La Jornada miércoles 23 de junio de 1999

Carlos Monsiváis
La Ultra: "La histeria me absolverá"

ƑQué significa la Ultra, el término hoy tan demonizado que designa a la actitud demonizadora? La palabra ha perdido el sentido ideológico tradicional, al modificarse hasta el límite la izquierda partidaria a la que la ultraizquierda se proponía negar y modificar. De hecho, la Ultra de hoy no se define en función de la izquierda sino de la necesidades de representación de sectores desahuciados por la democratización social y ansiosos de las descargas catárticas que los justifiquen. Ultra, ahora, no es ultraizquierda, sino lo que está más allá de los esquemas admitidos de participación.

En el 68, la Ultra es un puñado de exasperaciones muy notorio en algunas asambleas, insignificante en marchas y brigadas, y potenciado y minimizado por la conversión del gobierno en ultraderecha despiadada. La resaca del movimiento estudiantil promueve a la Ultra por antonomasia del siglo XX mexicano, la de los setenta (a partir de entonces a la derecha no se le califica de "ultramontana", sino de "fundamentalista"). Es la Ultra de la explosión guerrillera, la aplastada en la "Guerra Sucia", la que se enfurece porque la izquierda desiste de sus moldes marxistas y adquiere la "mentalidad participativa" por lo pronto estacionada en lo electoral.

En los setenta, a la Ultra la distinguen la rabia contra los "reformistas" y los "socialtraidores" (los pequebú, los pequeñoburgueses del habla pueril de la tribu), y el voluntarismo que convoca a la revolución. Si la utopía entrañable de la izquierda se disuelve en los universos concentracionarios del socialismo real, el sueño de la Ultra es el fuego próximo, la implantación de la justicia social a través de las destrucciones. Si la guerrilla rural no es Ultra en el sentido de estas notas, sí lo son los grupos urbanos semiclandestinos, dotados por lo común de un líder carismático o que eso le parece a sus seguidores. La Ultra se instala en unas cuantas universidades y produce ejemplos de irracionalidad y crueldad tan notables como la "Tropa Galáctica" en la Universidad Autónoma de Puebla, y los "Enfermos" en la Universidad Autónoma de Sinaloa (se llaman así porque están "enfermos de revolución" aunque uno de sus lemas ajusta la toma del poder a la medida del apetito: "Torta o muerte"). Luego, a la Ultra la desbaratan la suerte de la experiencia guerrillera y la autofagia: todos denuncian a todos, todos desconfían de sus compañeros, todos quieren politizar a la frustración.

Tras el fracaso de la lucha armada, la Ultra abandona un tanto los centros de enseñanza superior y se concentra en colonias populares, en algunas zonas rurales, en los depósitos de la lumpenización forzada. Allí acumula la capacidad que le conceden la ausencia de la izquierda y, en un número considerable de casos, las negociaciones con funcionarios que a cambio de lealtad cuando se necesita, muestran indiferencia a su prédica y acciones. La Ultra se potencia (y se corrompe en buena medida) en el proceso de movilizaciones exhaustivas y tomas de antesalas de funcionarios de la vivienda o de atención a sectores populares. Su base portátil son colonos que en pos de prestaciones asimilan discursos infinitos y represiones variadas. Se pierde el discurso revolucionario, tan escuálido como fuera, y se cancela el estudio del marxismo al considerarse la lectura una "guía para la inacción". (Si algo, la Ultra ha sido furiosamente anti-intelectual, pese a la formación de varios de sus dirigentes).

En la política nacional no hay espacio para la Ultra. Se agrupa en los márgenes, se deja ver en marchas y manifiestos, se distribuye en casas de seguridad (que pueden ser también casas de asistencia) y va de los feudos en colonias y zonas rurales a los proyectos guerrilleros que no excluyen el "ajusticiamiento de los traidores". De cuando en cuando emerge su furia criminal (los asesinatos de los vigilantes de La Jornada), y su odio a la izquierda (en la Montaña de Guerrero, por ejemplo). De modo regular se aísla en grupos con nombres delirantes en la índole de "Partido Obrero Antimenchevique de Concientización Nacional y Revolucionaria" y, entretenida con su lucha interna, y la descalificación de los demás, no aquilata su falta de repercusión.

El fin de siglo trae consigo la mentalidad apocalíptica ritual y el "apocalipsis" muy real del neoliberalismo, con su brutal concentración del ingreso y su impaciencia ante los ineficaces (al lado del neo-liberalismo, el darwinismo social clási- co es un alud de filantropía). Y la Ultra, sin sitio político, se aprovecha de la explosión demográfica para nunca sentirse sola. En el discurso flotante del rencor social, en las convulsiones verbales a que dan pie las iniquidades del capitalismo salvaje, la Ultra medra. Si en lo organizativo su crecimiento es por fortuna modesto, es más exitosa en una tarea, la de dotar a la exasperación de la sombra de un lenguaje. Expulsado de las publicaciones y los partidos, el espíritu de la Ultra se refugia en las actitudes, y en el uso del habla "obscena" como resumen y transformación cualitativa de la violencia. (Este sería su razonamiento: "Repito compulsivamente Chingada para no tener que dar de chingadazos").

