José Blanco
La fragilidad y el blindaje

Una economía sólida no requiere ser acorazada. Si la nuestra ha de ser blindada, ello se explica por su fragilidad. La endeblez externa de la economía es el problema principal, y se ha venido expresando en crisis financieras sexenales recurrentes: devaluación abrupta, contracción del producto, aumento acelerado del desempleo, espiral inflacionaria, programa recesivo de ajuste. Hasta nuevo aviso (o nuevo sexenio).

Ahora con el blindaje el país cuenta con una mayor probabilidad de franquear la sucesión presidencial sin el intenso drama social que ha acompañado a los cuatro anteriores recambios del Ejecutivo. Aunque la garantía no puede ser total, las oposiciones al gobierno debieran congratularse de esta nueva condición; no sólo porque ahora pudieran ser evitados los sufrimientos atroces que las crisis anteriores han infligido a la sociedad, sino porque si el PAN o el PRD resultara victorioso en los comicios, tendrá un inicio de gobierno mil veces más estable que el que tendría en ausencia de esos apoyos suplementarios.

La vulnerabilidad frente al exterior tiene componentes de diverso orden; el más profundo es de carácter estructural: la ausencia de numerosas ramas productivas para concretar la inversión productiva; por esta condición el crecimiento económico lleva consigo el aumento desproporcionado de las importaciones, que se traduce invariablemente en un aumento acelerado del déficit comercial y, en seguida, del déficit en cuenta corriente; es decir, el crecimiento trae consigo su propio autoestrangulamiento.

Si, como en los años de 1996 a 1998, en 1999 el déficit en cuenta corriente, como proporción del PIB, volviera a duplicarse, rebasaríamos la cota alcanzada en 1994, último año de nuestras crisis recurrentes. Alcanzar esa cota crítica no es difícil con las nuevas tasas de crecimiento anunciadas por Hacienda: 3 por ciento en 1999 y 5 por ciento en el 2000; ello, además, acompañado de la creciente sobrevaluación del tipo de cambio que hemos venido experimentando. La diferencia con las situaciones anteriores es ahora el blindaje. Contra los efectos en la balanza de pagos de esas tasas de crecimiento resultó necesario un "chaleco antibalas" y no el "suéter" que quería el Financial Times. Sin blindaje, iríamos nuevamente a la ruina, con esas tasas de crecimiento. He ahí un problema estructural no resuelto.

Lo peor que le puede pasar al país, de otra parte, es verse en la necesidad de usar el blindaje negociado. El riesgo de usarlo, por cierto, lo suscita el propio blindaje. Su uso sería resultado de haber sufrido otra vez un gran desorden financiero en la coyuntura electoral, con lo que el país habría quedado de nuevo con una gran carga por el servicio de una deuda aumentada por otra crisis financiera más que, sin remedio, vendría acompañada de otro programa de ajuste recesivo que añadir a la calamidad sin fin que hemos vivido.

La probabilidad no es remota, pues hay otros motivos que acrecen los riesgos de una nueva crisis financiera. Los problemas no resueltos sobre la organización y condiciones de operación de la banca siguen pesando como obesos fardos y, señaladamente, además, la cuerda floja de la política propiamente dicha. No hay duda de que banca y relaciones políticas dan motivos sobrados para alimentar la desconfianza del sector financiero internacional, absolutamente decisivo en la operación interna de la economía, dada nuestra por ahora insuperable dependencia financiera del exterior.

Desequilibrio estructural externo, banca y relaciones políticas son problemas de gran magnitud que tienen solución, aunque exigen visión de país ųno sólo de poderų, y plazos muy distintos. Nada se resolverá, sin embargo, si los partidos políticos continúan sin hallar ųni buscarų el piso común de un proyecto para la nación, que no puede sino traducirse en políticas de Estado para diversos ámbitos de la vida social y económica, para dar dirección al futuro, con independencia del partido que resulte triunfador en los próximos comicios.

La civilidad y la civilización de unos acuerdos interpartidarios, sin embargo, son aún desconocidas criaturas exóticas en la agenda de nuestros precarios partidos políticos.