La Jornada Semanal, 20 de junio de 1999



Leonardo García Tsao

Las artes sin musa

Cannes '99: El crepúsculo del cine de autor

Si para algo sirvió la 52a. edición del festival de Cannes fue para celebrar los funerales de la teoría del autor. Un jurado presidido por el canadiense David Cronenberg hizo lo posible por no rendir tributo a ninguno de los acreditados nombres en la competencia -sobre todo, porque la mayoría de ellos presentó su trabajo más flojo- en favor de un cine realista y francófono, de cineastas desconocidos. Los premios importantes se repartieron entre dos títulos, Rosetta, de los hermanos belgas Luc y Jean-Pierre Dardenne (Palma de Oro, premio en ex aequo a la mejor actuación femenina) y L'humanité (La humanidad), del francés Bruno Dumont (Gran Premio del Jurado y premios a las mejores actuaciones, masculina y femenina).

La gran ganadora fue el caballo oscuro del festival: exhibida el último día y arrinconada en un horario poco favorable. Repitiendo el rigor realista de La promesa, su anterior filme, los Dardenne siguen con cámara en mano la frenética actividad cotidiana de Rosetta (la debutante Emilie Dequenne), una joven aguerrida, dispuesta a cualquier cosa con tal de conseguir trabajo y dejar de sentirse una marginada social. Los realizadores no hacen de ella un personaje ejemplar -en un momento, es capaz de traicionar a su único amigo- para volver aún más complejo el retrato de una figura tan conmovedora como la Mouchette de Robert Bresson.

Bresson es también una referencia significativa para apreciar L'humanité, la historia de un superintendente de policía provinciano que está a medio camino entre ser un iluminado y el tonto del pueblo. Lleno de un sentimiento compasivo hacia todo el mundo, el hombre se involucra a su manera en la investigación del asesinato de una adolescente. Dumont logra a menudo imágenes de una crudeza imbuida de un innegable lirismo, virtud que ya se veía en su anterior La vida de Jesús, pero a veces exagera sus intenciones metafísicas y provoca la risa involuntaria.

Aunque algunas de sus decisiones fueron extrañas -premiar las actuaciones de L'humanité fue casi como premiar a los personajes de un documental- el Palmarés fue elogiado por favorecer un cine poco glamoroso y nada comercial. Cronenberg, el director George Miller y los actores Jeff Goldblum y Holly Hunter se atrevieron a ignorar a la industria que suele darles de comer, al no reconocer nada de la escasa participación hollywoodense.

No fue la única sorpresa. Nombrado seguro ganador de la Palma de Oro por la prensa internacional, Pedro Almodóvar debió conformarse con el premio a la mejor dirección por Todo sobre mi madre. El único otro auteur premiado fue el portugués Manoel de Oliveira, que ha cumplido los 91 años y sigue tan campante. La lettre (La carta) es una soporífera adaptación a nuestros tiempos de La princesa de Cleves, el relato literario del siglo XVII sobre una mujer (Chiara Mastroianni, mostrando más rasgos de la herencia Deneuve), condenada al sufrimiento por elegir enamorarse de una manera que ella considera indebida. Estático como suele ser el cine de este realizador, la película es otra colección de pretensiones momificadas, muy al gusto del esnob euro-culto.

Al menos, Almodóvar y De Oliveira no decepcionaron a sus seguidores como lo hicieron David Lynch, Takeshi Kitano, Jim Jarmusch y Peter Greenaway. Los tres primeros fueron acusados de volverse sospechosos de oportunismo comercial. Lynch, sobre todo, se alejó de la liturgia de su culto para contar The Straight Story, una película inconfundiblemente convencional sobre la proeza de un anciano terco de Wisconsin que decide viajar en su segadora motorizada hasta Iowa, para visitar a su hermano enfermo. La hazaña y el tono optimista con que se describe son dignos del Selecciones del Reader's Digest. No hay ni siquiera el menor asomo de ironía posmoderna, ya no digamos de la atmósfera maligna y pesadillesca que asociamos con la mejor obra de Lynch.

El japonés Kitano también ha optado por la road movie positiva en Kikujiro, que narra cómo un hombre rudo, bueno para nada, se encariña con el niño a quien se ve obligado a acompañar en un viaje en busca de su madre. La única violencia en la cinta aparece como humor de pastelazo, que Kitano puede ejercer con la elegancia de Buster Keaton, pero también como la payasada de Jerry Lewis. Si Kitano parece dirigirse a un público infantil, Jarmusch lo hace con el adolescente en Ghost Dog: The Way of the Samurai, una revisión del género de gángsters que no alcanza los hallazgos de Hombre muerto en torno al western. La cinta es una especie de remake estadunidense de El samurai del francés Jean-Pierre Melville, pero las preocupaciones existenciales son reemplazadas por chistes sarcásticos y una violencia de caricatura. Lo primero es usual en Jarmusch; lo segundo una innovación poco afortunada.

Sin embargo, la peor caída fue la del inglés Greenaway. El título de su 8 1/2 Women no es tanto un homenaje a Fellini sino el reconocimiento de una crisis de inspiración. Los defectos que sus detractores han argumentado por años -esteticismo estéril, misoginia, pedantería temática- se dan cita como provocación en el muy endeble argumento de un empresario viudo en Ginebra y su hijo golfo, que se dedican a coleccionar mujeres en un burdel privado. La rebuscada belleza estética de las imágenes vino a confirmar la rapidez con que se chotea lo que hace unos años todavía era una búsqueda formal.

Sobre el papel, la última edición de Cannes de los noventa prometía algo memorable para el fin del milenio, y acabó ofreciendo una programación decididamente mediocre. La teoría del autor ha muerto. Viva la teoría del autor.

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