La Jornada Semanal, 20 de junio de 1999



Juan Villoro

DOMINGO BREVE

Noticias y otras drogas

El lunes 7 y el martes 8 de junio la televisión mexicana se consagró a transmitir escenas relacionadas con la muerte y el sepelio del presentador Paco Stanley. El asesinato ocurrió con la pericia letaldel crimen organizado ante guardaespaldas que, inexplicablemente, iban armados con bolígrafos.

La violencia es un trámite cotidiano en la Ciudad de México; no resulta casual que la oprobiosa ejecución de una persona de enorme popularidad condense los sentimientos de indignación e impotencia de los capitalinos. Sin embargo, cuando Paco Stanley ya parecía nuestra opción de Lady Di, hubo un viraje decisivo en la percepción de los sucesos: la víctima había ingerido cocaína y llevaba un molinillo a bordo de su vehículo para procesar productos del cártel del Pacífico. Nadie puede esperar que la vida de un telemaniaco sea la de una monja de clausura; de cualquier forma, el nuevo sesgo de las investigaciones fue un duro golpe para Tv Azteca: Paco Stanley participaba en su campaña ``Vive sin drogas'' y el consorcio televisivo se había erigido en juez superdigno de la impunidad que campea en el DF y cuya responsabilidad absoluta atribuía a Cuauhtémoc Cárdenas. Pocas horas después, en los pasos a desnivel de la ciudad aparecieron mantas del PRD con la leyenda: ``Vive sin mentiras''.

A no ser que haya revelaciones imprevistas, el caso Stanley ya pertenece a la narcocultura. Esto quiere decir mucho y muy poco. Cuando un crimen es vinculado con el narco la investigación queda abierta hasta la eternidad. En su libro Sorpresas te da la vida, Jorge G. Castañeda sostiene que el asesinato de Luis Donaldo Colosio tuvo su móvil en el narcotráfico. De acuerdo con esta hipótesis, Salinas pactó con los diversos cárteles para que sus negocios prosperaran sin demasiados riesgos de seguridad pública. Las exigencias del Tratado de Libre Comercio lo llevaron a romper el pacto. En consecuencia, los barones de la droga abandonaron su faceta de serenos exportadores y retomaron la de gángsters. El asesinato de Colosio fue la venganza que acabó con la utopía salinista y reveló que la mafia sólo rescinde sus contratos con rúbricas de pólvora. Esta tesis es sugerente y aterradora; las piezas del drama encajan en una secuencia lógica y desembocan en una densa tiniebla: el narcotráfico no puede ser investigado. En nuestra incierta legalidad, atribuirle un delito equivale a decir: ``fue la mano de Dios''. No estamos ante una guerra desigual sino imposible; por cada capo que es encontrado muerto en las planchas de la liposucción o con la camisa de Versace perforada por balas calibre .40, hay un reguero de cadáveres de policías, magistrados, fiscales y periodistas. Lo extraño es que mientras los caudillos con tabique de platino se identifican en México a niveles legendarios, en Estados Unidos nadie conoce a sus contrapartes (sabemos que la cocaína no se vende en Sears, pero ignoramos a los Señores del Polvo). Las matanzas y las detenciones ocurren al sur del Río Bravo. En sentido estricto, el país está ocupado por una imbatible trasnacional del terror. Cuando una ``línea de investigación'' apunta hacia un cártel, la verdad recibe un carpetazo anticipado. La droga sólo deja rastros en la sangre.

El caso Stanley pasó de la manipulación televisiva a los misterios que resuelve la Virgen de los Sicarios. Así estaba la república cuando Carlos Salinas de Gortari se hizo el aparecido. Durante los primeros años de su gobierno fue el presidente más popular en la historia de México; incluso al entregarÊel poder gozaba de aceptación mayoritaria y sin duda contribuyó a que el PRI triunfara con un candidato forzado y sin carisma. Desde hace cuatro años está en el hit parade de los hombres más despreciados del mundo. Su visita de 50 horas volvió a situarlo como monstruo mediático: opacó al caso Stanley y reveló que en una sociedad hambrienta de explicaciones no hay droga que supere a las noticias.

Hace algunos años Héctor Aguilar Camín relató en un artículo una conversación que tuvo con el entonces presidente Salinas. A la pregunta: ``¿qué ha aprendido de su trato con la prensa?'', el mandatario respondió, palabras más, palabras menos:``que debo repetir ocho veces un mensaje para que llegue a la primera plana''. En esta ocasión, Salinas no tuvo que ser reiterativo para captar la atención del país. Los medios lo siguieron como si el mismísimo Chupacabras ofreciera una conferencia y los teleadictos lo miraron con el morbo que despiertan los villanos favoritos.

Salinas es vilipendiado por la debacle en la que desembocaron sus promesas de primer mundo, pero también porque así le ha convenido a la administración de Zedillo. En cuanto el avión del ex presidente incómodo tomó la pista de salida, Zedillo dijo que había recibido la presidencia con vencimientos de deuda directa por 44 mil millones de dólares y que no legaría un desastre similar. Salinas entregó el lujoso timón del Titanic horas antes del iceberg. Así opina el capitán del naufragio. Sin embargo, como vivimos en México, donde la política es simulación, el presidente en turno nunca investigó a fondo a su antecesor ni rompió cabalmente con él. Por su parte, el autoexiliado de Dublín aún no desata su furia vengativa contra el sexenio que, en su lógica de los hechos, convirtió el Taj Majal en una vulcanizadora. Las dos entrevistas de televisión y la conferencia de prensa de Salinas fueron actos evasivos, sin otro mensaje directo que:``estoy aquí y puedo regresar'' (algo bastante contundente).

Ni el PRD ni el PAN han articulado un diagnóstico certero de la fallida administración de Salinas. El antisalinismo encuentra sus expresiones más elocuentes en la artesanía de muñecos y el hábil humor de los moneros. Un odio difuso recorre la nación. En el vacío de discursos, se entronizó un rostro temido. Salinas dejó su tarjeta de visita y demostró que la televisión mexicana dice más cuando no tiene volumen. Estamos en la edad de los símbolos primarios. El diablo no requiere de otro informe que su aparición.