José Agustín Ortiz Pinchetti
El desafío

El regreso sorprendente de Carlos Salinas a la ciudad de México es una provocación en el sentido directo de la palabra. Pero también tiene que interpretarse como un signo de acuerdo básico de los líderes de la nomenklatura mexicana. No puede disociarse del éxito que está teniendo el reagrupamiento del PRI. Los sectores más democráticos de la sociedad, y por supuesto los partidos de oposición, tienen que tomar en serio el reto que todos estos hechos representan para ellos.

Nadie duda que la gestión de Salinas fue un desastre. Y que él y su equipo fueron responsables no sólo de una crisis económica que quebrantó las escasas defensas financieras del país y que hundió a todas las clases sociales en una fase de depresión económica y psicológica. Hay indicios de que Salinas y su equipo desarrollaron un inmenso programa de enriquecimiento. Su familia y colaboradores muy cercanos a él, probablemente el propio ex presidente, adquirieron intereses en numerosas empresas y bancos privatizados. Esa trama de complicidades y asociaciones no ha sido ni siquiera investigada.

Tampoco han sido revocadas las líneas fundamentales de su política económica. El neoliberalismo ha sido cumplido con fidelidad y rigidez. El presidente Zedillo ha empleado su energía y los recursos del Estado en el rescate de los grupos financieros, comerciales e industriales, que estuvieron más cerca de Salinas. Incluso, los claros avances en la reforma política han funcionado como una variable secundaria en la "modernización" económica y a la permanencia en el poder del mismo grupo. Se han limitado a ampliar los espacios en una competencia estrictamente electoral sin debilitar la verdadera estructura de poder. Esto es salinismo puro, el zedillismo es el salinismo con Raúl Salinas en Almoloya.

Es completa la incapacidad del pueblo de exigir cuentas a sus gobernantes. Pueden hundir la economía nacional, entregar a los poderes extranjeros la soberanía, tender redes de corrupción, vincularse con el narcotráfico y lavado de dinero, ordenar o encubrir asesinatos. Reprimir, hacer fraudes electorales. Espiar, amenazar y encarcelar injustamente a sus oponentes, y no responden, y aparentemente nunca van a responder de sus atrocidades. Salinas se planta frente a todos nosotros y nos pregunta: Ƒy qué?

La visita debe leerse en otro contexto. Hace unos meses parecían evidentes las fisuras en el PRI. Se hablaba de una pugna entre Zedillo y Salinas; el Presidente recordó a los priístas con gran sabiduría pragmática que el secreto del triunfo en el año 2000 era la unidad. No es una ideología o un proyecto nacional lo que une a los priístas. Lo que une al PRI es la defensa de los intereses fundamentales de los grupos concretos que lo forman, y sobre todo los de la nomenklatura. Pero todos actúan con gran disciplina y en la misma dirección bajo el arbitraje y el liderazgo del Presidente de la República, sea quien sea éste.

Es evidente que el regreso de Salinas fue autorizado por el Presidente, quien dio a su antecesor (quien por cierto lo designó discretamente), acceso a los medios y garantías. Es evidente que han terminado sus diferencias. ƑA qué costo para el país?

No debemos hacernos ilusiones. El aparato se ha reagrupado, están integrados en el hombre de gran talento y fortunas. Sus reservas de talento, astucia, perversidad, adaptabilidad y clientelismo son inmensas. El presidente en turno, sea quien sea, sabe que los priístas conocen el secreto del triunfo, el mantenerse unidos, en esperar y cumplir las instrucciones superiores.

Si la oposición aspira a ganar la batalla por la democracia en México, tiene que responder al desafío del sistema. Debe responderle con unidad a la formidable capacidad del PRI para reagruparse.