* Votos y no gritos, pedían los de Arquitectura
La aceptación del diálogo, el debate más cerrado en el CGH
Herman Bellinghausen * "A fuerza de votos, compañeros, no a fuerza de gritos", pedían anoche a la asamblea del CGH los delegados de Arquitectura. Pero no parecía fácil. Entre tensiones, revisiones polémicas de los acuerdos de las escuelas, rumores y escarceos verbales, al cierre de esta edición, el CGH seguía discutiendo en torno al inicio de un diálogo con la representación de rectoría.
A pesar de que una mayoría de escuelas se manifestaba por no condicionar el diálogo, los partidarios del condicionamiento al encuentro con las autoridades ofrecían una fuerte resistencia.
En las afueras del gimnasio de la ENEP Iztacala, se formaban corrillos, algunos de grandes dimensiones. En el "territorio consciente", como rezaba un cartel a la entrada de esta escuela, también en territorio industrial, las diferencias subían de temperatura. Incluso, los problemas personales. En algún momento, por ejemplo, dos estudiantes de Ingeniería intercambiaron golpes. Entre el cansancio y el nerviosismo de algunos de los miembros de las corrientes llamadas moderadas, y el aliento heroico de sus oponentes en el ala radical, la caracterización del diálogo, e incluso la posibilidad misma de que éste fuera aceptado seguía en cerrada discusión. No había tormenta, pero amenazaba con haberla.
En un muro podía leerse una frase del siguiente tenor: "Los agentes del destino son los hombres; los hombres conquistan la libertad cuando tienen conciencia de su destino".
Más allá del espíritu heroico predominante en los sectores más duros de la asamblea, cerca de la media noche ésta seguía dispersa y enfrentada; se esperaba que el debate más fuerte y cerrado sería el de aceptación del diálogo. Para un sector, al parecer no corre prisa, porque "las condiciones no están dadas".
El rector en un acto
Cuando el mediodía del jueves un grupo de estudiantes de derecho que participaban en el mitin del rector salió al paso de un grupo de paristas que se aproximaban a Santo Domingo, y les gritaron "ya báñense" en el transcurso del jaloneo, estaba operando uno de los estereotipos más socorridos de las disputas históricas de la UNAM: la universidad limpia contra la sucia, el blanco contra el negro.
Siempre se ha dicho que la alta burocracia universitaria es priísta, y casi siempre es cierto. Pero el acto de la plaza de Santo Domingo, frente a la Secretaría de Educación Pública y la Escuela de Medicina (y antigua Inquisición), más bien parecía panista. No sé si por el color de las banderas, o el ambiente en general.
Para la población del Centro Histórico, se trataba de gente "muy fina", aunque tampoco era para tanto.
Ordenar mantas blancas, de letras azules con trazo de rotulista repitiendo dos o tres frases. Una multitud más breve aun que el espacio al que fue convocada escuchaba los discursos en regular silencio. La mayoría, personas mayores. Los jóvenes, que habrán sido la mitad, resultaban más parecidos a los mayores en el propio acto que, por ejemplo a los jóvenes paristas, lo mismo traen deadlock que les da por romperse.
Muchos van de traje y corbata. O bata de hospital y corbata. Aunque debe haber de muchas escuelas (se hacen notar los de Veterinaria, Filosofía y Contaduría), lo que más hay son estudiantes de Derecho. Cerca de los portales de los Evangelistas, un maestro participante le decía a otro: "Es casi pura gente de Máximo, Ƒya te fijaste?".
"Bueno, no es para tanto", le replicó el otro, y en efecto, no lo era. Tampoco en este caso.
Pero ni al PAN se le hubiera ocurrido una escenografía tan, Ƒcomo decirlo?, enaltecedora de una autoridad civil, como si los trajes grises les otorgaran los atributos de la piedra. Además, convenientemente inaccesibles.
Sobre el estrado, dando una impresión solemne con sus rostros y sus cueros firmes, se alineaban el rector Barnés, el presidente del Patronato de la UNAM, las principales autoridades, y otras, la Junta de Gobierno en pleno. Es raro ver a la Junta de Gobierno reunida, y menos bajo la luz del sol. Pero allí estaban y atrás de todos la fachada de piedra del templo de Santo Domingo.
