Su figura enjuta no hace justicia a la fortaleza de su convicción. En sus pequeños ojos no le cabe ésa, su mirada con tanto horizonte. Su altura considerable en nada mide su grandeza histórica. Ni medio siglo de apartheid sobre su pueblo ni más de diez mil días de su vida en prisión pudieron acabar con su sonrisa. Su vida y su lucha han sido siempre la misma, una sola: Sudáfrica.
Militante de la dignidad y la esperanza, Nelson Mandela ha culminado su enorme y trascendental tarea luego de una vida de intenso activismo político, de movilización militar, de resistencia pacífica, de ejercicio de gobierno, de lucha permanente e irreductible de los derechos de la mayoría negra en Sudáfrica. El pasado 16 de junio, luego de un proceso electoral incuestionable, fue sucedido en el gobierno por Thabo Mbeki. Termina así su vida política resistiendo el canto de las sirenas, renunciando al poder en un país que lo ama y respeta. Acaso más difícil que acceder al poder, es abandonarlo y Mandela ha dado con su retiro una lección más de ética y civilidad.
Amante de la libertad que le costó el encierro por veintisiete años, el rostro de Nelson Mandela evoca, quizás como sólo el de Gandhi o el de la Madre Teresa de Calcuta, la historia de este siglo, pequeño en alegrías, inmenso en tragedias y dolor. Su rostro, su figura, su causa representan la esperanza de millones de personas que no se extinguió por completo en este tiempo que les tocó vivir. Ni su espíritu se quebrantó en el cautiverio ni se llenó del infecundo odio al ser liberado y construir la nueva Sudáfrica.
Su biografía, como la de pocos, define una época para una nación y para millones de personas en el mundo. Nelson Mandela es la resistencia y la lucha, su vida es testimonio moral contra una de las peores plagas de este siglo: el racismo.
Fuera de prisión las cosas no fueron menos complejas. Sudáfrica estaba dividida por el odio y por la historia, la paz era una condición necesaria para pensar en la democracia. En abril de 1994 se celebraron elecciones libres, el Congreso Nacional Africano (CNA) obtuvo un amplio triunfo, 62 por ciento, pero fue la democracia la que ganó.
Para gobernar Sudáfrica y culminar su transición, Mandela lo hizo sin rencor, no buscó venganza contra nadie por los casi treinta años que pasó en prisión. Mandela alcanzó la paz y la reconciliación de Sudáfrica no a través de las armas, como creía de joven, allá en los sesenta, lo hizo por medio de la paz.
Lytton Strachey escribió que "los seres humanos son demasiado importantes para ser tratados como simples síntomas del pasado". En el caso de Nelson Mandela resulta doblemente imposible como pasado. Madiba resulta testimonio moral de una lucha no por el derecho de algunos, sino para conservar la humanidad de todos: como futuro, nos brinda la esperanza necesaria para el próximo milenio.