Alberto Aziz Nassif
Triple incertidumbre

En un estudio reciente sobre el desarrollo humano en Chile, realizado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, se encontraron resultados interesantes sobre el desencanto de la modernidad. La tesis no es nueva, pero lo que sí es una novedad es que suceda en un país con buenas condiciones y que se haya podido delimitar a través de una investigación empírica. Si comparamos el problema que señala este trabajo con lo que sucede hoy en día en nuestro país, puede resultar alarmante el momento mexicano.

El desarrollo humano se entiende como un proceso de ampliación de la gama de oportunidades de que dispone la gente para hacer su vida cotidiana, de una forma libre y segura. En los últimos años, los chilenos han tenido importantes logros económicos y sociales: crecimiento de la economía y del salario real; se ha duplicado en diez años el nivel de ingresos per cápita; tienen una disminución de la pobreza y un incremento del gasto social; la distancia entre los extremos de ingreso (después de impuestos) es de 8.6 veces; hay avances en materia de negociación colectiva, cobertura laboral y capacitación; mejora en el sistema de subsidios a la vivienda y un buen sistema de pensiones, todo lo cual mejora la calidad de vida en ese país; además de contar con una democracia estable.

Sin embargo, como una paradoja, se encontraron signos de un malestar difuso, ya que al parecer los mecanismos de integración social no están funcionando adecuadamente. Las relaciones entre la subjetividad (valores, motivaciones, afectos) y el proceso de modernización (bienestar y racionalidad de las sociedades actuales) producen tensiones y miedos. Este malestar se encontró básicamente en el miedo al otro, a la exclusión y al sin sentido. Es decir, se está perdiendo la confianza social, el sentido de pertenencia y la certidumbre que ordena la vida cotidiana. Muchas son la fuentes de estos miedos, desde los cambios en la familia, hasta la debilidad de las instituciones públicas que no generan una ciudadanía fuerte.

ƑCómo estamos en México frente a ese perfil? En nuestro país ni siquiera podemos darnos el lujo de plantear el problema de la seguridad humana como una paradoja, sino como una triple incertidumbre: la del mundo económico, la política, que tiene que ver con la sucesión del 2000, y la subjetiva.

Para empezar, aquí tenemos los agravantes de la pobreza mucho más acentuados que en Chile. El crecimiento económico de los últimos años ha sido insuficiente para las necesidades del país; la pobreza ha crecido de forma alarmante; la desigualdad en la distribución del ingreso es abismal (siete familias tienen el 5 por ciento del PIB); los instrumentos de la seguridad social (educación, salud, vivienda, pensiones) son deficientes y van a la baja en sus niveles de cobertura y protección.

Hace unos días se empezó a desplegar un aire gerencial con el famoso blindaje económico que el gobierno ha puesto en marcha para que el país no vuelva a caer en su acostumbrado bache sexenal. Cuidar la estabilidad financiera puede ser importante para la economía mexicana, pero no es suficiente para que la incertidumbre política se pueda reducir a los niveles manejables de cualquier sistema democrático.

Una de las diferencias entre un país con una democracia estable y la que existe en nuestro país, es la fragilidad de nuestras instituciones. Una razón de nuestra incertidumbre es la posibilidad real de que fuerzas, al margen de la legalidad, puedan irrumpir en el escenario.

Otra razón de nuestra fragilidad institucional la tuvimos en estos días, cuando el PRI no sólo rechazó la reforma electoral que aprobaron los partidos de oposición, sino que ahora quiere retroceder en la ciudadanización de los organismos electorales y meter a los partidos en las comisiones del Instituto Federal Electoral.

Una más de nuestras graves debilidades políticas es la posibilidad de la compra y la coacción del voto en los grupos vulnerables (que son millones de mexicanos). En suma, nuestra incertidumbre política se debe a la violencia, el autoritarismo y la pobreza.

En el plano subjetivo "nuestros miedos" son menos difusos y más evidentes que en Chile. El malestar cotidiano tiene que ver con la exclusión social, una inseguridad pública creciente y generalizada y la falta de futuro.