"La UNAM es de los que quieren estudiar", decía un estudiante de Derecho. "Nosotros sí somos universitarios, nosotros sí somos estudiantes, nosotros sí somos mayoría, que devuelvan la UNAM".
Volaban globos de colores. Las frases más contundentes del rector fueron interrumpidas por gritos de "bravo" varias veces. "No daremos un paso atrás". "No aceptaremos un congreso que suplante al Consejo Universitario".
El reduccionismo de "nosotros somos la universidad" está visto que no es exclusividad de nadie. Lo mismo lo tienen sectores significativos de la concentración del Comité Universitario por la Defensa de la UNAM, que muchos paristas que han planteado en el CGH un congreso universitario constituyente y refundacional, en exclusión de todos los demás.
Pero si algo demuestran los 70 años a punto de cumplirse de la autonomía universitaria es que la UNAM siempre ha logrado mantenerse en propiedad de todos los que la componen. Ni siquiera en las tristes excepciones, como cuando les han echado al Ejército o a la policía a los que protestan, o cuando las huelgas se han podrido en la provocación y la intransigencia.
Varias maneas esquemáticas, todas incompletas, dividen a la UNAM en derecha e izquierda, élite y masas, trabajadores y académicos. La UNAM es eso y más que eso. Si los zócalos llenos de la huelga estudiantil no representan a toda la institución, tampoco el acto de Santo Domingo, que no pasó de 10 mil, según consenso de los periodistas, aunque en la oficina de prensa de rectoría contaron 40 mil, muy aventuradamente.
En fin, la plaza de Santo Domingo, en otro tiempo el sitio destinado a las ejecuciones, también ha servido para campamento de maestros disidentes, espacio de baile y lugar donde se proclamó la autonomía universitaria, que en estos días pasa una prueba mayor. Y como quiera, el jueves también fue escenario de compromisos del rector "para iniciar un proceso de cambio, crear espacios de discusión y reflexión", y un llamado a "no pelearnos".
Al mismo tiempo, de larga distancia, el presidente Ernesto Zedillo mandaba de un tirón el reconocimiento retrospectivo y reprobación de la huelga.
En todo esto Ƒdónde hay una ventanita que diga diálogo? Si uno se guiara por el lamentable discurso del estudiante de leyes de la FES Cuautitlán en el mitin del rector, uno pensaría que no hay tal ventana, que sólo queda la espiral de la exclusión del otro.
La huelga amniótica
Para los huelguistas, que esta madrugada seguían enfrascados en un CGH se supone que definitivo, viene la hora de pensar de nuevo en cómo será la vida después de la huelga.
"Doy gracias a San Expedito por la prórroga indefinida a mis exámenes finales. Sin más por el momento, quedo de usted".
Los "Anuncios clasificados" de la revista literaria Cálamo Currente, que se mueve al calor de la huelga, le dan espacio a la ironía: "Doy gracias a Santa María de la Ribera por haberme permitido un día más en la huelga sin que me haya pasado nada".
También está para considerarse temor a la deprivación de la huelga-casa que cumplió ya 68 días (ese lapso duró por cierto el movimiento estudiantil de 1968). La huelga-fiesta, la huelga-mitin, la huelga-comuna con los cuates (y los no tan cuates). Tampoco es hora de aceptar las pulsiones de la huelga amniótica. Y no por falta de avances.
Se ha discutido hasta perder el aliento y el desaliento. Se dijo más y se elaboró menos de lo que se debiera sobre cómo debe ser la universidad para que sea de todos y además buena.
La huelga renovó el debate, cuando se creía perdido, el destino de la universidad pública. Después del acto del rector, un maestro argumentaba airado con un estudiante en huelga: "Es que el mundo ya cambió. No podemos resistir a la economía del mercado mundial. Se acabaron las cosas gratis, aunque no nos guste".
Y el joven le dijo: "ƑY qué pasa si no nos dejamos?".
El maestro lo miró con enfado: "Ustedes de plano no entienden".