Alfabeto, Pan y Jabón

Alejandra Moreno Toscano

En 1921, a diez años de la revolución maderista y cuatro de la Constitución de 1917, se definió el proyecto social de la Revolución mexicana: educar a las "masas analfabetas populares". Los campesinos recibirían tierras y apoyos del gobierno para sembrar. Y sus hijos y los hijos de los obreros tendrían educación. La tarea era enorme: el 80%de la población no sabía leer ni escribir; la mitad ni siquiera hablaba castellano. México era un país empobrecido por diez años de guerra civil; el gobierno no tenía recursos pero sí voluntad. Todos los niños mexicanos recibirían educación, nutrición y salud, o como entonces se dijo: "alfabeto, pan y jabón".

Aquí entra en escena Vasconcelos. El es quien redacta la ley que crea la Secretaría de Educación Pública (1921) y encabeza esta institución durante tres años. Fundó las famosas brigadas de "maestros misioneros" que construyeron mil escuelas rurales y alfabetizaron a 100 mil mexicanos. Vistos desde hoy, los resultados alcanzados fueron notables, pero más la manera imaginativa de instrumentarlos. Vasconcelos gustaba repetirlo: "Logré lo principal: interesar a la opinión pública en la tarea de la educación popular y afirmar el precedente de que es el Estado el que debe fomentar la educación destinándole una parte considerable de sus recursos fiscales." Esta convicción se prolongó a lo largo del siglo. ƑCómo lo hizo?

Primero, con un método: Vasconcelos creía que los hombres aprenden poniendo en juego su intelecto, su sensibilidad y su ética: "todo su ser, coordinadamente". Educar requería entonces transmitir conocimientos y técnicas, pero también era necesario provocar emoción y generar entusiasmo para multiplicar el esfuerzo. Nada se olvida si entusiasma. La experiencia vivida enseña . Más que rutinas de revisión de tareas y conocimientos, educar era cambiar el ánimo, "construir un alma nueva". La sociedad se transformaría a sí misma movilizando sus energías en una atmósfera de participación y libertad. Por eso se recuerda a Vasconcelos, porque aquellos jóvenes a quienes animó -y que luego fueron escritores, poetas, pintores, músicos, políticos o maestros- construyeron una imagen espléndida de lo que era su país y protagonizaron uno de los mejores momentos del siglo XX mexicano.

Imaginemos a esos jóvenes citadinos, estudiantes universitarios voluntarios, llegar a los pueblos de la sierra de Puebla o de Hidalgo, a Oaxaca o al Istmo, para invitar a la gente a construir una escuela. Seguramente al principio fueron vistos con suspicacia. Pero a quienes escucharon su llamado les enseñaron "los rudimentos pedagógicos" para que fueran maestros de otros. Más tarde llegó la "misión escolar", formada por peritos en agricultura y maestros de artes y oficios. Sus palabras circularon en los volantes de diseño modernista que hoy atesoran los museos: "se invita atentamente a las comunidades indígenas que gusten participar..." y la gente se juntaba y participaba.

A la sombra de un árbol, bajo los portales pueblerinos, donde fuera, los muchachos leían en voz alta episodios heroicos nacionales, páginas de la Ilíada o diálogos de Platón, y dejaban los libros en la escuela. Vasconcelos había tomado esa idea de Gorki: "plebeyo genial que se acordó de los suyos y se dijo: hay que abaratar los clásicos y darlos a los pobres ƑQué mejor tesoro que repartir?". Algunas veces los jóvenes misioneros y los aprendices de maestros ayudaban a empedrar calles, plantar árboles y ubicar cisternas. Por las noches proyectaban películas, organizaban con los jóvenes del pueblo representaciones teatrales y formaban coros que interpretaban tonadas regionales, corridos o canciones de moda. La idea de Vasconcelos tuvo un éxito inesperado. Los muchachos fueron a enseñar pero acabaron aprendiendo. Regresaron cargados de notas y escribieron libros sobre las artes populares, las costumbres y los pueblos indígenas. Cumplieron fervientemente la misión patriótica de enseñar a leer a quien no sabe. Esa prédica, que era una combinación peculiar del espíritu misionero de Vasco de Quiroga y de vanguardia modernista militante, fue el cimiento del innovador proyecto de educación nacional.

