Astillero Ť Julio Hernández López
De pronto, como si hablasen de un pariente años atrás fallecido, o de algo lejano, apenas conocido de oídas, los dos principales precandidatos presidenciales priístas (los únicos dos de verdad) se han dedicado a pelear para ver cuál de ellos se declara más ajeno al estigma del neoliberalismo económico.
Dichos afanes de desmarcaje son altamente reveladores del atraso político en el que vivimos los mexicanos, pues una sociedad medianamente informada y crítica no podría ser tomada por asalto por tales vergüenzas declarativas, habida cuenta de que los dos febriles enterradores de su pasado inmediato son, sin lugar a dudas, hechuras, herederos y prosecutores del neoliberalismo.
Que hayan tenido enfrentamientos y divergencias con determinados personajes no los convierte por ello mismo en adversarios del sistema del que provienen y al que defienden.
Sí, efectivamente, Francisco Labastida Ochoa tuvo divergencias notables y conocidas con Carlos Salinas de Gortari, pero no con el neoliberalismo de Miguel de la Madrid ni con el de Ernesto Zedillo.
Sí, efectivamente, Roberto Madrazo Pintado ha tenido divergencias notables y conocidas con Ernesto Zedillo, pero no con el neoliberalismo teórico y práctico de Carlos Salinas de Gortari ni con el neoliberalismo práctico (el apropiamiento salvaje de la riqueza nacional) de Carlos Hank González.
Y, sin embargo, siguen riñendo declarativamente ambos precandidatos para ver cuál logra desteñirse de mejor manera de la mancha neoliberal.
Una (tranquilizante) declaración de amistad
Ayer, por lo pronto, Labastida Ochoa aportó un matiz que ayuda a precisar cuán superficial es el presunto deslinde conceptual respecto al neoliberalismo. Ha dicho el sinaloense que él es un duradero amigo de Ernesto Zedillo, y que se equivocan quienes prevén rupturas entre el Presidente actual y el hoy precandidato y mañana eventualmente presidente Labastida Ochoa.
No hay ninguna razón para creer que tal juramento de amistad a prueba de todo se circunscriba sólo al ámbito privado (en el que tales prendas de lealtad son altamente apreciables), sino que, habiendo sido pronunciado de manera pública y en un contexto particularmente politizado, como es el de una campaña de proselitismo, es posible pensar que el citado juramento buscase en primer lugar el sosiego del destinatario, a quien acaso los zigzagueos políticos recientes tuviesen intranquilo y necesitado de reiteraciones de afectos y, por otra parte, la publicitación de una especie de pacto de sangre, en el que de manera evidente hay un compromiso de continuidad (o de continuismo, según el término que se desee usar) con el modelo económico y político vigente, es decir, con el modelo del neoliberalismo económico aplicado (mal aplicado) políticamente por una clase tecnocrática en el poder.
¿Quién dice que no tiene culpas compartidas?
Roberto Madrazo Pintado, por su parte, mal puede hablar contra el sistema político y económico vigente, contra sus excesos, contra la injusticia social de él derivada, contra la miseria generalizada y la concentración elitista de la riqueza: él en lo personal, su camarilla en particular, el hankismo al que pertenecen, y el salinismo al que hoy afanosamente sirven, son ejemplos desmesurados de la injusticia del sistema neoliberal.
Madrazo Pintado no puede hablar con autoridad moral de combate a la corrupción, ni de rechazo a los excesos del neoliberalismo, teniendo tras sus espaldas el fardo del dinero despilfarrado en su campaña electoral de Tabasco, del enriquecimiento de su mecenas Carlos Cabal Peniche, de la distracción del dinero público para promociones personales. (¿Nadie de quienes tanto se quejaron por las campañas de televisión, comenzando por el presidente Zedillo, se siente obligado a denunciar la vinculación delatora del ``¿quién dice que no se puede?'' de los anuncios pagados por el gobierno de Tabasco, presuntamente hechos para promoción de inversiones económicas, con el mismo lema usado descaradamente en la campaña priísta del ahora gobernador con licencia?)
