La economía, atada a labores castrenses
Hermann Bellinghausen, enviado, ejido Emiliano Zapata, Chis., 22 de junio * A menos de un kilómetro de la principal base de operaciones de la 39 Zona Militar del Ejército Mexicano, Emiliano Zapata se las arregla para coexistir con los priístas de San Quintín, pertenecer a la ARIC-Independiente y reconocerse miembro del municipio autónomo Maya, a la par de las comunidades zapatistas.
Esta es una de las distintas maneras de vivir en la selva Lacandona. Fundado hace 31 años, el ejido se convirtió en guardián, por derecho propio, de la hermosa laguna de Miramar, dentro de la Reserva de la Biosfera de Montes Azules. Y los ejidatarios cumplen su responsabilidad. Apoyados por fundaciones privadas, han desarrollado un proyecto de ecoturismo, gracias a su vecindad con la famosa laguna. No obstante, la desigualdad de sus condiciones de vida, comparadas con San Quintín, es evidente.
En el camino que separa Zapata de Miramar, Roberto y su hijo Miguel buscan un caballo que se les perdió. "Alguien lo soltó y lleva todo el día metido en el campo", dice Roberto cobijándose bajo la modesta sombra de un árbol huérfano entre las milpas, y bajo el tremendo sol de las tres de la tarde, la peor hora para caminar.
El caballo no aparece en las milpas, tampoco en el acahual, y mientras, dice Roberto:
"Los soldados se han querido meter en la laguna. Andaban cortando la selva, y ensuciando los ríos y la laguna. Hasta que la comunidad se organizó para que ya no lo hicieran".
La vecindad con la ciudadela militar de San Quintín, y la construcción del estratégico puente sobre el río Jataté, trajeron momentos de grave tensión en la comunidad, pero los ejidatarios tzeltales han logrado conservar su organización y los intereses de la comunidad.
Según Roberto, "los soldados vieron que si quieren vivir en San Quintín no pueden tener de enemigos a los vecinos, y ahora nos han dejado un poco en paz".
Un poco, en efecto. Todas las mañanas atraviesa la comunidad una pipa del Ejército federal, en ocasiones escoltada por soldados apuntando, para cargar agua de un manantial de Zapata.
De manera similar, Betania, otra comunidad cercana, ha logrado un equilibrio, quizás precario, con el inmenso complejo militar de San Quintín.
Ante edificaciones tan monumentales como la sede nominal de la 39 Zona Militar en Toniná, cerca de Ocosingo, y la sede real en San Quintín, uno piensa que con menos inversión se hubieran construido una universidad y varias escuelas.
Pero en las cañadas la lógica es de guerra. Aquí se construye una economía sujeta a la militarización, y una vida cotidiana que, en la mayoría de las comuni- dades, es de resistencia, y por lo tanto de vivir bajo amenazas y bloqueo político y social. Tras la aparente calma, los tentáculos de la guerra se extienden en contra de la voluntad de la gran mayoría de los indígenas de las cañadas.
Una guerra latente
En la selva Lacandona, lleva 4 años y medio la militarización integral, uno de los pocos proyectos gubernamentales que mantienen crecimiento progresivo. Que se sepa, no ha sufrido recortes presupuestales, ni cambios sustantivos en la estrategia planeada. Durante ese lapso hubo negociaciones de paz con los rebeldes del EZLN, se firmaron acuerdos en 1996, y a punto de terminar el siglo, con los acuerdos incumplidos, y las negociaciones interrumpidas, lo que las comunidades han visto es el florecimiento de cuarteles, campamentos, con las secuelas económicas y sociales de la militarización.
El levantamiento indígena de 1994 trajo, entre sus múltiples consecuencias, la más acelerada política caminera en la historia de Chiapas. De este modo, todas las instalaciones militares que proliferan en la zona de conflicto, tradicionalmente aisladas, cuentan ya con vías de comunicación aérea y terrestre para sostenerse; así, estarían en condiciones de realizar una "guerra rápida" (en caso de que tal cosa exista).
Los indígenas de las distintas regiones reciben los "beneficios" de esta peculiar modernización de manera, por así decirlo, colateral. Y eso, si bien les va.
El caso más ilustrativo lo constituye San Quintín, la ciudadela castrense a orillas de los Montes Azules, en la cañada que forma la sierra de La Colmena, a cuyas faldas prosigue su ruta por la selva el indomable río Jataté.
El camino terrestre, que conduce al enclave de San Quintín desde la ciudad de Ocosingo, atraviesa antes la cañada de Patihuitz, una de las zonas más emblemáticas y conocidas del zapatismo.
Las huellas de la militarización son palpables en todas las comunidades tzeltales. Grandes campamentos están establecidos, de manera cada día más permanente, en las afueras de La Garrucha, Patihuitz, La Sultana, La Soledad y San Quintín. El campamento del Ejército federal en tierras ejidales de La Garrucha se encuentra a menos de un kilómetro del Aguascalientes de dicha comunidad zapatista. Allí, el papel del Ejército es de control y asedio permanente, patrullajes diarios, interrogatorios, etc.
En las comunidades compuestas por campesinos de diversas organizaciones (y por ende, divididas), el Ejército federal penetra la vida comunitaria, y realiza tareas de contrainsurgencia. Esto resulta más evidente en Patihuitz y La Soledad, donde cohabitan simpatizantes del EZLN con miembros de la ARIC Independiente (identificados con el zapatismo) y la ARIC oficial (a quienes comúnmente se llama priístas, y que serían en todo caso nuevos priístas; el priísmo tradicional asociado a la CNC se localiza en lugares como San Quintín, que no es una comunidad dividida, sino enteramente leal a la ocupación militar, a su servicio y beneficio).
Con el paso del tiempo, y la persistente resistencia de las comunidades rebeldes, la vida en las cañadas es "muy otra", como dice la gente del rumbo. Los pueblos están sitiados, mas no vencidos.
Sin que existan datos oficiales, en las cañadas la población militar actual es del orden de las decenas de miles. La concentración de equipo bélico, también desconocida en cifras, es evidente de todos modos. Como espada de Damocles, la ocupación pende sobre las comunidades en resistencia, que aún así han logrado constituir los municipios autónomos Maya, San Manuel y Francisco Gómez, en esta cañadas que atraviesa el Jataté.
Mientras la resistencia ha hecho que el gobierno niegue los recursos del "progreso" a las comunidades y ejidos con bases de apoyo del EZLN, también los ha salvado de convertirse en servidores de los soldados, y a diferencia de las familias de San Quintín, las familias zapatistas no han prostituido a sus hijas, ni se han perdido en la espiral sin fondo de la delación y la complicidad por miedo, a cambio de recursos, "protección" y diversos estímulos productivos que acentúan la desigualdad, y esto, sólo cuando, como en este caso, son algo más que propaganda.
Ya se anuncia un conflicto municipal, pues el gobierno de Roberto Albores pretende hacer de San Quintín y alrededores un "nuevo" municipio a la medida del PRI.