El sexo no pudo con las lágrimas

Leonardo García Tsao n Por alguna razón, la crisis de la pareja yuppie ha sido un tema constante en la comedia mexicana de cierta ambición en los 90. El fenómeno parte desde Sólo con tu pareja (Alfonso Cuarón, 1991), pasando por algunos títulos anodinos de Televicine, hasta llegar al éxito comercial de Cilantro y perejil (Rafael Montero, 1996). Ahora, el dramaturgo y director de teatro Antonio Serrano debuta en el cine con Sexo, pudor y lágrimas, una adaptación de su propia obra, que promete igualmente funcionar en taquilla (en la pasa da Muestra de Guadalajara obtuvo el premio del público).

Serrano sitúa su acción en dos departamentos opuestos de Polanco. En uno de ellos, la pareja formada por Ana (Susana Zabaleta) y Carlos (Víctor Huggo Martín) se encuentra en problemas -sexuales, sobre todo- a causa del ensimismamiento místico del segundo. No ayuda la llegada de Tomás (Demián Bichir), un cuate de ambos -y ex novio de ella- que ha regresado de un viaje por el mundo para quedarse a vivir con ellos. Algo similar ocurre con los amigos de enfrente: la ex modelo Andrea (Cecilia Suárez) ya no aguanta las infidelidades de Miguel (Jorge Salinas), ambicioso ejecutivo publicitario, que hospeda en su hogar a María (Mónica Dionne), una antigua novia que ha regresado a México tras separarse de su esposo en Africa. Recalentados los viejos romances, la crisis se precipita. Las dos parejas truenan y se forja un nuevo arreglo: un departamento es ocupado por los hombres, el otro por las mujeres.

El título de la cinta no es sólo una variante de la famosa frase bélica, sino una síntesis de su estructura narrativa. En su primera parte, el sexo es la principal preocupación de la mayoría de los personajes y, en particular, de Tomás, un hedonista irresponsable, dispuesto a copular con quien se deje. El pudor es representado por la reacción contraria de Carlos y Andrea, quienes imponen un voto de castidad para aclarar las cosas. Finalmente, las lágrimas llegan a la hora de la introspección; los hombres son los más azotados al darse cuenta que han traicionado sus ideales juveniles, tomando un camino existencial equivocado. Hasta Tomás se pone chipil sobre el tiempo perdido. Eso conduce a un forzado final trágico, que además de no convencer en términos dramáticos hasta moralista resulta.

En ese sentido, Serrano ha repetido las virtudes y defectos de la obra original. Tras un inicio algo estridente, la comedia encuentra sus mejores momentos en la chistosa confrontación entre los sexos, cuando el sentimiento de complicidad convive con la inevitable competencia. Aquí el director elabora con acierto un concepto visual de espejo: cada uno de los personajes encuentra su equivalente y se refleja en el otro bando, elemento que se acentúa con la oposición física de los espacios. Por lo mismo, Serrano evita una sensación de teatralidad, apoyado en una ágil puesta en escena y un reparto cumplidor.

Sin embargo, Sexo, pudor y lágrimas sucumbe en su última parte a una contradictoria solemnidad, muy característica por otra parte. Al abordar un tema concerniente a un amplio sector del público clasemediero (millones de juntas de aveniencia lo confirman), Serrano se siente obligado a tirar la neta del planeta, como quien arruina una fiesta divertida por iniciar una discusión seria. Al hacerlo, sabotea a su personaje más simpático, Tomás, sometiéndolo a un castigo inmerecido. Según lo ha demostrado Billy Wilder, quizás el mejor autor de comedias mordaces, no son necesarios el azote y el golpe de pecho para decir cosas pertinentes. Al contrario, el humor suele ser más demoledor y efectivo a la hora del discurso.

Sexo, pudor y lágrimas

D: Antonio Serrano/ G: Antonio Serrano, basado en su obra teatral homónima/ F. en C: Xavier Pérez Grobet/ M: Aleks Syntek/ Ed: Samuel Larson/ I: Demián Bichir, Susana Zabaleta, Mónica Dionne, Jorge Salinas, Cecilia Suárez, Víctor Huggo Martin/ P: Titán & SPL, en asociación con Imcine, Argos Cine. México, 1998.