Después de las elecciones que le dieron la victoria, el viejo líder socialista turco Bulet Ecevit se decidió a formar un gobierno de coalición con los conservadores y con el Partido de Acción Nacionalista, el heredero de los Lobos grises, escuadrones de la muerte ultraderechistas de los años setenta. Todo el mundo esperaba una victoria de los islamistas, después de su éxito de 1995, y fueron los ultranacionalistas los que se manifestaron como la segunda fuerza política de Turquía. En cinco años pasaron de 8 a 18 por ciento de votos.
Veinte años después de haberse enfrentado en sangrientos combates callejeros (6 mil muertos entre 1975 y 1980) que propiciaron el golpe de Estado militar de 1980, ahí está que los nacionalistas de la izquierda democrática y los ultras de Acción Nacionalista tendrán que gobernar juntos. La unión se hizo frente a una Europa que humilla a Turquía dejándola esperar en la antesala, contra los insurgentes kurdos y a favor de una economía con rectoría del Estado.
Europa niega funcionar como un ``club cristiano'' que rechazaría a un aspirante islámico, pero reconoce que se siente amenazada por los migrantes legales e ilegales que vienen de Turquía. Invoca también las violaciones masivas de los derechos del hombre, el papel demasiado grande del ejército, las malas relaciones con Grecia, la cuestión de Chipre y finalmente el problema kurdo. Ocalan y su actual proceso, contra lo que se podía pensar, no han echado leña a la hoguera, al contrario. Se puede dudar de la espontaneidad de las revelaciones de Ocalan y de la sinceridad de su conversión a la no violencia y al diálogo democrático, pero por lo pronto eso juega a favor del gobierno.
El temor de Europa frente a los antiguos Lobos grises se entiende. ¿Qué tan sincera es la conversión suya a la democracia? Hay que recordar que fueron terribles y que varios de sus héroes históricos fueron verdaderos terminator; Mehmet Ali Agca, el autor del atentado contra el Papa, en 1982, fue uno de ellos. Otro ``arrepentido'' y conversoÉ
Los Lobos grises guerrearon sin piedad contra la izquierda y contra los kurdos del PKK, apoyados por la Unión Soviética. En 1975-1980, en los servicios secretos soviéticos, se impuso la línea dura antioccidental, la que trabajó, apoyándose sobre Siria e Irak, para desestabilizar al Irán del Sha y a la Turquía de la OTAN. Siria e Irak sirvieron de base a la guerrilla kurda y el KGB supo manipular, vía Bulgaria, a la mafia turca y a sus socios, los Lobos grises. El atentado contra el Papa es un capítulo de esa historia digna de John Le Carré. Antes de la caída de la URSS, un general del KGB contribuyó a un cambio hacia la moderación y el acercamiento con Ankara. Se llamaba Primakov; iba a ser secretario de Relaciones y luego primer ministro de la segunda república rusaÉ
Como primer ministro, hace unos meses, contribuyó a convencer a Siria de cerrar las bases del PKK y tomó la decisión de expulsar de Moscú a Ocalan, tantos años el favorito del KGB. Eso fue lo que provocó la huida desesperada del líder kurdo hasta su arresto en Kenya. Cuando pasó por México hace unos años, el secretario de Relaciones, Primakov, nos dio a entender que Rusia tenía una ambiciosa estrategia pacificadora tanto en Asia central como en el Cáucaso. ¡Ojalá y el nuevo gobierno ruso siga esa línea prometedora! ¡Ojalá y Europa sepa ofrecer a Turquía un buen compromiso! ¡Ojalá y haya en Turquía un espacio para todos!