José Cueli
¿Cómo armonizar justicia y derecho?

El hombre no es tan bueno y civilizado para hacer imposible la guerra ni bastante malo e ignorante para no imponer condiciones que la hagan menos repulsiva a la razón, menos abominable a la conciencia. Vivimos una época de transición, de lucha entre el pasado y el porvenir. Unas veces rodeado de luz y otras de oscuridad con ecos humanitarios y rugidos bestiales.

Al igual que siempre, el hombre contemporáneo duda, vacila, teme, espera, decae, se contradice, lucha, tiene negaciones impías, afirmaciones sublimes y se limpia las manos ensangrentadas en los combates y se compadece con sus víctimas. Sin embargo las leyes, las normas internacionales están aún muy lejos de eso que llamamos justicia.

La guerra de Yugoslavia nos enseñó, nos enseña, la separación entre el derecho y la justicia, y el derrumbe del entrecruzamiento de intereses, ideales y solidaridades internacionales. Las leyes de la guerra son prueba de que los derechos humanos no cristalizaron jamás en realidades a no ser que una fuerza las imponga. Las normas de la guerra, expresión de un derecho desprovisto del elemento coactivo indispensable, son una utopía.

Así, la guerra en Yugoslavia nos permite reflexionar sobre nuestra necesidad instintiva (Freud) de vencer. Ley imperativa de los beligerantes que suena como un sarcasmo brutal en los oídos de los defensores de los derechos humanos que creyeron, creen, en la eficacia de unos preceptos que no tienen otra sanción que la remota e intangible de la historia.

Parece que los humanos nunca alcanzaremos ideales de justicia; que necesitamos de tribunales (OTAN), juez y parte, que provistos de medios coactivos opongan a los que obran en nombre del derecho de la fuerza, la fuerza del derecho. De todos modos ese estado superior de cultura, cuyo órgano sería un tribunal que no fuera juez y parte está tan, pero tan lejos, que suena a utopía.

Sacudida la perplejidad en que nos sumió el absurdo de la guerra en Yugoslavia, forzados a admitir la realidad, el hecho de la desolación tremenda (la desesperación de los refugiados, los miles de muertos en fosas comunes, etcétera) surge en el hombre -en ésta que parece sólo una tregua, un pueril optimismo- la esperanza de algo que mitigue el horror de la contienda.

La guerra yugoslava es mil veces más peligrosa que las rocas legendarias de Escila y con la vorágine mitológica de Caribdis constituyen una violación a las leyes de la guerra. Toda idea de paz -otra vez- se aleja de los hombres, aventada por el bárbaro cataclismo de la guerra. Aún no encontramos, en los hechos, la manera de armonizar justicia y derecho. La palabra y la negociación tienen múltiples significados y lecturas.