2.0 puntos porcentuales, en virtud de que las importaciones, al ser mayores a las exportaciones, han desplazado a la oferta interna.
La fuente del sorprendente crecimiento económico de la economía del norte, calculado por el lado de la demanda, debe entonces ubicarse básicamente en el elevadísimo consumo privado que -a su vez- se explica por un gran crecimiento de la riqueza financiera de grupos minoritarios de su población. Aquellos que, en principio, son capaces de ahorrar, debido a que logran cubrir sobradamente sus necesidades básicas y, consecuentemente, pueden invertir sus ahorros en los mercados de valores (acciones corporativas y fondos de retiro). Esta riqueza ha llegado a representar 35 por ciento del total del aumento de los activos financieros, y en los últimos diez años se ha duplicado.
Los beneficiarios de este enriquecimiento financiero se encuentran en 20 por ciento de la población de mayores ingresos, mientras que poco más de 13 por ciento de los habitantes de ese país se mantiene en condiciones de pobreza y 16 por ciento permanece al margen de los programas gubernamentales de apoyo y salud.
Este escenario, en que el consumo ha crecido por encima de la producción, ha deprimido el -de por sí bajísimo- ahorro interno, por lo que explica el crecimiento del déficit externo de los últimos años y, por la forma en que se ha concentrado, explica con claridad la paradoja de que, en lo que va de la década y para el mundo desarrollado, Estados Unidos presenta la mayor expansión económica, la mayor reducción de la tasa de desempleo, pero una creciente desigualdad en la distribución del ingreso, que sobresale claramente dentro del Grupo de los 7 grandes (G7).
Es el caso típico de una sociedad que se está dualizando, tal como lo han sido desde hace varios siglos las naciones atrasadas, en que un pequeño sector explica las estimulantes cifras macroeconómicas, al lado del resto, que vive en una realidad muy ajena.
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