La Jornada Semanal, 20 de junio de 1999
Hacia el inicio del siglo, las autoridades de Italia, Francia y Gran Bretaña creían que el Mal era visible: una mandíbula grande y una frente abultada en un rostro, significaban que su dueño era parte de una ``evolución decadente'', y que heredaría a sus hijos ``enfermedades morales'' como ``el crimen, la histeria, la superstición, el parasitismo, la locura, el atavismo, la prostitución, el alcoholismo, las tendencias revolucionarias y la predisposición a juntarse en turbas amotinadas''. La taxonomía de los rasgos de la cara como señales del Mal era producto de las investigaciones de Cesare Lombroso. Él, junto con Morel, Nordeau, Le Bon, Francis Galton y otros muchos por toda Europa, vieron en el cuerpo el sitio crucial de la condición de sus naciones y emprendieron una clasificación de orejas, frentes, mandíbulas, dientes, miradas y labios que les arrojara un solo modelo del hombre peligroso para el Estado, del delincuente potencial, de lo que debía estar separado de la sociedad. Cuando Lombroso publicó en 1902 Delitos viejos, delitos nuevos, la idea del criminal por naturaleza, para quien no existía rehabilitación posible porque su Mal era hereditario, constituía ya una certeza para policías, jueces y médicos por toda Europa. De hecho, en algunos poblados de campesinos pobres se daban ``detenciones preventivas'' de todos aquellos que coincidían con las características faciales que Lombroso daba de los criminales. Y, como sobre ellos dominaba la herencia biológica, no había más que dictarles la pena de muerte. Con ello se buscaba un criterio para la exclusión política basado en la ciencia: ``Las revoluciones'', escribió Lombroso en 1902, ``son fácilmente encabezadas por locos, de la misma forma en que una mujer obedece las órdenes de un hipnotista.'' Los peligrosos por naturaleza eran los campesinos pobres, las mujeres, los negros y las muchedumbres, pero también todos aquellos que cumplieran con el cuerpo del criminal. Así, tratando de encontrar el modelo único del riesgo social, muy pronto Lombroso se encontró con que el Mal estaba por todos lados, lo acosaba la ``degeneración'' como espejo de la acumulación, lo cercaba el ``atraso hereditario'' como contraparte del progreso, pues, para él, sólo un porcentaje ínfimo de la población estaba ``sano''. De hecho, la persecución de los criminales de nacimiento en Francia, Italia y Gran Bretaña fue la dimensión interna de las colonizaciones europeas en Asia, Africa y Oceanía: ``Sólo nosotros los Hombres Blancos hemos alcanzado la más perfecta simetría corporal. Sólo nosotros hemos otorgado el derecho a la vida, el respeto por los ancianos y débiles. Sólo nosotros hemos creado el verdadero nacionalismo y la libertad de pensamiento.''
Fue esa certeza la que llevó a la policía de Turín a consultar a Lombroso sobre un caso en duda: una mujer había sido estrangulada, pero no se tenían pistas del culpable. Los policías detuvieron a varios sospechosos, entre ellos, a dos medios hermanos. Lombroso lo miró y concluyó: ``Uno es el más perfecto tipo de criminal: enorme mandíbula, senos crecidos, pómulos salientes, labio superior delgado, incisivos gigantes, cabeza inusualmente grande, insensibilidad táctil. Lo condené. Está preso.''
Sin embargo, hacia el final, Lombroso comenzó a tener cada vez más dudas sobre la validez de sus teorías que unieron, por primera vez, la revolución con la decadencia, el pasado con el futuro, a los muertos con los nonatos. De su taxonomía de un ``Mal social'', heredado de generación en generación ``porque nadie hace nada para impedir que los degenerados sigan procreando más orangutanes'', la pregunta que debió acosarlo -¿condené a los verdaderos criminales?- quizá fue lo que le llevó, en los últimos tres años de su vida, a emprender una sociedad con Eusapia Paladino, una médium. El desencanto del liberalismo en los primeros años del siglo XX trajo consigo la idea de la regresión: todo podía retornar. Y Eusapia Paladino convenció a Lombroso de que era posible regresar a los muertos. Cesare recuerda la primera vez que la médium trajo al fantasma de Zefora Lombroso, su madre: ``Vi (estábamos a la semioscuridad de una luz roja) a una figura pequeña, como era mi madre, salir de entre las cortinas. Tenía un velo y le dio vuelta a la mesa, hasta que yo le rogué me hablara, y dijo: `Cesare, fio mio.'''
Lombroso murió en 1903, gritando de terror.