Segundo, esta tarea fue guiada por una idea de comunicación. La cruzada educativa quedó fijada en los frescos que cubrieron los muros de los edificios públicos. En las paredes pintadas se reunieron los héroes históricos con los nuevos protagonistas (campesinos, soldaderas, obreros y maestros), enmarcados por emblemas antiguos (el águila, la serpiente, el nopal, los volcanes) y emblemas nuevos (cananas, banderas rojas, hoz y martillo). En las pinturas murales se plasmó el proyecto educativo de la revolución. Aunque hubo quien protestó porque los venerables muros coloniales eran decorados con "monigotes", el experimento le dió visibilidad, reconocimiento y significado a la política educativa y la hizo trascender. Sucedió el fenómeno cultural que los especialistas llaman "producción de sentido".

La década siguiente mantuvo esa fuerza simbólica pero la dotó de una organización logística. Como réplica del ejército revolucionario surgió un cuerpo magisterial disciplinado y modernizador, que recibió la misión de "dar a las nuevas generaciones un concepto racional y científico del universo". Más racionalista y solidaria que socialista, la educación se hizo obligatoria, gratuita y estatal. Las misiones escolares de la primera época fueron tachadas de "espejismo idealista". Su lugar fue tomado por las "casas del pueblo" y los maestros se convirtieron en líderes comunitarios y agraristas, "combatientes que empuñaban el arma efectiva de la propaganda ilustrada contra la ignorancia y la calumnia azuzadas por los capitalistas, el clero reaccionario y las guardias blancas asesinas". Sacado de su contexto mundial, ese cambio fue visto como un nuevo voluntarismo, no como la arena de luchas ideológicas que en realidad fue. Pero recordemos que esos años de 1924 a 1934 fueron de crisis, depresión y prohibición en los Estados Unidos. Fueron los años en que Stalin tomó el poder, cuando el eje Roma-Berlín marcó el ascenso del fascismo y se creó la república española. Si recordamos estos acontecimientos entenderemos mejor la violenta turbulencia ideológica desatada por vientos encontrados ƑQué idea de nación ganaría el futuro? Entonces liberales, jacobinos anticlericales, socialistas y comunistas se enfrentaron entre sí (camisas doradas contra camisas rojas). Los choques fueron tan violentos que se confundió el valor individual con la militancia, la disciplina con el conformismo y la orientación con la "línea". El revoltijo de ideas dejó herencias equívocas al identificar la libertad de cátedra y opinión con la oposición antiestatal y el "peligro reaccionario" y hacer del universalismo y la solidaridad entre los pueblos del mundo (preconizada por los comunistas) un enemigo irreconciliable de los localismos patriotas (católicos). Cuando se reformó el artículo tercero constitucional (1934), la sociedad estaba desgarrada, un fanatismo se enfrentaba a otro fanatismo: la educación no oficial se hizo clandestina y los maestros oficiales se arriesgaron a perder las orejas o la vida.

México retrasó su entrada a la Segunda guerra mundial y hasta 1942 tomó el lado de los aliados. Ese año Octavio Paz salió del país con éstas razones: el ambiente era intolerable, pues la academia se había convertido en "el equivalente estético del PNR"; la retórica ahogaba a los artistas. Unos se habían convertido en "apologistas del régimen, otros en tapadera de la dictadura burocrática de Stalin". La entrada a la guerra fue acompañada por un giro político. Los maestros militantes perdieron sus puestos. Las "desviaciones de las actividades propias de la enseñanza y adopción de ideologías exóticas sin arraigo en nuestro suelo" fueron el pretexto de la exclusión. Quedaron atrás las ligas de artistas y escritores revolucionarios, la gráfica popular y la iconografía proletaria. En 1946, disuelto el PNR y fundado el PRI, se reformó el artículo tercero de la Constitución. El anhelo de construir la unidad nacional sirvió de pretexto para condenar la disidencias.

El Plan de once años se estructuró a partir de un gigantesco esfuerzo de construcción de aulas escolares funcionales y prefabricadas, y de una nueva campaña de alfabetización. El Secretarío de Educación, Jaime Torres Bodet, vasconcelista en su juventud y diplomático de carrera, le dió un nuevo giró a la educación pública con la distribución masiva de libros de texto únicos, gratuitos y obligatorios para construir la unidad nacional. Los maestros, respondiendo a una administración centralizada, se organizaron en el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Como homenaje a los orígenes, se retomó la idea de publicar libros y una Biblioteca Enciclopédica Popular le ofreció a una nueva generación lecturas e información cultural. Por esos años llegaron de Europa, entre los primeros refugiados de la guerra, maestros universitarios, técnicos y científicos españoles que crearon institutos de investigación, fundaron editoriales, imprentas, librerías y espacios profesionales nuevos. Buena parte del salto cualitativo que dió entonces la educación se debió a ellos.

