Juan Arturo Brennan
Monsieur Pascal de France

El propósito de esta reseña es comentar la música interpretada por el pianista Pascal Rogé en su reciente recital. Antes, sin embargo, un par de digresiones sobre asuntos colaterales.

Digresión primera. Después de largas temporadas de ser una sede musical ``fría'' y poco visitada por el público, el auditorio Blas Galindo del Centro Nacional de las Artes parece vivir una época dorada. Muestras recientes: temporadas de la Sinfónica Carlos Chávez, ciclo de jazz, Foro Internacional de Música Nueva, Encuentro Internacional de Música Antigua, todos ellos con asistencia numerosa y entusiasta. Y lo mismo está sucediendo en el ciclo pianístico En blanco y negro; sin ir más lejos, el recital de Rogé convocó tumultos que rebasaron la capacidad del Blas Galindo. Todo esto apunta a que los mecanismos de programación y difusión están embalados (valga la analogía deportiva) y que el público ya ha hecho de la asistencia a ese espacio una costumbre. Enhorabuena.

Digresión segunda. Con la creación de sus propias pausas y su propio ritmo de ejecución, y con gestos que no dejaban dudas sobre sus intenciones, Rogé propuso tocar sin interrupciones cada una de las dos mitades de su recital. Casi lo logró, porque no faltaron los necios (pocos, por fortuna) que se empeñaban en la ovación a como diera lugar. Fascinante proposición, sin duda: una continuidad musical separada sólo por silencios, en vez de escándalos. Resonancias preservadas y respetadas, una dramaturgia musical más compacta y coherente. Atención, pianistas y músicos en general: he aquí una buena idea. Aprovéchenla.

Ahora sí, a la materia primordial de este asunto. Aunque se antoja lógico a posteriori, no era totalmente predecible que Rogé ofreciera un programa dedicado por entero a la música francesa. Su indudable cercanía con este repertorio, valga la aclaración, va más allá de la mera coincidencia de nacionalidades. Hay aquí, evidentemente, un compromiso profundo y un conocimiento enciclopédico de las formas y las maneras, de los estilos y los lenguajes diversos producidos por uno de los grupos creativos más notables en la historia de la música: los compositores franceses que habitaron las décadas postreras del siglo XIX y las inaugurales del XX.

En lo general, hay que señalar la admirable unidad de criterio musical de Rogé para hacer resaltar, a lo largo de su recital, la conducta de estos compositores en lo que se refiere a escribir músicas que contradicen enfáticamente los excesos del romanticismo, y que se caracterizan por diversos grados de claridad, lucidez y una economía de medios que produce resultados sorprendentemente ricos. En lo particular, y al interior de un arco musical de enorme coherencia, Rogé obtuvo momentos deliciosos y disfrutables en las dos obras de Francis Poulenc incluidas en su programa: Les soirées de Nazelles y Cinco improvisaciones. Con sus ejecuciones de Poulenc, el pianista francés dejó claramente establecido el hecho de que por debajo del disipado aroma de music hall que hay en muchas obras de Poulenc, hay cimientos estéticos de una solidez poco común, y que detrás de la sardónica sonrisa del decadente bon vivant se agitaba un espíritu de singular refinamiento, capaz de momentos líricos incomparables.

Las dos Improvisaciones dedicadas respectivamente a Franz Schubert y a Edith Piaf mostraron, además, a un Poulenc en pleno dominio de sonoridades y estilos diversos al suyo propio. Por otra parte, las tres Gnosiennes de Erik Satie fueron refinadas y depuradas por Rogé hasta convertirlas en fugaces y exquisitas pinceladas de resonancias. El primero de los nocturnos de Gabriel Fauré fue delineado con una claridad casi objetiva, aunque no exenta de sutiles expansiones y contracciones temporales que mucho contribuyeron a la armazón estructural de la pieza. De la Sonatina de Ravel, Pascal Rogé hizo una versión de gran empuje motor, poniendo además una atención de orfebre a las infinitas gradaciones de toque y color propuestas por el gran compositor vasco-francés. Y Debussy, que no podía faltar, recibió dos ejecuciones (Arabescos y Suite Bergamasque) ajenas a lo manido, de una claridad ejemplar y una solidez armónica emocionante. Un recital amplio en variedad, profundo en ejecución, inteligente en estilos y técnicamente sabio. ¿Qué más se puede pedir?