El paro que sufre la UNAM a manos de algunos estudiantes se ha salido de madre, sobre todo a partir de que se abrogó la modificación al reglamento de pagos. La ``democracia interna'' de las decisiones del CGH, el bonito ``mandar obedeciendo'' que tanto se alabó, se han graduado a un altanero ``nadie nos para''. Sus asambleas han degenerado en una gestalt gritona; su fuerza en un autoritarismo que, como nadie les regateó, se convierte en tiranía; su ácrata fantasía social se desbarata en una mezcla de Acámbaro y Directorio, donde los ejemplares dialécticos de ayer se gritan ``putos'' unos a otros.
Los grupos en conflicto ya no son las autoridades universitarias y los estudiantes, sino las sectas de activistas. La pluralidad fue gastada por los radicales y la precaria autoridad del CGH queda abolida. Cualquier asamblea de facultad implementa sus iniciativas (cerrar avenidas; saquear institutos) sin pasarlas ya por la sanción ``mayoritaria'' del CGH. La confusión que obligaba al CGH a resolver todo entredicho regresando las iniciativas a las asambleas regionales terminó por diluir su magra autoridad y pulverizarla en un carnaval tedioso. Los argumentos de ayer han claudicado bajo el berrido de ``El Mosh'', que muestra, orondo, la barriga. Los ultras son ahora al CGH lo que el CGH fue antes a la rectoría.
De desear una universidad gratuita a exigir al Estado que se arrodille han transcurrido dos meses. ¿Es un delirio? No: se les dieron todas las razones para convencerlos de que era posible; de que, excepcionales, podían actuar excepcionalmente, sin restricciones legales, sin responsabilidades racionales; de que su juventud era garantía de solvencia moral; de que tenían tanto que enseñarnos, que no necesitaban estudiar. Soberbios, ya hablaron de refundar la UNAM y de nutrir al ``pliego petitorio'' con reformas a la Constitución (sin diputados de por medio). Ya se habla de ''tomar'' la ciudad y dan los primeros pasos para lograrlo.
¿Qué esperábamos? Sus simpatizantes y aliados les otorgaron su incondicionalidad sin reparar en la afrenta a la ley y en las consecuencias que ello inevitablemente supone. Agrupaciones de académicos, de buena fe y con todo derecho, se declararon adversos al aumento de cuotas, pero obviaron la irregularidad del procedimiento y avalaron de prisa una situación de fuerza que deviene costumbre. Hubo intelectuales que aceptaron sin chistar su expulsión del debate y retribuyeron un silencio contradictorio. Y algunos funcionarios del PRD que prefieren las marchas callejeras a los ciudadanos en marcha, desdeñaron las leyes democráticas para celebrar, apoyar y sancionar un paro ilegal, aunque luego, con cursilería benedetti, declarasen no hallarse detrás del movimiento, sino ``a su lado''.
Se creó así un Frankenstein que, como es su deber, perdió el control. Ahora se le ha ordenado a esos perredistas que colaboren a distender la situación y corretean tras él pidiéndole, en vano, una moción de orden. Frankenstein los trata como ellos aplaudieron que el CGH tratara al rector. Prefirieron las barricadas a la tribuna y ahora han sido desplazados por oportunismos superiores al suyo, dispuestos a agitar aún más el río que ellos mismos ayudaron a revolver. Apoyaron el despojo que sufrió el rector de su autoridad; ahora tratan de impedir que se despoje de la suya a la autoridad del DF.
``Tomar la ciudad'' será más fácil si se recurre a una estrategia infalible y deplorable: basta un muerto. En la vorágine montonera hacia la que se derrama el conflicto, preocupa la creciente presencia en el discurso parista de expresiones funerales. La pobre chica que murió atropellada, y el muchacho que murió hace un año en El Charco con el EPR; ya figuran en un santoral de ocasión. Un muerto de barricada solucionaría la polarización de las sectas, energizaría a las huestes cansadas, atraería a otros sectores inconformes y posicionaría ambiciones políticas de todo color. Y en el territorio ``liberado'' de CU ya abundan las pistolas. Cansados de esperar, los ultras soltaron carnada en los cierres extramuros y la refuerzan ahora en los bloqueos urbanos, declarando que el rector ordena violar muchachas. Se necesita muy poco para encender la mecha: un prepotente iracundo, un granadero torpe, un sicario.
En el conflicto de la UNAM urge una instancia de discusión racional y urge que quienes atizaron el caos se empeñen en desandar esa ruta. El rector ya no puede ceder más de lo que ha cedido, y menos ahora que ha comprobado que hacerlo, lejos de apaciguar, engalla a los ultras. Aún es tiempo. Esa instancia es imposible si los paristas no cejan en su estrategia de dialogar con la condición de que el interlocutor acepte, a priori, las conclusiones del diálogo. Ya se dijo la frase temible: hay que tener calma y en México sólo se pide calma cuando se está a punto de perderla.
Un parista de nombre Sergio Méndez defendió el día 15 un bloqueo al grito de ``Si son democráticos déjenos continuar''. Triste resumen del conflicto: si son democráticos, déjenos desdeñar las reglas de la democracia. Llegó la hora de recordar que si los sueños hicieron posible la democracia, son las pesadillas las que la hacen necesaria.