La Jornada Semanal, 20 de junio de 1999



María Palomar

La permanencia de un legado

María Palomar, escritora y traductora tapatía, nos informa en esta nota sobre los orígenes, los proyectos y las tareas de la Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán, creada a instancias de Ignacio Díaz Morales, fundador y primer Director de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara. A pesar de las trabas puestas por el egoísmo y la tontería, la fundación se mantiene en pie protegiendo el legado del maestro y una tradición que no es una lápida sino un capitel.

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Luis Barragán murió el 22 de noviembre de 1988, después de una enfermedad larga y penosa que lo incapacitó progresivamente a lo largo de los últimos seis u ocho años de su vida. Nació en Guadalajara en 1902 y desde 1936 vivía en la Ciudad de México, en la casa de Tacubaya que habitaba desde 1947. No deja de resultar irónico que esos últimos años, los de su enfermedad, hayan coincidido también con la época en que su obra logra el reconocimiento universal, a partir del Premio Pritzker recibido en 1980. Hasta entonces, Barragán era conocido en su propio país en círculos más bien restringidos, y no sólo eso: era a menudo considerado un artista marginal, excéntrico y, sobre todo, elitista: esa fea palabra con la cual los bien pensantes adueñados del discurso cultural consideraban descalificado para siempre a quien no se ajustara a sus criterios.

A partir de la exposición organizada en 1985 en el Museo Tamayo de la capital, Barragán pasó a formar parte del vocabulario corriente de cualquier mexicano medianamente informado.

Sin embargo, Luis Barragán estaba ya fatalmente tocado por la enfermedad que avanzaba. Los cuidados domésticos y los compromisos profesionales de su despacho quedaron en manos de terceras personas. Los amigos que lo visitaban en esa época, en particular Ignacio Díaz Morales, dieron fe de la progresiva influencia de Raúl Ferrera, su socio en la firma de arquitectura, sobre las decisiones tanto de orden práctico como de índole profesional alrededor de Barragán.

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La ejecución del testamento de Luis Barragán, un documento de por sí complicado dada la profusión de legados y disposiciones particulares, conoció múltiples tropiezos y complicaciones a lo largo de más de cinco años. Los herederos eran más de veinte. El arquitecto demostró su proverbial generosidad no sólo hacia sus familiares sino también hacia sus amigos, su servidumbre y la ciudad que lo vio nacer.

Al servicio de Guadalajara, y para ser trasladada ahí, destinó su biblioteca personal, extraordinaria colección que podría perfectamente ilustrar los trayectos intelectuales y estéticos de los más refinados espíritus del siglo XX. La biblioteca constituía un legado específico que Ignacio Díaz Morales debía asignar a una institución creada ex profeso para asumir su custodia. Entre los allegados a ambos arquitectos era de todos conocido, desde años atrás, el gentlemen's agreement según el cual el uno dejaría al otro, a su muerte, la encomienda de su biblioteca.

La Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán, creada a instancias de Ignacio Díaz Morales en los días inmediatamente posteriores a la muerte del primero, fue designada para recibir el legado.

Díaz Morales, amigo íntimo de Barragán desde la juventud, fundador de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara y figura central de la cultura tapatía del siglo XX, invitó a algunos de sus alumnos jóvenes a conformar la institución que se haría cargo del legado. El entusiasmo, la búsqueda de contactos y apoyos y el trabajo voluntario hubieron de suplir la carencia de recursos. La edad misma de los miembros, es decir nuestra pertenencia a una generación castigada por las crisis económicas, hizo que desde un principio adoptáramos una extrema cautela ante los grandes proyectos siempre acariciados y nuncaÊconcretados, prefiriendo formular otros de escala y alcances menores, pero factibles. También se les imprimió un carácter más académico, pero menos exclusivamente arquitectónico, de lo que quizá habrían esperado aquellos allegados a Luis Barragán de generaciones anteriores.

Tras formalizar la existencia de la Fundación, sus nueve miembros originales se encargaron de recoger y transportar a Guadalajara los libros de la casa de Tacubaya. Desafortunadamente no fue posible rescatar los volúmenes que hayan podido estar en el despacho, ya que el arquitecto Ferrera sólo lo desocuparía a su muerte, en 1992.

Existía también en el testamento una disposición según la cual un tercio del total de la herencia debería ser asignado por una comisión a alguna institución filantrópica o cultural. Ignacio Díaz Morales formaba parte, junto con otras dos personas, de dicha comisión. La Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán, como institución cultural responsable de la custodia de la biblioteca y que carecía de un patrimonio mediante el cual sostener el funcionamiento de ésta y las labores indispensables para su manejo adecuado, fue designada heredera de esa tercera parte.

