Rafael Drinot Silva
Hecha la deuda, hecha la trampa

La condonación de deuda externa ofrecida por el Grupo de los Siete (G7) más Rusia, en la reunión de Colonia, Alemania, evidencia que los países ricos no entienden el alcance del movimiento social de protesta contra la deuda externa.

Poco antes de anunciarse el contenido de la oferta de los países del G7, pues Rusia es sólo un convidado de piedra, se hablaba de cifras de hasta 100 mil millones de dólares de reducción de la deuda externa de los países más pobres, pero el mismo ministro de Finanzas alemán, Gerhard Schroeder, fue el encargado de anunciar la muy limitada oferta, que equivale al 40 por ciento de la deuda externa de los países más pobres del mundo, pero sólo con organismos internacionales y en condiciones leoninas.

Lo que se ofrecen son migajas, pero se colocan más vallas que los países pobres tendrán que saltar, y se le concede poderes extraordinarios a funcionarios civiles que no reponden ante nadie en Washington. Se establece un mayor control sobre las economías de los países endeudados. "O sea que con las migajas se hunde aún más la garra del control", me dijo indignada, inmediatamente después del comunicado, Ann Pettifor, directora del movimiento Jubilee 2000, de Gran Bretaña, uno de los pilares en el movimiento social mundial de condonación de la deuda.

Las declaraciones de Pettifor contrastan con las del asesor de Seguridad del presidente estadunidense Bill Clinton, quien afirmó que las medidas son "realmente históricas".

La condonación de deuda corresponde a países tan pobres, en su mayoría africanos, que no pagaban en absoluto o que el pago del servicio de la deuda ha creado graves dificultades para los gobiernos, y pobreza y clima de violencia tan grandes que mantienen desestabilizadas regiones enteras en dos continentes.

Considérese el caso de Nicaragua, que debe dedicar la mitad de sus ingresos en divisas a pagar el servicio de la deuda, o el de Ecuador, un país mediano, con importantes ingresos por venta de petróleo, y que ha debido suspender durante tres meses el pago de los salarios de sus empleados públicos para cumplir con el pago de la deuda, o Guyana, uno de los más pobres del mundo, que paga 2,84 dólares en servicio de la deuda, por cada dólar que recibió, según Jubilee 2000.

Más aún, el comunicado estipula que la reducción de la deuda sólo beneficiará a aquéllos que "se comprometan a realizar reformas y a aliviar la pobreza", lo que resultará casi imposible si se recuerda cuan poco exitosos han sido los programas de reformas, que muestran cifras macroeconómicas en azul, pero cuadros de alimentación, salud, educación, empleo, violencia y criminalidad en un rojo oscuro, al punto que llevó a uno de los más duros ministros de Finanzas reformista latinoamericano, a decir que "la macroeconomía no se come".

En un inmenso "saludo a la bandera", el comunicado añade que los beneficiarios de la reducción de la deuda deberán ser "los segmentos más vulnerables de la población", y se condiciona el beneficio de la reducción de deuda a reformas democráticas.

Aunque la delegación británica, que ha pujado por una reducción mayor, expresara que "no se puede tolerar que haya países que dediquen el 10 por ciento de su presupuesto a la educación y a la salud y deban gastar el 60 por ciento para servir la deuda externa", es el sistema económico mundial, y en especial los términos del intercambio comercial, los que hacen que los países pobres terminen pagando las cantidades que horrorizan a los burócratas del G7.

El obispo de Sao Paulo don Demetrio Valentini lo dijo en Colonia en pocas palabras: "el sistema financiero internacional está cuestionado, y el problema de la deuda es mucho más complejo que una regularización contable", y fiel a una tradición radical de sectores de la Iglesia latinoamericana afirmó que la confrontación "entre los grandes y el movimiento (de deuda externa) se profundizará".

En otras palabras, siembra deuda y cosecharás tempestades.