Desde la semana pasada y hasta el 10 de julio, el proceso interno del Partido Revolucionario Institucional para elegir al candidato presidencial entró en su tercera etapa, que es el encuentro individual de cada uno de los aspirantes con los tres sectores, las mujeres, los jóvenes y las organizaciones adheridas.
El acuerdo general, adoptado por los consejeros políticos priístas durante la reunión del CPN del 19 de mayo, establece que esta tercera etapa durará 26 días, suficientes para que cada aspirante explique por qué busca el abanderamiento, su concepción del aparato de Estado, sus propuestas de desarrollo del país y las razones que encuentran para encabezar el triunfo del partido en las elecciones del 2 de julio del 2000.
Esta fase, así lo creo, es muy importante y singularmente sensible durante las semanas que durará el proceso, porque va a confrontar en la conciencia de cada militante la relación que los precandidatos guardan entre los estatutos del partido y sus respectivos programas de gobierno. Definitivamente, en esta etapa quienes buscan la candidatura se expondrán al juicio de la comparación e institucionalidad.
Los consejeros priístas han aprendido a ser sensibles, y seguramente no se dejarán llevar ni por la estridencia ni por la presentación de programas que parezcan o se perciban ajenos a la historia e identidad priístas. De la misma manera, los consejeros tampoco avalarán a quien procure retomar los discursos vacíos y demagógicos que mucho dañaron la imagen del partido.
Es difícil que alguno de los cuatro aspirantes recurra a ese discurso, sobre todo porque tienen en su currícula el registro de muchos años de militancia y trabajo partidista. Por eso no les será difícil articular ni identificarse con sus interlocutores.
Sin embargo, existen cuadros dirigentes de cada sector, así como militantes, que pueden expresar cierta fatiga tras observar cómo muchos de los postulados partidistas no siempre se reflejan en los programas de gobierno o en el debate ideológico frente a la oposición.
Las explicaciones abundan para contestar a esta legítima demanda. Pero en el seno de un partido, frente a sus operadores y líderes, el pragmatismo no tiene fuerza ni sustento. Por eso creo que el reto de los precandidatos es mayúsculo, porque mientras por un lado algunos sectores del partido están exigiendo un discurso duro, crítico y, en cierta medida, hasta flamígero, por otro la sociedad y los medios de comunicación esperan conocer propuestas conciliadoras e incluyentes.
Serán la mesura, el equilibrio y la madurez discursiva, en todos y cada uno de los precandidatos, los elementos que diferencien una propuesta de otra, pero también el basamento que impregnará la etapa de la campaña abierta a partir del primero de agosto, cuando los aspirantes socialicen sus propuestas con la sociedad en general.
El proceso interno de selección del candidato presidencial del PRI tiene un rasgo innegable: el anhelo de servir a México.
Con algunas entendibles diferencias, los cuatro aspirantes están expresando una visión fecunda para impulsar al país hacia nuevos caminos de justicia y bienestar.
El reto, por eso, es atractivo para quienes militamos en el PRI, que estamos ciertos de poder resolverlo atinadamente el domingo 7 de noviembre, cuando en todo el país, militantes y simpatizantes del tricolor elijamos al candidato presidencial. Ese día, como ahora, el Partido Revolucionario Institucional estará dando un paso más.