Arnoldo Kraus
Aborto e intolerancia

A los editores del Time y de otras revistas estadunidenses, tan adeptos y tan fanáticos de las encuestas, de la búsqueda del hombre más popular del año o del siglo, y de la construcción de escenarios para identificar lo más sobresaliente de... les ha faltado una pesquisa: ƑCómo denominar este siglo? Adelanto la respuesta: el de la intolerancia.

La intolerancia no sólo es no tolerancia. Es un paso más profundo. Es la forma activa de negar lo común y de no aceptar el libre albedrío. Es la constatación de que lo humano no reconoce lo humano. Y es la comprobación de que la tolerancia es una invención tan lejana que rastrear su historia es inútil. ƑQuién inventó la tolerancia? No pudo haber sido ni Dios ni el humano porque la inmensa mayoría, sino todas las muestras de la intolerancia presentes y pasadas, provienen precisamente de nuestra especie y de las doctrinas religiosas. ƑQuién mata en nombre de quién? ƑCuántas guerras hemos padecido en nombre de Dios? ƑY en nombre de qué deidad se ha matado en Estados Unidos a médicos por practicar el aborto?

Curiosamente, en ese rubro, la mayoría sí nos parecemos: judíos, negros, católicos y musulmanes somos iguales. No tolerar a los otros y asirnos de fundamentalismos estúpidos es una forma de ser los mismos. Estoy convencido que mientras los fundamentalistas judíos y musulmanes son idénticos, los judíos seculares en casi nada (o nada) se parecen a los ultras del mismo origen. Quizá ésta sea la máxima paradoja de la intolerancia: en el desfile de la denostación, de la negación "del otro", del atropello y de la muerte, los fanatismos hermanan. Lo que desprecian unos, lo que quieren borrar otros, es finalmente idéntico: son ellos mismos.

La intolerancia niega la autonomía y no acepta el pensamiento distinto. Las religiones son líderes en esta diatriba y sin duda madres, sin alter ego, de muchas muertes. Es curioso que sea Alemania, quizá la nación líder en intolerancia, en donde ahora se vivan, en relación al aborto, estos desencuentros.

En ese país, la interrupción del embarazo es legal durante los primeros tres meses de gestación. Para abortar, las mujeres deben obtener, por exigencia legal, el certificado de un centro de asesoramiento en donde participan psicólogos, médicos, asistentes sociales y representantes de las diferentes religiones. Antes de interrumpir el embarazo, se invita a las mujeres a una reflexión de carácter moral. Independientemente del consejo que se dé, los centros están obligados a expedir un certificado que permita el aborto cuando ésa haya sido la decisión final.

La Iglesia católica alemana participa desde hace tiempo en esos centros de asesoría para mujeres embarazadas; el Vaticano ha solicitado desde hace más de un año que se clausuren esos consultorios. Los obispos germanos argumentan que su presencia es crítica no sólo para contrarrestar la fuerza de los protestantes, sino porque juzgan que, gracias a sus consejos, 25 por ciento de las mujeres cambian de opinión y no abortan. Sin embargo, el Vaticano considera que a pesar de que sus sacerdotes asesoran siempre en contra, sus certificados, en aquéllas que optan por abortar, validan el procedimiento.

Es evidente que existen, al menos en este rubro, hondas diferencias entre los obispos católicos alemanes y el Vaticano. Mientras que los primeros, a pesar de tratar siempre de evitar el aborto dialogan y reflexionan junto con la madre, para los máximos representantes del catolicismo no hay siquiera espacio para este tipo de encuentros. Asimismo, la Iglesia alemana considera también fundamental darle a la interesada voz, personalidad y papel protagónico. Quizá porque tienen a la mano las cifras de mujeres que mueren cada año en todo el mundo por practicarse abortos clandestinos en pésimas condiciones de higiene o, quizá, porque validen realmente la vida y voluntad de la madre como muestra de la existencia de Dios. En otras palabras, reconocen, al menos en el rubro del aborto, la autonomía de la mujer sin negar el papel cimental de la religión.