Siguieron los años de 1950-60, "quietos y aburridos, con sus suburbios y televidentes, cuando vivir bien era rodearse de consolas, lavadoras, salas modulares, alfombras de pared a pared, plásticos, cromos y neones"(Novo). Los programas educativos revelan los complicados equilibrios de la posguerra: nacionalismo democrático, solidaridad internacional y autodeterminación, enseñanza técnica y escuela de la mexicanidad. El sistema educativo se extendió para integrar administrativamente desde el jardín de niños hasta la universidad, y estructuró una organización gremial de maestros "prácticamente única", como espejo del partido de Estado.

La construcción de la Ciudad Universitaria provocó orgullo e interés más allá de los círculos universitarios. Las familias organizaban paseos para ver a Juan OƀGorman decorar con mosaicos el edifico de la biblioteca. El proyecto se terminó en cinco años y expresó el salto de la vida moderna que abandonaba los espacios caducos de la ciudad vieja por un nuevo proyecto pedagógico. La Torre de Ciencias separaba el campus de las humanidades del de las ciencias. Un circuito arbolado le daba continuidad constructiva a las diferentes facultades y escuelas, a los espacios deportivos y a la explanada. Se pensaba que esta nueva racionalidad transformaría la mente de los estudiantes ųexcesivamente ligados a la política en la vieja universidad del centro-, convirtiéndolos en jóvenes responsables y disciplinados, dedicados a estudiar. Todo era sólido: los edificios cuadrangulares, los materiales duraderos. La nueva universidad duraría para siempre. En 1968 se registraron las primeras señales de que el sueño disciplinario no daba más de sí. Una generación se movilizó contra la asfixia y el conformismo. En contraste con lo que aprendieron en las aulas sobre la crítica y la libertad, la realidad les respondió con la lección de la intransigencia y el autoritarismo.

En 1950 el 80% de población analfabeta de 1os años veinte se había reducido a 43% y a 35% en 1960. Esos fueron los años del gran progreso educativo. Después, apenas se pudo emparejar el crecimiento demográfico. Se decía que habría educación para todos, pero el analfabetismo no se erradicó: en 1970 era de 24%, en 1980 de 20%, en 1990 de 18% y en 1999 de 14%. Las cifras no permiten medir otros problemas, como el de la calidad de la educación. Además, la forma centralizada de administrar terminó mezclando los temas laborales con los pedagógicos. El modelo hizo crisis en 1982: miles y miles de maestros llegaron a la capital a protestar por sus condiciones laborales y la situación de la enseñanza. Siguió luego la descentralización y la federalización de la educación. Pero estamos lejos de haber resuelto los problemas que entonces se plantearon y las réplicas de aquel terremoto se repiten cada vez que se considera la asignación anual de los presupuestos.

El siglo cierra sumido en contradicciones. En los documentos gubernamentales se habla de un proceso educativo permanente, pero la discontinuidad que opera en la realidad impide cualquier mejoría en la calidad. Se dice que la educación debe contribuir al cambio económico y social, abrir oportunidades y transformar mentalidades, pero esos propósitos son incumplibles en un horizonte de recesión y desempleo. Se educa para que los jóvenes se adapten al cambio tecnológico, no para que lo conduzcan; "aprender a aprender" es el lema, pero sin infraestructura adecuada, pues la insuficiencia del presupuesto castiga primero a las bibliotecas. Las "novedades editoriales" toman el lugar de los pensamientos y descubrimientos nuevos. La SEP ha sido encabezada por personalidades distinguidas. Pero si se compara lo que sucede hoy con sus orígenes, lo menos que puede decirse es que el impulso perdió el ánimo.

En este fin de siglo que es un tiempo de bibliotecas y librerías virtuales, de conexiones satelitales que permiten a un estudiante, en cualquier lugar de la república, acceder a conferencias dictadas en las mejores universidades mundo, de medios de difusión masiva omnipresentes, no está de más recordar lo que decía Vasconcelos: el fin de la educación es formar hombres capaces de bastarse a sí mismos y formular un plan de vida; las rebeliones escolares nacen de la poca estima que se otorga al magisterio; la emoción como instrumento de conocimiento abarca más que la inteligencia; nada es más fascinante, más poderoso y más peligroso que el manejo de las palabras y eso, precisamente, es lo que se aprende en la universidad; la enseñanza no puede desligarse de la idea de país que quisiéramos que fuera México; eludir el esfuerzo de mejorar la educación es defraudar la tarea de construir una patria mejor para todos.