Sin embargo, habría que esperar varios años antes de ver cumplimentado el testamento. El arquitecto Ferrera intentó repetidas veces alterar las disposiciones testamentarias, lo cual detuvo el proceso legal hasta que finalmente se desistió de sus impugnaciones en 1992, días antes de su muerte.

Pese a que la Fundación alertó en su momento a las autoridades del INBA, nada se hizo para evitar que los documentos del despacho fueran vendidos a una galería neoyorquina por la viuda de Raúl Ferrera. El archivo fue luego comprado por una compañía suiza. También salió de México, para terminar en manos de la misma empresa, el archivo fotográfico de Armando Salas Portugal.

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La Fundación, mientras tanto, se había ocupado de dar a la biblioteca una sede digna, en lo que alguna vez fuera el despacho de Andrés Casillas, colaborador y discípulo de Luis Barragán. La instalación se hizo con el apoyo del Gobierno de Jalisco, que había sufragado los gastos de transporte y seguro de los libros desde México y que donó la estantería. El alquiler del local era pagado con las contribuciones directas de los miembros.

En 1992, la Fundación México-Estados Unidos (Rockefeller-Bancomer) otorgó a la Biblioteca Luis Barragán una de las becas de su primera edición, con lo cual pudo llevarse a cabo el proyecto que consistía en la catalogación de los libros (para lo que se contó con el apoyo del Instituto de Bibliotecas de la Universidad de Guadalajara), la adquisición de equipo y la preparación de una serie de materiales para publicación que buscaban sentar las bases para una biografía intelectual y estudios a profundidad de la obra de Barragán. Se encomendó a Alfonso Alfaro el trabajo académico, y de tal empeño resultaron dos publicaciones: el número 23 de la revista Artes de México, El mundo de Luis Barragán, en coedición con el Gobierno de Jalisco, y el libro de Alfonso Alfaro Voces de tinta dormida: itinerarios espirituales de Luis Barragán, en la colección Libros de la Espiral de la misma casa editorial.

La Biblioteca Luis Barragán está abierta a los estudiosos de su vida y su obra y recibe constantemente la visita de gran número de intelectuales, artistas y especialistas del país y del extranjero.

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Al desaparecer las trabas a la ejecución testamentaria, la Fundación resolvió luchar para evitar por todos los medios que se perdiera el legado cultural que representan para México la obra maestra de Tacubaya y sus colecciones. El Gobierno de Jalisco, y en particular su entonces Secretario de Cultura, Juan Francisco González, dieron entonces pruebas de una feliz e inusitada sensibilidad, pese a las siempre atenazantes estrecheces presupuestales. El Estado de Jalisco adquirió así el 64 por ciento restante de los bienes, compensó a los herederos, estableció un fondo para operaciones y entró en copropiedad con la Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán para mantener con dignidad y responsabilidad un legado cultural jalisciense de proyección universal.

Gracias al apoyo del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, cuyas aportaciones paritarias con las del Estadio de Jalisco constituyen la parte más substancial de los ingresos de un fondo especial dentro del FONCA, se logró sentar bases financieras firmes para la casa de Luis Barragán, que comenzó a funcionar como Casa-Museo en 1994.

Durante la actual administración, el Gobierno del Estado ha mantenido sus aportaciones, y su participación en el órgano de gobierno de la Casa-Museo Luis Barragán se ha visto cubierta por Pablo Gerber, Secretario de Turismo.

Para la Fundación es una responsabilidad de primera importancia alentar y, en lo posible, acompañar la reflexión seria y sostenida sobre la obra de Barragán y, a través de ella y como indispensable referencia, sobre los valores culturales del pasado y el presente. De otra forma no se puede entender el cometido de una institución como la nuestra, donde la existencia de una biblioteca, por magnífica que sea, y de una Casa-Museo que recibe miles de visitantes, sólo se justifican en razón de un proyecto de orden intelectual que deje constancia de la exploración de nuestra cultura.

Si bien la obra de un artista es, por definición, patrimonio común de la humanidad, ya es tiempo de que los mexicanos cesemos de dejar en manos ajenas la exploración de lo nuestro. Por mucho que nos enriquezcan las visiones desde fuera y por indispensables que sean, es absurdo e imperdonable renunciar a dar voz a nuestra propia visión, a vertebrar un discursoÊrazonado y coherente sobre lo que nos pertenece.