Más allá o más acá de las diferencias entre la Plaza México y la delegación Alvaro Obregón, todo parece indicar que no habrá nuevamente temporada de novilladas, salvo un milagro de los que no suelen darse. Sólo queda a los cabales y novilleros esperar.
Ellos que son la continuidad de la cultura y fiesta brava en México, sumida en un profundo bache.
Esperar es el si-no de los aficionados. Verbo sonriente y terrible. Tarea alegre y fatigosa la de esperar. Las arterias aceleran sus ritmos, los sentidos cual molinos de viento giran en el vacío, fingen fantasmas de sucesos y las pertenencias íntegras del ser, en el ademán de la victoria, de las olas nacidas en demanda del hecho, del minuto, por cuyo advenimiento se realizan tantos esfuerzos y se consumieron tantas horas de dolor.
Mas hay que esperar, que es una función del hombre. Ni siquiera importa la calidad de lo que se espera. En sí mismo el hecho de esperar tiene su valor. Todos esperamos algo sin nombre y sin formas. Se espera siempre hasta en los sueños. La esperanza es el supremo medio que posee el mañana para llegar a ser hoy.
Y no es fácil disciplina la de aprender a esperar. Esperanzas hay imcompatibles con el ritmo sosegado del placer en el desamparo del deseo. Dañina esperanza que se delata en ademanes bruscos y sale en luces por los ojos. Sedante si se traduce en sonrisa y quietud. Ambas preciosas si se les compara con la desesperación, en la que toda satisfacción del espíritu es imposible. Tan imposible que hasta los más desprovistos de voluntad esperamos algo.
Así esperamos los aficionados mexicanos, que, vamos a pasar los días con marcha monótona, lentísima sucederse la luz y la sombra, como queriendo huir del sueño que nos espera. Este temor es una esperanza, una mala esperanza que va de una a otra. Mientras las esperanzas se pierden o se escapan, sólo nos queda el seguir y seguir en la espera.
Mientras en España, la brutal competencia entre Enrique Ponce y José Tomás, con todo el brillo jubiloso del toreo. Toreros que agitan ese inconfundible temblor que sentimos, cuando el quehacer torero es verdad y provocan en el contemplador una emoción singular. Esta semana el duelo se continuó en la mediterránea Alicante, en donde ya encarrerado José Tomás volvió a ser el triunfador a pesar de que Enrique Ponce meció las aguas marinas. Nuevamente el madrileño con su toreo purista enseñó por qué está a la cabeza del toreo.
Nosotros seguiremos esperando, esperando, toros y toreros. Esperar...esperar...