Páginas del exilio*
* Eulalio Ferrer *
Tierra... šMéxico!
Casi no hemos dormido en las últimas 24 horas. Nos consume la ansiedad. La excitación vence las fatigas e incertidumbres del viaje cuando está a punto de culminar. Nuestra mirada se ha hecho experta en leer el horizonte, desde la raya espumosa hasta la raya celeste. Mejoraron algo nuestras condiciones con el transbordo del Cuba al Santo Domingo, bajo la terrible amenaza de dejarnos en la Guayana Francesa. Aunque más pequeño y zarandeado por las olas del Golfo de México, este barco ha sido más acogedor. Sin embargo, el calor es insoportable y no se puede estar en las bodegas. Las corrientes del Canal de Yucatán han acelerado la velocidad de la travesía. Hemos pasado la noche escuchando, en el fonógrafo de los jóvenes franceses que embarcaron en La Martinique, las canciones de moda en México. Me gustó mucho Vereda tropical. Hacia las cinco y media de la madrugada, un grito jubiloso rasgó la soledad marina desde proa: šTierra de México a la vista! šAl fin! Llegamos a la tierra de la esperanza. Nos encontramos frente a las costas aztecas y al divisarlas en la lejanía tal parece que un fuego arde dentro de nosotros. Hay una nueva sensación en el paladar, es como si acabáramos de comer una fruta amarga y nos llegara el almíbar de otra. Cada vez que el paisaje de la tierra se ha ido descubriendo ante nuestros ojos, nos ha inundado el júbilo. Ninguno comparable al que experimentamos ahora, unos minutos después del crepúsculo, al advertir la sombra de la tierra mexicana, iluminada por los primeros rayos del sol. Nos sentimos como náufragos que al fin encuentran refugio. Jamás habremos de olvidarlo. Otros hombres de nuestra raza conquistaron México en una epopeya singular. Nosotros venimos para ser conquistados por México. Las armas del espíritu, de la hidalguía y de la hermandad son las que hoy cuentan.
Respirar la libertad
Lentamente, el Santo Domingo se acerca a tierra firme. A las seis y media de la mañana estamos frente a Puerto México, lugar de nuestro destino. Sin tocar el muelle, recibimos a bordo la visita de las autoridades mexicanas para acelerar los trámites de la JARE, el organismo que ha hecho posible el viaje y que se hará cargo de nosotros al desembarcar. Todavía comemos en el barco. El desembarque se inicia a las tres de la tarde. Una hora antes habíamos atracado en el muelle. La alegría lo contagia todo, desafiando la plenitud del sol y sus 39 grados. A las cuatro, toca el turno a nuestra familia. Van adelante mi padre y mis hermanas Rosa y Estrella. Cierro yo, con mi madre al brazo, débil por el prolongado mareo. Junto a nosotros, como inseparable lo ha sido durante la travesía, Ramón Gallut, de Torrelavega. Hemos pisado tierra mexicana y nos reciben con regocijo y música. La música de madera de las marimbas entra por nuestros sentidos con resonancia de trópico. Se derraman las lágrimas y los vítores. El ambiente se solemniza con los acordes del Himno de Riego. Todo sucede con lentitud, pero con una impresión interior de vértigo. Respiramos hondo. Respiramos libertad. Es el oxígeno que necesitábamos. ƑQué haremos mañana?, pregunta mi madre. šVivir!, le contestamos, después de esta aventura de 41 días en la mar.
Coatzacoalcos, 26 de junio de 1940.
En la gran capital
Casi un mes en esta gran ciudad que es México, DF. Inimaginable, no obstante lo leído en Oaxaca y lo que allí me dijeron unos y otros. Me toca ahora conocer otra grandeza de México, la de su magnitud física. Me asombran el Paseo de la Reforma ųuna especie de Campos Elíseos de Parísų; la avenida Insurgentes, tan larga y animada; la avenida Juárez, tan concurrida de día, tan solitaria de noche. Y la mezcla de la gente. El indígena que atraviesa las calles, temeroso de los automóviles, con sus huaraches o sandalias; el mexicano solemne y bien trajeado; los hombres con sombreros de paja, rectos y humildes; el criollo expresivo y el español gritón. Y el habla mexicano matizado de dulzura, suave como la mirada. En efecto, es el español... y algo más. Lo mismo en el acento prosódico, que en los términos entrecruzados de castellanismos e indigenismos.
