Soledad Loaeza
El equívoco populista en la Universidad
En el pasado la izquierda del PRI y la extrema izquierda vieron en los campesinos el capital político más prometedor para su causa; actualmente son los jóvenes de las colonias populares. Estos son hoy en día las víctimas del equívoco populista, como aquéllos lo fueron durante décadas, cuando a cambio de movilizaciones y apoyo físico recibieron promesas siempre incumplidas de prosperidad. Durante décadas los gobiernos de aquel PRI y de aquella extrema izquierda sostuvieron que la reforma agraria era la vía más rápida a la liberación de las masas; hoy en día, el PRD, que se ha erigido en el heredero del añorado populismo mexicano, que hermana al viejo PRI y a la vieja extrema izquierda, nos dice que la liberación de las masas está en la expansión de la educación universitaria; la cual, como el territorio nacional varias veces repartido por más de dos presidentes de la república, tampoco debe, en su opinión, conocer de límites.
Antes, la capacidad de movilización --y de control-- del PRI sobre los campesinos se mantenía con la promesa de un título de propiedad repartido; hoy, el PRD quiere conquistar seguidores distribuyendo todos los títulos profesionales que necesite para asegurarse su apoyo y llegar al poder. Aparentemente los estrategas del PRD han hecho un análisis apropiado de la demografía de los horizontes políticos del país. Efectivamente el peso político se ha trasladado del campo a las ciudades, así que ahora han puesto los ojos en el potencial político de los centros urbanos --en particular del Distrito Federal--. Al igual que con las tierras, aquí tampoco se trata de un problema de calidad, sino de cantidad: la fidelidad a los aliados campesinos, cuando eran mayoría en el conjunto de la población --su pasividad o su asistencia a mítines del partido-- se medía por la extensión de tierras repartidas; hoy el PRD pretende conquistar la fidelidad de los jóvenes de las clases bajas urbanas --que concentran una proporción creciente de votantes-- ofreciéndoles a cambio un título universitario. No importa si eso no les garantiza capacidad técnica o profesional para que el día de mañana puedan insertarse en el mercado de trabajo. Seremos un país de licenciados --el sueño de todo burócrata del alemanismo--, aunque desempleados o en busca de trabajo en una maquiladora, que no sabrá cómo elegir entre tanto abogado, ingeniero, arquitecto o veterinario, o cuanto hijo de la universidad popular, que le solicite trabajo.
De lo último que se puede culpar al jefe de gobierno del Distrito Federal es de sutileza. Cuando inauguró una preparatoria gratuita en Iztapalapa en uno de los momentos críticos del paro universitario, estaba acogiéndose a los ecos del Sí se puede madracista, que con tan buena fortuna ha corrido en las últimas semanas, pero sería injusto suponer que quisiera plagiar el lema de campaña de Roberto Madrazo. En realidad la intención del gesto era obvia: se trataba de establecer un contraste entre la mezquindad neoliberal de las autoridades de la UNAM, y la inagotable generosidad del viejo y querido populismo mexicano que sabe imponerse a la fría realidad de los números, que lucha contra las élites en defensa de las masas y en beneficio de sus representantes: las autoridades del Distrito Federal. Durante las décadas en que se siguió hablando de reparto agrario era irrelevante que se distribuyeran predios que ya habían sido distribuidos más de una vez, tierras no cultivables, erosionadas, miserables, que los campesinos recibían agradecidos, aunque después no hubiera manera de hacerlas producir. Ahora es igual, el gobierno de la ciudad promete escuelas preuniversitarias, pero no precisa cuál es el aval académico de esos planteles, si están o no reconocidos por las autoridades educativas federales; tampoco explica cuáles son sus programas, cuál es la capacidad profesional de los maestros, quién va a certificarlos a ellos y sus enseñanzas, cuál es su objetivo. La respuesta a cada una de estas preguntas no interesa demasiado a las autoridades del Distrito Federal, porque de todas formas la foto salió muy bien, y todos pudimos ver en la prensa el abrazo agradecido de un padre de familia al jefe de gobierno de la ciudad. Aunque no se sepa exactamente qué es lo que hay que agradecer, pues todo sugiere una reedición de las Preparatorias Populares que tuvieron un costo muy alto para la UNAM. El gobierno del Distrito Federal tendría que preguntarse si no está sembrando vientos para recoger tempestades, a menos de que sea eso lo que busca. Más que un hijo profesionista, es muy probable que el hijo del padre de familia de Iztapalapa sea un heredero de promesas, parafraseando el libro clásico de Guillermo de la Peña sobre un pueblo de campesinos en Morelos.
No deja de sorprender en casi todas las crónicas y los reportajes a propósito del paro universitario un tono, no siempre velado, de denuncia al supuesto carácter elitista de la universidad. Las universidades siempre lo son y en todas partes. Además sirven para educar y para formar élites del conocimiento, así como para contribuir a que los dirigentes de un país estén bien educados. Cuando se denuncia a la UNAM porque forma élites, Ƒse le pide que deje de hacerlo? Pero resulta que no hay sociedades sin élites, entonces Ƒquién va a formar a las élites mexicanas? ƑLos numerosos y crecientes institutos tecnológicos y escuelas profesionales privadas que han surgido como champiñones a lo largo y ancho del territorio nacional, para suplir las deficiencias de las universidades públicas? Sabemos cómo piensan algunos de sus egresados más prominentes, que se disputan el poder en la política y en los medios, Ƒestamos dispuestos a dejarles el país en las manos? Las quejas respecto a la ausencia de sensibilidad social de los líderes en los medios de comunicación, en las empresas y hasta en la administración pública, que provienen de estas instituciones tendrían que partir de una reflexión respecto a las omisiones de la universidad pública en materia de formación de élites, al abandono que sufrieron estas instituciones durante los años que estuvieron bajo la hegemonía de una familia ideológica que sostenía que las universidades servían para formar revolucionarios, "agentes de cambio social".
El problema de las élites no es su existencia, que es irremediable, sino las razones de su posición de privilegio. Las élites pueden tener un origen democrático cuando se han ganado el derecho a ocupar esa posición no porque la hayan heredado de un padre poderoso, sino porque la han trabajado, porque han demostrado su capacidad de gobierno y de renovación, porque son permeables a la integración de nuevos integrantes, porque son representativas de una sociedad, y porque respetan los intereses del resto de la población. De poco sirve denunciarlas como el enemigo a vencer, de todas formas siempre estarán ahí, lo importante es que las del futuro sean mejores que las del pasado, porque de las élites del presente tal vez no haya mucho que esperar.