Iván Restrepo
Texcoco y el futuro aeropuerto internacional
Aunque no se ha hecho el anuncio oficial correspondiente, todo indica que el gobierno federal ya escogió el sitio donde se construirá el nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. La actual terminal aérea concentra 40 por ciento del movimiento aeroportuario del país y no satisface adecuadamente las necesidades de una actividad en continuo crecimiento; las ampliaciones y mejoras que le han hecho sólo aminoran los problemas. Además, es foco de contaminación y origen de otros desajustes. Nada mejor, entonces, que edificar otro moderno y que no sea una amenaza ambiental y de seguridad.
El sitio para las nuevas instalaciones se encuentra cerca de Texcoco y a 40 kilómetros del aeropuerto actual, que seguirá funcionando normalmente hasta el 2005 para después atender sólo vuelos nacionales. Se descarta así a Tizayuca, en Hidalgo, que era la otra alternativa. Las obras de la primera etapa se iniciarían el sexenio próximo con una inversión superior a los 2 mil 500 millones de dólares. Aún no se toma la decisión sobre el origen de los recursos, pero con los aires privatizadores que reinan en México nada difícil es que sean particulares los que financien las obras y manejen la nueva terminal. Si fracasan, nuestros impuestos los rescatarán, como ocurrió y sigue ocurriendo con los bancos y las autopistas.
El futuro aeropuerto internacional aumentará la contaminación en la zona metropolitana, muy especialmente en la parte oriente. Allí ha habido en el último cuarto de siglo un exitoso programa para recuperar el ex lago de Texcoco. Miles de hectáreas hoy están arboladas o con pastos que sirven como cortinas rompevientos y evitan la lluvia de partículas sobre la capital y sus alrededores. Otras miles sirven para recargar de agua el subsuelo e invernadero de numerosas especies de aves locales o provenientes de Estados Unidos y Canadá.
Aunque las autoridades sostienen que la recuperación del ex lago seguirá adelante, el funcionamiento de la nueva terminal alterará los logros alcanzados. A ello se suma el hecho de que el gobierno planea convertir la zona oriente en polo de desarrollo industrial y agropecuario, atrayendo así mayor población y servicios diversos. Los desajustes ambientales serán obvios, no solamente por la contaminación sino por la presión humana y de las actividades económicas y humanas sobre recursos cada vez más escasos, como el agua. En paralelo, se clausura la posibilidad de ampliar la recuperación ambiental de esa parte de la cuenca en beneficio de millones de personas que padecen los efectos de la concentración geográfica, industrial, administrativa, etcétera.
Al elegir la zona de Texcoco para el aeropuerto internacional, nuevamente las autoridades olvidaron realizar la más mínima consulta con la ciudadanía; ignoraron a los poderes legislativos federales del estado de México y de la ciudad capital, siendo que es un asunto que interesa a quienes vivimos en esta parte del país. Es claro que el ambiente ocupó el último lugar a la hora de tomar la decisión, como es costumbre con los proyectos oficiales. La sustentatibilidad, la salud y la calidad de vida de la población no importaron otra vez. Cuando lo sensato es enriquecer el medio como forma de contrarrestar la contaminación y el deterioro de recursos que padecemos; cuando el dicurso de los funcionarios sostiene que se reforzarán las políticas de descentralización, se hace, de nuevo, lo contrario.