De modo suave, Miguel Concha califica de absurda e irresponsable la metáfora "raticida" elegida por el candidato del PRI a gobernador del estado de México para ofrecer a sus paisanos una política de seguridad pública efectiva. Sin duda es eso, a más de grotesca, pero es apenas la ventana por la que se asoma un pensamiento político que nos invita a ir del autoritarismo a la barbarie. Y que vive entre nosotros, a flor de piel, siempre listo para volverse discurso guía.
A la menor provocación, la señal se enciende, y quienes tienen acceso o control sobre los medios de información masiva convocan: šTodos a una! La solución predilecta es la pena de muerte, aunque se llegue a celebrar el linchamiento, pero el retintín preferido es el que acuñaron supuestos o reales policías "del común" a quienes se les hace declarar una y otra vez: "de qué sirve detener delincuentes si vienen los derechos humanos y los sueltan".
La andanada publicitaria del candidato Montiel es la más reciente de este estilo, pero no será la última. Del mismo modo como se busca imponer "sutilmente" la especie de que las desigualdades intelectuales vienen con los genes y deben ser intocables (los genes ricos en capacidades corresponden, adivínelo usted, a los ricos de siempre), la lucha contra la noción misma de derechos humanos repta en los subsuelos de la inseguridad humana y social e irrumpe cuando esta inseguridad, siempre presente en las sociedades modernas, se vuelve angustia.
Sin duda, la centralidad de los derechos humanos es y debe ser argumentable cuantas veces sea necesario. Sin que importe el hecho de que, formalmente, en los derechos nacionales y en lo que haya o quede del internacional, el respeto a la integridad y la libertad del individuo y del ciudadano es considerado piedra miliar de nuestra civilización, es preciso volver una y otra vez sobre el tema, porque también una y otra vez se buscan soluciones finales y prontas, que pasan sobre esos derechos y llevan a su eliminación.
La puntada de los publicistas-ideólogos del candidato Montiel no es tal ocurrencia. Expresa una manera de ver el mundo de hoy y sus problemas y rescata del basurero lo que para muchos son, o deberían ser, desechos de una historia del todo superada. Desde esta última perspectiva, en efecto progresista, se llega a desestimar el discurso retrógrado que ahora postula el candidato priísta a gobernar el estado más rico y populoso de México, y al hacerlo se hace el juego a quienes siempre están listos para echar a andar la incubadora donde yace el huevo de la serpiente.
La amenaza de Montiel no sólo afecta la sensibilidad social que se quiere imperante. Pone en problemas al partido del que es abanderado, y en entredicho al gobierno federal que ha asumido, dentro y fuera de México, como uno de sus compromisos principales precisamente el respeto y la promoción de los derechos humanos.
Está por delante de nosotros, y por desgracia se aleja a medida que se ahondan las brechas sociales, el hacer de México un país seguro donde la primera de las libertades sea la libertad frente al miedo. A volver factible esta libertad están dirigidos los esfuerzos públicos, gubernamentales y no, por convertir los derechos humanos en cultura cotidiana de todos. Es decir, volverlos un auténtico bien público que califique a una pobreza material difícil de superar pronto.
Este será tema de la política presidencial de los próximos meses, porque la inseguridad pública se volvió ya, infortunadamente, un sentimiento de la nación moderna. Es por eso que no hay manera de proponer una política democrática congruente y a la vez negar, o soslayar, como si no contara, el verbo primitivo, pero bien apoyado en amplios poderes fácticos, que ahora declina el priísta mexiquense. Más que pretender un paso atrás, ese despropósito nos ofrece un salto al vacío.