La Jornada miércoles 30 de junio de 1999

José Steinsleger
ƑQué modelo de universidad?

Una de las grandes hazañas históricas del liberalismo fue la educación pública, laica y gratuita. Difícilmente nuestras naciones hubiesen despegado del ostracismo intelectual sin los logros democráticos de la reforma de Córdoba que golpearon todas y cada una de las puertas de las universidades de América Latina (Argentina, 1918).

La reforma universitaria de 1918 propiciaba el establecimiento de nuevos métodos de estudio, la renovación de las ideas y, sobre todo, el desalojo de los círculos cerrados que dominaban la universidad por el solo hecho de coincidir con los grupos sociales predominantes.

En México, los maestros de la generación de José Vasconcelos saludaron los aires renovadores de Córdoba: la idea de que la universidad tenía que asumir un papel activo en la vida del país y su transformación. Y el compromiso de quienes formando parte de ella, por sobre el goce de los privilegios que les acordaban los títulos, debían también trabajar desinteresadamente a favor de la colectividad.

Es decir que a más de su función académica, la universidad debía tener una misión social. Sin embargo, el actual debate en torno a cuál es la función social de la universidad ya no pasa por las aulas sino por las oficinas del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

El modelo de acumulación exige frenar las potencialidades generadoras del pensamiento diverso, que ponga freno a la sangría intelectual que está provocando el pensamiento único. Lo de menos es si tal política destruye a las universidades públicas o si atenta contra las generaciones pasadas, presentes y futuras.

Lo que importa es la ley de la poda presupuestaria y la formación de "élites" que se van a formar en un circuito educativo totalmente diferenciado del resto de la población. O, lo que es igual, el reforzamiento de la fragmentación que ya existe en el campo de lo social y en otros niveles de la educación: la construcción de facultades débiles versus facultades fuertes, según puedan prestar servicios al sector productivo.

Hay hechos incontestables pero llamativos: en las universidades privadas (donde "no hay política") se reciben casi todos. Mas podría ser que allí también, el requisito del mercado libre cumpla con satisfacer al cliente. Después de todo, en una universidad privada dudosamente un profesor de economía plantearía que la tarea básica en América Latina es quebrar la estructura institucional agraria que consagra el latifundio abierto o encubierto.

La Asociación Internacional de Universidades establece tres grandes modelos en los que se inspiraron la mayoría de las universidades de todo el mundo. El napoleónico, originado en Francia, es uno de los más antiguos. En este modelo el Estado encuentra en la universidad una herramienta de modernización de la sociedad.

En su forma clásica, el modelo francés es el instrumento de la afirmación de una identidad nacional propia, basada en los principios del reconocimiento del mérito y de una igualdad formal, principios que se apoyan a su vez en una administración poderosa. Fuera de Francia el modelo se aplica en España, Italia y en países africanos de habla francesa.

Otro modelo es el alemán, conocido como "humboldtiano", que debe su nombre al reformador radical del sistema universitario prusiano del siglo XIX, Guillermo von Humboldt. Se trata de un sistema que plantea la autonomía académica ante toda interferencia gubernamental. La función del Estado es garantizar la independencia de la enseñanza y de la investigación.

En Estados Unidos, el modelo se basa en el concepto funcionalista de "saber útil", ligado con la economía y las empresas. En el área cultural, este tipo de universidad permite, por ejemplo, formar intelectuales que pueden dedicar la mitad de su vida a investigar si Villa o Zapata tenían caspa o padecían de cirrosis, como forma de contribución al "saber objetivo".

El año pasado, en una sala de conferencias de Coyoacán, fui a oír a un experto estadunidense que durante años había investigado los sistemas de organización comunitaria de Guatemala. Sin discusión, el hombre sabía. Pero como su investigación había tenido lugar durante los años del genocidio sobre los indígenas alguien le preguntó si ambas cosas podían tener conexión. El experto respondió: "Mi trabajo fue 'objetivo' y 'desapasionado'. No me dejé influenciar por la 'política' ".