ƑCómo se define a la Ultra en la huelga de la UNAM?. No por la ideología, porque sus pronunciamientos son, si están de suerte, esquemáticos; no desde luego por la crítica al neoliberalismo, ni por el rechazo de acciones de las autoridades, sino por la violencia verbal y el desprecio a los derechos de los demás. El ultra no es el radical, sino el que usa de su radicalismo como el escudo de las descalificaciones.

A lo que se ve, la Ultra en la UNAM no es un movimiento organizado, sino la confluencia de restos de grupúsculos, del naufragio de intentos redentoristas, de jóvenes airados que en el camino modifican su personalidad, de grupos de la desesperación. Más que retacería ideológica, su discurso se integra con evocaciones congeladas en el tiempo (el "Patria o muerte, venceremos", el icono del Che Guevara), y con la certidumbre de que están allí para evitar que su lugar lo ocupen los pinches reformistas, no son, me parece, una conjura desestabilizadora, sino el equivalente exitoso del "portazo" en los conciertos de rock, la intrusión que se expande.

Hipótesis de acercamiento: si se quiere entender a la Ultra, se debe entender que su verdadero discurso está en el control de las situaciones, tan efímero como resulte, lo que dure es bueno. Así, por las crónicas periodísticas y por los testimonios, se sabe que con frecuencia en las asambleas de la UNAM, los ultras hablan todos al mismo tiempo para no desaprovechar la oportunidad. Si en el 68 lo histórico era el salto cualitativo de la nación, en 1999 lo histórico para la Ultra es aquello que los incluye, así sea unos minutos. De allí el placer en el ejercicio de la intolerancia. Si fuesen tolerantes no se considerarían en el goce de la actitud, para ellos más recompensante que el mero uso de la palabra. Se han enterado o intuyen el destino patético de las generaciones de activistas dotados de paciencia histórica, y se aferran a la impaciencia, no por lo que efectivamente genere (como sea, les ha dado muchísimo más de lo que esperaban, protagonismo y brumas del acabóse), sino porque no hay sensación comparable a la de confundir las asambleas con la Historia, a resistir las tempestades de una reunión y dominarla a las cuatro o las cinco de la madrugada, con el desplome físico de una centena y la fiebre insomne del que grita por el micrófono: "Al carajo con los moderados. Son putos y maricones".

No juzgo aquí las razones de la huelga en la UNAM, muy complejas y con acciones fallidas de todos lados, y creo entender la resonancia simbólica y política de la consigna "Educación libre y gratuita", y la desconfianza ante medidas oficiales que, según la experiencia popular, pueden desembocar en la privatización de la enseñanza superior.

Me concentro en el tema de moda, el desarrollo de la Ultra, su toma asambleística y noticiosa del movimiento, su conversión de las asambleas en maratones de resistencia acústica, su despliegue de odio a los "reformistas", sus amenazas, sus medidas extremas de bloqueo de avenidas y del Periférico, su oratoria siempre destemplada, la imagen negativa que proyectan. No son los únicos actores estudiantiles, pero gracias a su obsesión estereofónica así se les presenta. Y al prolongarse hasta la desdicha la huelga de la UNAM, se tiende a colocar a los ultras en el centro del escenario para subrayar con malignidad las fragilidades de la institución.

Ahora en los Medios se señala a la Ultra, sin tomarse el trabajo de definirla. Esto puede llevar a una represión selectiva inaceptable (toda solución de fuerza es agravamiento del conflicto), y a un endurecimiento de posiciones ultras. Esto distancia de la solución rápida que demandamos, y de la reconquista del debate civilizado, al que no sólo los ultras se oponen, también sectores de la burocracia universitaria y de la derecha.

Hasta el momento, esta crisis revela el fracaso de un autoritarismo del que participan las formas oficiales de entender la enseñanza superior, la falta de reflexiones específicas de los partidos, los grupúsculos ansiosos de probarse en la acción y verse en la cresta de los movimientos y, también, aquellos activistas que descubren en sí mismos "madera de líder" y aureolas carismáticas.

El autoritarismo, por rentable que le haya sido a los regímenes priístas, es ahora la trampa que augura la eternización de los problemas. Sólo el consenso habrá de desterrar a ultras y fundamentalistas, y a esa entidad soterrada y cínica, la burocracia, enemiga por principio de la participación democrática.