Con la entrega de registro a seis nuevos partidos se ha dado un gran paso adelante en la construcción de la inacabada democracia mexicana, en vísperas de afrontar el desafío mayor de las elecciones del año 2000. El hecho es digno de consideración, pues viene a probar, contradiciendo ciertas tendencias de moda, que la vía electoral es el camino primordial elegido por importantes sectores de la sociedad civil para participar en la vida política nacional. La necesidad de abrir el abanico a nuevas alternativas --desde la izquierda hasta la derecha-- se satisface, y eso hay que subrayarlo, sin poner en tela de juicio la importancia capital de los partidos en el sistema democrático.
Lejos de pulverizarse, la pluralidad política e ideológica se consolida así, abriendo las compuertas a un debate más rico y genuino, sin las ataduras de un creciente pero forzado tripartidismo que no necesariamente representa al conjunto de la ciudadanía.
Los llamados partidos ``pequeños'' tendrán una función decisiva en la formación de los acuerdos parlamentarios y en las políticas de alianzas que serán imprescindibles para sostener la gobernabilidad en el futuro próximo, pero su mayor importancia se dejará sentir, sobre todo, en el debate de los grandes problemas nacionales que los partidos mayoritarios han reducido al mero cálculo mercadotécnico, cuando no a la más cruda, llana y oportunista lucha por el poder, sin proyecto ni definiciones sustentables.
Partidos como Convergencia Democrática, Centro Democrático y Democracia Social, por citar sólo a los que se ubican deliberadamente en posiciones de centro izquierda, llevarán al debate político no solamente a hombres con experiencia, sino también a cuadros intelectuales capaces de servir como elementos catalizadores en un escenario de polarización creciente. Hombres como Gilberto Rincón Gallardo, que son dueños de una intachable trayectoria en la izquierda, tienen ante sí enormes tareas y responsabilidades que cumplirán, de eso podemos estar seguros, con plena conciencia y autonomía, pensando en el bien de México más que en el interés de las personas, por muy encumbradas o imprescindibles que parezcan.
La tarea más importante que los partidos tienen planteada es la de completar la transición asegurando la gobernabilidad. El país requiere construir nuevas instituciones y, en un sentido profundo, cambiar la Razón de Estado del antiguo régimen hacia una nueva razón de ser plenamente democrática. Hacen falta auténticos compromisos nacionales. Pero eso supone dejar atrás la etapa puramente demoledora de la transición y pasar a la normalidad de la democracia, a formas de acción y participación cívicas que nos permitan a todos, sociedad y partidos, imaginar el futuro de México en una era de enormes cambios.
La existencia de nuevos institutos expresa que los grandes partidos no lo son todo, que hay sectores muy numerosos de la sociedad civil dispuestos a recorrer un camino propio, apoyándose en sus propias fuerzas y convicciones para eludir el desencanto y el abstencionismo que amenazan la vida pública hoy en día. Y eso es loable y hasta imprescindible para la salud de la República.