La primera sorpresa la experimentamos días atrás en la estación de ferrocarriles de Buenavista, amplia y acogedora. Habíamos dejado cerca del andén las maletas y bultos que trajimos desde Oaxaca. Un hombre bajito, de edad indefinida, se nos acercó y nos dijo en voz baja, como si revelara un secreto: Agusado jefecito, no le vayan a volar el veliz. Me quedé desconcertado, sabía que me hablaba en español, pero no entendía nada. Otro curioso ųmis abuelos eran asturianos, me dijo al acercarseų, nos aclaró que lo que ese hombre nos había querido decir era que debíamos cuidarnos para que no nos robaran las maletas. Nunca lo olvidaría. Tampoco que ''güero" equivale a rubio; que ''vieja" es la referencia simpática a la esposa; que ''patroncita" es la madre y que ''cuate" es un hermano gemelo y también un amigo del alma (...)
Entre una cosa y otra, moviéndome de un lado a otro en esta ciudad inmensa que se aproxima al millón de habitantes, he frecuentado el Centro Republicano Español, ubicado en la calle de Balderas. Ahí puedo ver y saludar a los hombres que son leyenda de mi memoria: Indalecio Prieto, Belarmino Tomás, Amador Fernández, Amós Ruiz Lecina, Crescenciano Bilbao, Antonio Fernández Clérigo, Adolfo Salazar, Alvaro de Albornoz, Juan José Domenchina, Carlos Hernández Zancajo. Enrique Puente y Julián Lara, que están organizando las Juventudes Socialistas, me invitan a afiliarme a ellas y acepto enseguida. Se considera un hecho el triunfo final de los Aliados, triunfo que yo no alcanzo a ver por ninguna parte. Me hablan del pronto regreso a España, una vez caído Franco, cosa también discutible. Algunos, en un exceso de optimismo, planean gobiernos y cargos oficiales. Indalecio Prieto no comparte ese optimismo y se muestra escéptico. Terriblemente autocrítico, afirma sin disimulo ni temor: La República la perdimos nosotros, no la derribó Franco.
País de contrastes
Recorro algunos cafés, convertidos en centros de tertulia de los españoles refugiados. En el ''Tupinamba" destaca la figura patriarcal del general José Miaja. El mentís del héroe que uno se imaginó: sencillo, abierto, socarrón, con sus ojos miopes detrás de unos gruesos lentes. A su alrededor abundan los aficionados al futbol y los toros. Los políticos, en cambio, frecuentan ''El Papagayo". Los poetas, encabezados por León Felipe y un flamenco santanderino, José Domingo Samperio, alternan en ''El Sorrento" y en ''El Campoamor". Otros poetas, como Pedro Garfias y Juan Rejano, prefieren ''El Puerto de Cádiz", a un costado de la Alameda Central, una cantina donde los escritores mexicanos beben cerveza y tequila. En ''La Parroquia" predominan los montañeses: Enrique y José Vega Trápaga, Juan José Lastra, Gregorio Villarías, Roque Alonso, Jesús Revaque, Arturo Canencia, Wenceslao Solinís, Mateo Toca, mi padre... y un poeta asturiano que no es del exilio, pero sí cercano a la democracia con sabor ácrata, Alfonso Camín. En la tertulia de ''La Parroquia" surgirá la idea de crear el Centro Montañés Sotileza, cuya convocatoria redacta prácticamente mi padre.
Todos cabemos en México. La diferencia es de quienes lo ven como lugar de paso y los que piensan que es puerto de arribo. Lo que nos sorprende es que a pesar de ser una República que apenas hace 30 años vivió una revolución social, no ha dejado de ser un país de contrastes, donde se nota tanta miseria y tanta opulencia a la vez. Manolo del Valle, un asturiano dueño del restaurante ''Manolo", al que conozco por un audaz montañés, Arturo Canencia, que ha instalado un cabaret en la calle de López, me confiesa que los políticos que frecuentan su establecimiento son todo lo contrario de un proyecto de revolución social. Y me advierte: No vengan ustedes con malas ideas. México es un país para ganar dinero. Palabras extrañas para quienes han llegado a este país con el deseo de honrar su hospitalidad. Con el latido de la gratitud en la garganta.
México, DF, 3 de febrero de 1941.
* Ofrecemos, como una primicia, fragmentos del nuevo libro de Eulalio Ferrer, Páginas del exilio, que la editorial Aguilar pone estos días en circulación. El volumen, que incluye un texto de don Fernando Benítez, traza un recorrido ''testimonial, de vivencias y andaduras, de reflexiones y confesiones, de constancias y reseñas", en palabras del autor.