Teresa del Conde
Carrillo Gil: colección privada

Dice Donald Kuspit, teórico y crítico de arte con autoridad, que el artista de vanguardia (o de ultravanguardia, si se quiere) piensa que la sociedad nunca es lo suficientemente buena, cosa cierta en todos lados y más aquí y ahora. En cambio, el que es buen artista sabe que la sociedad no es buena, pero eso lo impulsa a hacer ųcomo opción viableų arte comprometido consigo mismo que funciona como alternativa al ambiente que prevalece. De tal manera que este tipo de creador aspira a reconstruir, en tanto que el vanguardista confirma con ''perversidad" su sentimiento de ser radicalmente distinto de las otras personas, superior a ellas, más alerta, más crítico, más de sí mismo.

No sé si sea cierto que los que se consideran artistas a secas, se encuentran más allá de la dialéctica del conformismo o de la inconformidad, del reconocimiento o de la apatía, de la aceptación o del rechazo, del éxito o de su ausencia. Pero lo que sí parece tener visos de verdad, es que quienes simplemente se proponen hacer arte y ''se pasman" cuando algo les sale bien, se aceptan mejor a sí mismos que quienes se proponen como vanguardistas y esto sucede porque de antemano conocen no sólo sus capacidades, sino sus limitaciones.

La exposición de la colección de Aurelio y Pepis López Rocha, en el Museo Carrillo Gil, sirve de ejemplo a lo dicho y está muy bien no sólo que se exhiba, sino que se haya coleccionado: el conjunto habla de un estado de cosas y hay piezas, en lo particular, que rebasan la condición de meros testimonios ingeniosos. Si no existiera la oportunidad de observar este tipo de muestras sería imposible establecer patrones de comparación, como los de Kuspit.

Desde mi punto de vista la mejor pieza no es ultravanguardista, pues se trata de una talla en madera del poblano Germán Venegas, en 1989, que resistirá el paso del tiempo si los propietarios le dan el mantenimiento necesario para su conservación; está realizada como si el tallado correspondiera a una manera rústica de hacer las cosas, eso da a los cuerpos y caras que emergen el efecto de tener pieles macizas, expuestas a la intemperie, corrugadas. Otra obra notable corresponde a Julio Galán y es un autorretrato en el que aparece con sus hermanos, cinco bebés horrendos que hasta producen miedo: estupenda pieza.

Del brasileño Daniel Senise hay un San Sebastián significado sólo por el cordón con el que el supuesto protomártir cristiano, ''cupido de los cielos" que dijera Calderón de la Barca, fue atado. Así, sus verdugos lo amarraron a un árbol para mantenerlo fijo, en calidad de tiro al blanco, antes de dispararle las saetas. Esta es una obra seria, bien pensada, ejecutada en 1991; lo mismo puede decirse de la representación del cubano José Bedia.

Jack Lerner es ultravanguardista: su obra consiste en bolsas de plástico verdes que se emplean en los clósets, resulta entonces que un objeto de uso cotidiano se introduce en el ámbito museístico y allí está el chiste. Lo que yo creo es que no todos los que emplean el object trouvé se han percatado de que hay objetos con muy buena estructura, independientemente de su utilidad práctica, tal fue el caso del escurridor de botellas de Duchamp, lo eligió para instaurarlo como obra de arte no sólo para subvertir, sino tomando en cuenta igualmente que un escurridor de botellas de esa índole tiene muy buena estructura que ųde no ser por el uso que le estaba adjudicadoų podría muy bien funcionar como escultura.

Los pedazos de cartón de Thomas Hirshhorn, artista suizo nacido en 1957, son paupérrimos aquí, en Suiza y en China; la máscara de hule empotrada en la mampara o en la pared del tapatío Eduardo Cervantes, es eso: una careta empotrada y en la idea del empotramiento está su interés, ya vista, la curiosidad se sació, es una bouttade como hay muchas en todos lados y lo mismo pasa con el ''sin título" 1996 de Alejandro Ramírez: un Mickey Mouse dibujado a lápiz.

Tres elegantísimas fotografías de Hiroshi Sugimoto atrapan la atención por su sobriedad, por la manera como están enmarcadas y por la buena colocación que los museógrafos les dieron: son tres marinas con idéntica línea de horizonte correspondientes a otros tantos mares de diferentes países. Si no se detiene uno en ellas, las diferencias, que son bastantes, pasan inadvertidas y se corre el riesgo de creer que se trata de una toma repetida tres veces. En realidad las olas de los tres mares en calma son muy diferentes entre sí y lo que buscó el fotógrafo fue dar en la medida de lo posible una gradación de luz igual e idéntico encuadre a cada toma.

Gabriel Orozco está representado con una bola, esta vez no es de plastilina ni puede ir aumentando de volumen; son llantas de coche reunidas e infladas, asociadas, como la bola de plastilina, a la idea de desplazamiento. La obra es de 1990 y se titula Naturaleza recuperada.