El drama que enfrenta la economía mexicana es que la condición para que haya estabilidad es que el crecimiento sea lento, y si éste alcanza el nivel requerido para generar los empleos que la población requiere, termina frustrándose al romperse con la estabilidad.
Durante los últimos años de la administración de Salinas se repetía que los logros macroeconómicos debían reflejarse en el plano microeconómico. Actualmente, se insiste en la misma idea: que la reducción en la inflación, el equilibrio fiscal y la situación manejable del balance de pagos deben reflejarse en bienestar en las familias y en las empresas. Para que esto ocurra es indispensable el crecimiento de la economía, que generará más empleos, mayor productividad y mejores salarios y más ganancias para las empresas, lo que permitirá su expansión. La situación macroeconómica del país parece ser bastante estable, más aún después de blindaje acordado con las agencias financieras internacionales. Esto, evidentemente, está bien, pero por sí misma, la estabilidad es insuficiente para que la economía crezca, que es lo único que puede generar bienestar para las familias.
El crecimiento de la economía requiere, en primer lugar, de la expansión de la demanda. En los últimos años se ha puesto énfasis en las exportaciones como motor del crecimiento que, a la vez, evitaría que el país incurriese en un déficit creciente en el balance de pagos. Pero, como se ha observado, no obstante el crecimiento fantástico que han experimentado las exportaciones del país, particularmente las manufactureras, la economía no ha podido despegar, ya que un crecimiento relativamente bajo se traduce en la expansión acelerada del déficit en el balance comercial. O sea, aunque las exportaciones son muy dinámicas, ocurre exactamente lo mismo que cuando la expansión de la demanda proviene del consumo, del gasto del gobierno o de las inversiones. En todos los casos, el aumento de la producción se traduce en un crecimiento tan acelerado de las importaciones, que la única manera de mantener un nivel de déficit externo manejable es reducir el crecimiento, dado que la continuación de la expansión terminaría por romper con la estabilidad del sector externo, generando el ciclo conocido: devaluación, inflación y contracción de la producción, del empleo y de los salarios.
La causa básica que está generando esta disyuntiva, de la cual la economía no ha podido salir durante el último cuarto de siglo, es la desestructuración de su aparato productivo. El mejor ejemplo de esto lo constituye la industria maquiladora. Dado que ella opera sólo con materias primas importadas, su crecimiento va acompañado de una expansión paralela de las importaciones, por lo que, aunque sus exportaciones crezcan, el excedente neto de divisas que genera no puede nunca ser suficiente para compensar los déficit comerciales en la agricultura y, particularmente, en el resto del sector manufacturero. Por esta razón, aunque es efectivo lo que en las últimas semanas ha señalado la propaganda gubernamental por televisión, de que México es el mayor exportador manufacturero de América Latina, esto no ha evitado que la economía haya dejado de arrastrar el lastre que ha impedido su crecimiento al nivel que lo requiere la población.
En resumen, para que la estabilidad macroeconómica se refleje en lo que en definitiva debe traducirse, en el bienestar de la población, es indispensable la estructuración de la manufactura nacional, lo que significará que vaya abandonando el rasgo de industria maquiladora que atraviesa a todo este sector, que en grado creciente transforme materias primas nacionales, a la vez que se desarrolla la producción interna de maquinaria y equipo. Pero, a diferencia de lo que ocurrió durante la vigencia de la industrialización por sustitución de importaciones, estos sectores también deberán encaminarse rápidamente hacia el mercado externo.