La Jornada miércoles 30 de junio de 1999

Arnoldo Kraus
UNAM: fin (Ƒy principio?) de la razón

Aun cuando sus intenciones iniciales hayan sido buenas, al grupo Barnés le faltó una dosis inmensa de autocrítica y de conocimiento. Si ésta hubiese caminado paralelamente al deseo de aumentar las cuotas, la pregunta obligada no era si el gobierno federal aprobaría o apoyaría la decisión --si es que no la precipitó--, sino cuáles hubiesen sido las posibles respuestas del alma mater de la UNAM, alumnos y maestros, y no de la élite que la dirige. Esta ausencia de autocuestionamiento deviene lo que la mayoría de los universitarios denuncia: falta de democracia, escucha mínima, poder sordo.

El conocimiento escueto de la rectoría congrega dos vertientes: la temperatura política del país, cargada hasta el límite de malas noticias y futuros negros, es igual de fría y brumosa en las aulas de la UNAM como lo es en Chiapas, en los quintanarroenses indignados ante la ausencia de Villanueva o en la frontera con Estados Unidos, en donde las operaciones muerte de estadunidenses y mexicanos cobran cada vez más vidas. La propuesta de la rectoría debió haber previsto que para algunos, iniciativas no populares, y creo que nunca hubo ni habrá una tan denostada como el aumento de cuotas, sería magnífico caldo de cultivo para manifestar su ultrísmo; esto es, no a todo. No al no. No infinito y ciego.

La falta de previsión condujo a la segunda vertiente, la Pandora mexicana, que si bien difiere de la griega pues no inculpa a la mujer como el origen de los males de la humanidad, es similar en los pésimos agüeros provenientes del ánfora una vez que su contenido ha sido vertido.

Desde el cabildeo inicial en el Instituto Nacional de Cardiología hasta algunas de las exigencias del CGH, lo que no ha prevalecido es la lógica. La crisis de la Universidad Nacional, insertada en un México endeble, en unos tiempos universales colmados por momentos igualmente malos, se ha convertido en un elogio de la sinrazón. Tan sólo el hecho que la huelga haya alcanzado el número de días que hoy cumple es una excelente muestra de la muerte de la razón. Y si esto acontece en la UNAM, no puede uno dejar de preguntarse qué no sucederá en los Méxicos más oscuros.

Algunos filósofos han considerado que en la conciencia finisecular de las mayorías, ya sea desde una perspectiva intelectual o desde la cruda pero hiperreal panorámica de la pobreza, prevalece la idea del fin de la razón. No hay duda que en el conflicto UNAM lo que ha campeado es la sinrazón. No hay duda tampoco, que tarde o temprano, algún otro pretexto hubiese sido suficiente para poner en entredicho la salud de la Universidad. El diagnóstico es alarmante: la sinrazón es un mal que arrasa todo y con todo. De hecho, al correr del tiempo, la propuesta inicial de la rectoría y la posición actual del CGH poco difieren.

La conciencia del fracaso de la razón moderna es una idea vieja pero cada vez más presente. Reyes Maté lo expresa con erudición: "El mayo del 68 puso en circulación un concepto medio jubilado y que desde entonces no ha dejado de ser santo y seña del pensamiento crítico occidental: la dialéctica de la Ilustración. Y, Ƒqué otra cosa quiere expresar ahí 'dialéctica' sino la conciencia de un fracaso o insuficiencia de la Ilustración así como la confianza en poder resurgir desde las propias cenizas?".

Nuestro mayo 68 ya no es joven y ante la crisis actual es imposible archivarlo y mucho menos olvidarlo. Los demasiados días de la huelga han lacerado la imagen de la UNAM. De hecho, aún no podemos medir el daño acumulado y lo que habrá de inventar e invertir para resarcir lo destruido. La razón se convirtió en cenizas. Se arrasó con la educación, la ciencia, la docencia y el entendimiento. Si se acepta que la UNAM es uno de los espejos de México, lo único que no es válido es dejar de alarmarse. No es necesario ser escéptico para validar mis líneas: sólo se requiere caminar por las calles.

Las cenizas conllevan fin, pero, implícito en el mismo, está la posibilidad de renacer. Quienes no ostentan "grandes formas" de poder en nuestra máxima casa de estudios, los profesores y académicos "normales", así como los alumnos que acuden a sus aulas con el fin de formarse e insertarse en la vida de la nación, se han quejado hasta el hartazgo de la falta de democracia y de la urgencia de modificar los estatutos vigentes. Si de algo puede servir la huelga, será para inventar esos espacios en donde el poder de la rectoría se mezcle --Ƒy humanice?-- con las demandas de quienes también dan vida a la UNAM.