Jorge Camil
Serbia sin tango

Julian Green, el discreto y elegante escritor estadunidense nacido en París a principios de siglo, escribió en 1940 un pequeño relato autobiográfico titulado The coming of tango. El fragmento es parte de un ensayo publicado curiosamente en idioma inglés, pues el grueso de su monumental obra (novelas, ensayos, obras de teatro, 14 volúmenes de su diario personal y cuatro tomos de su autobiografía) habría de ser escrita en francés, publicada por Gallimard en la prestigiosa serie la Pléiade y le otorgaría a Green el honor de ser el único miembro extranjero de la exclusiva Académie Française. En el relato de marras Green se regocija por la llegada del tango: "Una moda que de alguna manera disipó la tristeza provocada por la carnicería que afectaba a la distante Serbia"; obviamente, no la atribuida a "Slobo" Milosevic ni a las hostilidades de la Segunda Guerra Mundial, sino la ocurrida en 1913, cuando las fuerzas serbias y montenegrinas (los superamigos de siempre) aprovecharon su lucha de independencia contra el imperio otomano para diezmar a la población albanokosovar. Fue esa misma masacre, cuenta el historiador Noel Malcom, la que horrorizó al curtido corresponsal de guerra Lev Davidovich Bronstein (mejor conocido como León Trotsky) al enfrentarlo inesperadamente a las atrocidades cometidas por el ejército serbio y por los chetniks, que acompañaban a la tropa como fuerzas paramilitares alentadas por el botín de guerra. Aparentemente, los insurgentes serbios asesinaron a 25 mil albanokosovares, y a cuantos dejaron vivos les arrebataron la dignidad para siempre cortándoles la nariz y el labio superior. Por eso, el joven Julian Green encontraba solaz en la música del tango, aunque fuera martillada mecánicamente por su hermana, sin languidez sensual, con el ritmo draconiano de los ejercicios para digitación de Muzio Clementi.

Hoy se han acabado los bombardeos y los errores de la OTAN, pero no los horrores del conflicto étnico: comienzan a aparecer las mazmorras y las cámaras de tortura utilizadas por las huestes de los nuevos Doctores de la Muerte (Ratko Mladic y Radovan Káradzic) para tronar huesos, retorcer músculos, electrificar el sistema nervioso, chamuzcar carne humana y reventar pulmones por falta de oxígeno; y las tumbas multitudinarias, donde los huesos rotos o perforados de decenas de seres humanos se mezclan groseramente en una promiscuidad macabra que nos obliga a recordar el Holocausto. ƑY qué decir de las fundidoras de metales utilizadas para desaparecer cadáveres y perpetrar esa forma insidiosa de genocidio serbio: la destrucción de todos los documentos que sirven para identificar a los seres humanos?; las pruebas de que estamos aquí y ahora, quiénes somos, de dónde venimos y qué pasará con nuestros herederos y posesiones el día de mañana. Un delito que bien pudiera describirse en la fraseología existencialista de Jean-Paul Sartre como la confrontación del ser y la nada.

Terminada la barbarie de las bombas teledirigidas, una nueva forma de combate en la que el agresor no expone a sus fuerzas armadas y el enemigo sufre todas las bajas, los aliados se dividieron el botín en zonas de influencia que traen a la memoria el Berlín de la posguerra: the spy who came from the cold. Sin embargo, al terminar los bombardeos aliados los tanques rusos sorprendiendo al mundo y es posible que ahora nos preparemos a vivir una reminiscencia de la guerra fría. ƑRegresará Milosevic a hacer de las suyas? ƑSe detuvo la limpieza étnica, y a qué precio? No olvidemos a los muertos del ejército serbio y a las víctimas de los constantes errores de la OTAN: diez mil, en total. Una cifra considerable para una guerra que duró solamente unos cuantos meses.

Lo malo es que ahora el tango ha pasado de moda y no tenemos siquiera la furlana veneciana, un baile supuestamente instigado por el anciano Pío X como alternativa para las sensualidades del tango. Dice Julian Green que se bailaba a un metro de la pareja y con un pañuelo en la mano derecha: los franceses, sin embargo, aun los más acendrados católicos, miraban a quienes lo bailaban socarronamente, mientras continuaban inquebrantables en su fe por el tango.