La amistad, según las circunstancias
Pero no son exclusivos de las máximas cumbres políticas los escarceos en torno de la palabra amistad.
Ayer, para no ir tan lejos, Arturo Montiel, el famoso raticida del estado de México, advirtió a sus conciudadanos de los riesgos de que un partido, el blanquiazul, pretenda promoverse en tiempos electorales como una opción para tener más delante un gobierno `amigo'.
Dice el terror de las ratas mexiquenses que los gobiernos deben ser responsables, más que amigos, y aunque sea don Arturo quien lo diga, tiene razón, y es oportuno que trate de hacerlo ver en estos momentos a quienes pudiesen ser engañados con una propaganda `amistosa' que no corresponda mañana con el rigor al que obliga el cumplimiento de las obligaciones del gobernar.
La soga en casa del ahorcado
Otro panista, el jefe nacional Luis Felipe Bravo Mena, fue a Tepic y, con un impresionante mal sentido de la oportunidad, dijo que las alianzas pragmáticas carecen de sustento moral si no están fundadas en un proyecto de gobierno común.
Tomadas fuera de contexto, las apreciaciones de don Luis Felipe son válidas, pues no es sano el mero ayuntamiento de siglas para efectos de triunfos electorales circunstanciales.
Lo malo para Bravo Mena, y para los panistas preocupados por la inmoralidad de esas alianzas pragmáticas, es que justamente en esa entidad, en Nayarit, el PAN (y el PRD, y otros partidos) fue llevado a un extremo grave de pragmatismo, convencido por el olor del dinero para apoyar a un hombre cuya figura política antaño combatían y ahora promueven.
En el PRD, mientras tanto, el pragmatismo y las amistades también tienen sus consecuencias no sólo a nivel nayarita, como ya se ha explicado, sino también nacional. Ahora, con la planilla unitaria encabezada por Amalia García, se abrirá una etapa de ajustes al interior del PRD en la que estallarán viejas amistades y surgirán nuevas. Por lo pronto, Jesús Ortega ha dejado la posibilidad de buscar un segundo periodo como secretario general y, en su lugar, se ha propuesto al guanajuatense Carlos Navarrete.
Amistades distantes
Y si de amistades seguimos hablando, no se pueden tomar como malos ejemplos los dados por el embajador mexicano en Estados Unidos, Jesús Reyes Heroles, defendiendo al amigo Hank, ni el del Departamento (estadunidense) de Estado, poniendo cara en público de buen amigo mientras por debajo atiza el fuego en el asunto de Liébano Sáenz.
Véase si no el esfuerzo hecho por Reyes Heroles bis, quien ha hecho un esfuerzo muy meritorio (a ojos de ciertos miembros del grupo Atlacomulco) para precisar que las acusaciones contra el profesor Hank, atribuidas a fuentes estadunidenses, en realidad provienen de entidades menores, desatendibles, menospreciables, a las que ciertos malquerientes del profe pretenden convertir en voces importantes y dignas de consideración.
El Departamento de Estado del vecino país, por su parte, dijo no tener evidencia alguna que permita establecer relaciones entre el secretario particular del presidente de México, Liébano Sáenz, y asuntos de narcotráfico.
La respuesta formal a la nota diplomática con la que el gobierno mexicano pidió al estadunidense fijar su postura sobre el caso ayuda a restablecer la calma en la principal oficina del equipo de apoyo del presidente Zedillo.
Sáenz había llegado a estudiar la posibilidad de renunciar a su cargo para ponerse a disposición de las autoridades mexicanas (no de las estadunidenses, desde luego, pues de ninguna manera se podría permitir que el destino de un ciudadano mexicano fuese juzgado por una autoridad extranjera), hasta que el asunto fuese suficiente y ampliamente aclarado.
Lo malo es que, mientras una cara del gobierno vecino se esmera en aparentar una amistosa disposición a no permitir que meras filtraciones lastimen a funcionarios de un gobierno amigo, de manera subterránea se alientan otras formas de desestabilización y guerra sucia.
En fin, en estos momentos de la política mexicanaÉ entre amigos te veas.
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