La Jornada lunes 28 de junio de 1999

Héctor Aguilar Camín
Adiós al neoliberalismo

Los precandidatos presidenciales del PRI han tomado su primera definición pública: no serán ``neoliberales''. Dice bien Roque Villanueva que ninguno de ellos puede renegar del noliberalismo sin renegar de su pasado. Todos fueron colaboradores de alto nivel de gobiernos que llamamos neoliberales.

No se les oyó entonces decir nada en contra de los credos que hoy rechazan. Lo que llamamos neoliberalismo no fue un programa de gobiernos perredistas o panistas. Vino todo del PRI, incluyendo presidentes, gobernadores y congresos. El hecho político es, no obstante, que los candidatos del PRI sienten la necesidad pública de un cambio de rumbo. Los gobiernos neoliberales, parecen decirnos estos candidatos, han tenido su oportunidad sin ofrecer resultados convincentes. Por tanto, la hora de la tecnocracia y los tecnócratas ha terminado y es, de nuevo, la hora de los políticos y la política.

Apenas puede alegarse que los resultados de las reformas que llamamos neoliberales han sido magros. Carecen de credibilidad política. Difícilmente un candidato, del PRI o de cualquier otro partido, podrá presentarse triunfalmente a la elección prometiendo más de lo mismo, como fue el caso de Zedillo. La palabra neoliberalismo divide las aguas. Desgraciadamente, las enturbia también. Parece poner de manera muy clara las cosas de un lado y de otro, pero en realidad sólo simplifica y empobrece la discusión de fondo de estos años. Ese debate no es otro que la modernización de México, sus oportunidades y retos en el acelerado proceso de globalización de fin de siglo.

Parece imposible pensar o plantearse esa modernización sin incluir en ella algunas de las políticas centrales de lo que llamamos neoliberalismo. Por ejemplo, el hecho de que vivimos en un mundo en el que la economía de mercado no sólo ha impuesto su superioridad, sino que se expande acelerada y prometedoramente. El mercado no corregirá por sí mismo todos los problemas de nuestras economías y nuestras sociedades, pero es imposible plantearse un desarrollo de largo plazo sin construir una sana y pujante economía de mercado. Lo mismo puede decirse de otros componentes de lo que llamamos credo neoliberal: la necesidad de finanzas públicas sanas, no empantanadas por deudas y déficit gubernamentales; una macroeconomía equilibrada, de precios estables e inflaciones bajas que estimule la inversión y el ahorro; una economía abierta al libre comercio, competitiva, exportadora.

Es difícil imaginarse un gobierno de México para el 2000 que no se plantee estas metas y no incluya, por lo tanto, aspectos fundamentales de lo que llamamos neoliberalismo. Más allá de las simplificaciones apocalípticas que atribuyen al neoliberalismo todas las desgracias del país, la discusión pertinente acaso esté en el ámbito de las responsabilidades y alcances del Estado, más que en el de las realidades del mercado. En un país con las desigualdades y las carencias de infraestructura de México, parece inaceptable la idea neoliberal de un Estado gendarme, guardián de la mano invisible del mercado, sin responsabilidades redistributivas.

Los gobiernos socialdemócratas europeos han avanzado ya en el diseño y la práctica de un Estado moderno para modernas economías de mercado. Se trata de un Estado fuerte, bien financiado, capaz de ofrecer, en un entorno de competencia y transparencia democráticas, tres cosas fundamentales: seguridad (pública, jurídica, patrimonial), mejora del capital humano (razonable igualdad de oportunidades para todos en educación y salud) y de la infraestructura física (habitualmente hija de inversión pública que abre brechas y rompe cuellos de botella para el desarrollo).

Quien pretenda superar el horizonte de reformas que llamamos neoliberal (credo que está lejos de haberse implantado a rajatabla en México) deberá responder a estas cuestiones, básicas del nuevo Estado que requiere la modernización de México. Anticipemos de una vez que plantearse un Estado así es imposible sin poner sobre la mesa el tema de su financiamiento, es decir, sin plantearse la forma en que pagaremos como sociedad un Estado democrático capaz de darnos seguridad, educación, salud e infraestructura. La palabra clave en esta materia ahuyenta a candidatos y audiencias: impuestos.

Mientras los candidatos del PRI, y de los otros partidos, no entren a estos temas, la verdadera discusión práctica sobre futuro de México no habrá empezado.