Confieso que me duele escribir a propósito de los problemas de mi UNAM. Por muchas razones, entre otras, por las evidentes diferencias de perspectiva que descubro entre mi apreciación de los hechos y la de muchos queridos amigos, compañeros antiguos de inquietudes sociales, hoy inclinados a favor de un movimiento que no tiene mayores fundamentos, salvo el hecho de que la rebeldía es siempre recibida como una expresión de la libertad.
No veo el problema desde fuera, sino desde dentro, a partir de mis responsabilidades como maestro, a partir de mi esencia universitaria y del recuerdo de los años rebeldes de mi paso por la Escuela Nacional de Jurisprudencia y mis primeros balbuceos, en 1953, como maestro precario y menos que temporal de Derecho civil. Balbuceos que no concluyeron ųsi es que han concluidoų, sino pasados muchos años.
Hay movimientos de protesta con sentido. El de 1968, encabezado por el rector Barros Sierra en una manifestación silenciosa, tuvo toda mi simpatía como no la tuvo en cambio el asalto criminal en contra del rector Ignacio Chávez y del maestro César Sepúlveda, entonces Director de nuestra Facultad, en 1966. Como tuvo también sentido la rebeldía de 1929 que dio paso a la autonomía. Y ųcreoų mi propio movimiento de protesta, la huelga personal y sin trascendencia alguna, por la que me separé de la Facultad en 1966, recién recibida la distinción de ser maestro titular del primer curso de Derecho civil por concurso de méritos, porque me pareció intolerable que el Decano en funciones prohibiera a un maestro titular dar clases para satisfacer la exigencia de los alumnos rebeldes.
Todo movimiento debe de tener una justificación. Y el de ahora, en su primera etapa, no la tuvo. La rectificación del Reglamento de Pagos para establecer cuotas mínimas con abundancia de exenciones, como fue el primer acuerdo del Consejo Universitario, no pudo ser otra cosa que un pretexto. Y superado el problema por una decisión reformadora del propio Consejo, la huelga perdió su sentido y sólo ha sobrevivido por la acumulación de nuevas peticiones.
La conclusión es obvia. El objetivo del movimiento es la parálisis de la UNAM, no las peticiones. Cabe la sospecha de las razones políticas, pero acompañada de muchas dudas respecto de quién o quiénes han creído que el desorden en la Universidad favorece algún interés partidista. Hasta podría pensarse que, en una medida diferente, ese movimiento ha sido planeado para acusar a Cuauhtémoc Cárdenas de todo lo imaginable, lo mismo que la televisión hizo con el lamentable acontecimiento del homicidio del señor Stanley.
Me vienen, sin duda, malas intenciones. Creo que hay que dejar a los alumnos en su posesión minoritaria y precaria de nuestro campus, olvidarnos de ellos (sin perjuicio de la adecuada vigilancia, en lo posible, de las propiedades de la UNAM) y vivir en el exilio por el tiempo que haga falta. Creo, por supuesto, en las bondades del exilio, incómodo al principio pero, a la larga, enormemente satisfactorio, porque te obliga a vivir en lo elemental y exige tu mayor esfuerzo y confirma tu amor por lo que se pierde, pero con la voluntad de hacerlo de nuevo y mejor.
Mi pequeña experiencia, ahora, como profesor extramuros con el grupo de alumnos de la División de estudios de posgrado (y de Derecho civil, como en los tiempos remotos), me ha provocado un poco la sensación de volver a empezar desde un principio que no es poco valioso.
Hay, por supuesto, algo de solidaridad y no niego mi profunda simpatía por nuestro rector, tan antigua como las muy viejas relaciones de amistad profunda entre los Barnés y los De Buen, desde España. Pero no estoy con él por simpatía, solamente. Estoy convencido de su razón y con ella me comprometo.
Entre otras cosas, porque si los muchachos quieren la gratuidad de la enseñanza universitaria, que no corresponde a los textos vigentes de nuestra Constitución, el destinatario de sus reclamos no puede ser otro que el Constituyente Permanente y no la UNAM. Y como no son tontos y como saben lo que hacen, cada vez me convenzo más de que no buscan lo que piden ni piden lo que buscan.
šMuchachos! Piénsenlo bien. Ejerzan su maravilloso derecho a la rebeldía por razones fundadas. Las de ahora, no lo son.