Carlos Marichal
El debate sobre la tercera vía

Esta última semana se celebró en Buenos Aires una cumbre de la Internacional Socialista (IS) donde se puso a debate la tesis política actualmente de moda en Europa. No acudió a la cita Tony Blair, uno de los más fervorosos promotores de la tercera vía, pero sí llegó a la cosmopolita urbe sudamericana un elenco notable de primeros ministros socialdemócratas: el italiano Massimo D'Alema, el sueco Gorán Persson, y el griego Constantinos Simitis. También asistió el ex primer ministro español Felipe González y, por supuesto, el presidente de la IS, Pierre Mauroy.

La reunión tuvo un doble significado y objetivo. El primero consistió en demostrar que la IS tiene intenciones de convertirse en un movimiento transatlántico, apoyando los esfuerzos de los partidos de oposición en América Latina en un año de trascendencia electoral. Las futuras eleccciones presidenciales en Argentina en octubre, y en Chile y Uruguay en diciembre de este año, seguidas luego por las de México en agosto del 2000, ofrecen un escenario alentador en tanto en los tres primeros países ya se han formado alianzas de centroizquierda con buenas posibilidades de éxito electoral. La presencia de los dirigentes políticos europeos, por tanto, ha fortalecido las posibilidades de los aspirantes a la presidencia en Chile, Uruguay y Argentina: Ricardo Lagos, Tabaré Vázquez y Fernando de la Rúa, respectivamente. Y, sin duda, triunfos sudamericanos podrían tener un impacto significativo en México.

El segundo objetivo menos preciso e incierto de la cumbre socialdemócrata consistió en discutir la naturaleza de la ideología que englobaría a los diversos proyectos (algunos coincidentes y otros no) de partidos y coaliciones políticas que desean ofrecer un camino alternativo al neoliberalismo. Por ello se ha recurrido al término de la tercera vía, que ha venido elaborándose como proyecto político-económico en distintas formas por sociológos, politólogos y abogados de diversas naciones. No obstante, falta determinar cuáles son los verdaderos ejes del debate que transcurre bajo este nuevo paraguas ideológico, que todavía no ha logrado cuajar como una teoría política sólida sino que es usada con un oportunismo descarado tanto por el primer ministro alemán, Schroeder, como por el británico Blair. De hecho en la reunión de Buenos Aires los representantes españoles, portugueses y franceses pintaron su raya con respecto a las posiciones de los ingleses y alemanes, y defendieron el rótulo de socialistas, haciendo notar los avances que ellos habían logrado en las recientes elecciones al parlamento europeo.

No obstante, los dirigentes de la IS no dejan de insistir en la conveniencia de evitar posiciones excesivamente radicales y en la necesidad de asumir una especie de realpolitik que pueda combinarse con un discurso repleto de una nueva retórica reformista. De allí que en Buenos Aires, los políticos europeos hicieron énfasis en que aceptan la economía de mercado, pero rechazan una sociedad de mercado. Pierre Mauroy, hizo hincapié en que ello significaba que apoyaban una mejoría en la distribución del ingreso y el sostenimiento de las políticas sociales tan bondadosas para las clases trabajadoras que son operativas en la Unión Europea. La gran pregunta que sigue latente consiste en saber cómo podrían instrumentarse políticas sociales similares en América Latina después de haber sido arrasada por el neoliberalismo en el último decenio, con la consiguiente reducción en los ingresos de todos los gobiernos de la región. Aún así, conviene tener muy en cuenta la experiencia socialdemócrata europea porque revela que existen alternativas al modelo estadunidense de capitalismo ultraliberal. Es más, puede sugerirse que las elecciones próximas en numerosos países latinoamericanos constituyen una excelente oportunidad para que comience a aceptarse la viabilidad de estas alternativas.