ECONOMIA MORAL Ť Julio Boltvinik
Para repensar el modelo económico
Circular a pie, en microbús, taxi o automóvil particular en las grandes ciudades de México es cada día más riesgoso. Los pudientes contratan guardaespaldas, blindan sus autos e instalan sistemas de protección cada vez más modernos en sus casas. Las clases altas y algunas medias privatizan sus calles. Esto no ocurre solamente en las ciudades mexicanas, sino que es un síntoma casi universal de los nuevos tiempos de la globalización, en la cual cada vez menos personas, cada día más ricas, se protegen de la miseria de cada vez más personas. La creciente violencia urbana expresa la creciente polarización (pauperización en un extremo, riqueza extrema en el otro y cada vez menor peso de las clases medias) que llega a límites de segregación social, uno de los frutos más conspicuos de la globalización.
Los autores de las reformas económicas realizadas en América Latina en los últimos 15 años, bajo el reinado casi absoluto del Consenso de Washington (CW), suponían que éstas iban a transformar para bien nuestras economías y que ingresaríamos al Primer Mundo rápidamente. Sin embargo, en México no se han obtenido los resultados esperados: la economía mexicana, ejemplo y paradigma de los organismos financieros internacionales (OFI), no crece a pesar del enorme apoyo recibido (casi único en todo el mundo). El Banco Mundial se pregunta por qué. Su respuesta es que las reformas han sido incompletas y que hay que seguir avanzando en ellas. Más de lo mismo.
Sin embargo, este nuevo llamado a seguir profundizando las reformas del Consenso de Washington ya no tiene la misma fuerza, puesto que el consenso se ha debilitado, particularmente a partir de la crisis del sureste de Asia. Voces internas dentro del mismo Banco Mundial, en particular la del vicepresidente Joseph Stiglitz, han puesto en evidencia que el CW está apoyado en varios dogmas que la evidencia empírica no valida. En particular --y he aquí el potencial liberador de esta discrepancia-- está haciendo un llamado al pragmatismo, a la puesta en práctica de medidas distintas para diferentes economías, en lugar del paquete único promovido por el FMI y el BM.
Sin embargo, la apertura del Banco Mundial y el arribo de un posible posconsenso de Washington se confrontan con una nueva realidad a la que Frances Stewart ha llamado ''el consenso del mercado''. Las calificadoras de inversión, las asesoras de los inversionistas, las Standard and Poors y o similares, se aprendieron las recetas del CW. Con base en sus dogmas, juzgan la calidad de las políticas macroeconómicas de los países. Si un país se aparta de ellos, descalifican su política y recomiendan a los inversionistas que inviertan en otro lado. El movimiento hacia la libertad que los aires de pragmatismo en ciertas esferas del Banco Mundial anuncian se enfrenta a este severo obstáculo. Estos asesores de inversiones, que dicen hablar en nombre del mercado, se vuelven sus sustitutos. El inversionista depende de ellos y no parece tener más opción que hacerles caso. Se trata de un obstáculo cognitivo difícil de vencer. La mayor fuerza del CW radica en que mucha gente, con mucho poder, cree en él.
Otra razón de la crisis del CW radica en la manera en la que se instrumentan sus recomendaciones. Llamémosle la instrumentación tropical. Tomemos el ejemplo de la privatización bancaria en México. En México, la privatización de la banca, en la cual Salinas le vendió los bancos a sus amigos, se transformó, muy pocos años después, en la quiebra general del sistema bancario. La combinación de privatización con desregulación bancaria, débil supervisión oficial de las operaci
ones de la banca, más la voracidad e inexperiencia de los neobanqueros, los llevó al otorgamiento masivo e indiscriminado de crédito a casi cualquier postulante, en una celebración anticipada de nuestra entrada gloriosa al Primer Mundo. Los banqueros mexicanos, con la ceguera oficial cómplice, usaron los recursos depositados por los cuentahabientes como si fueran de ellos, violando la ley. Los prestaron sin garantías (violando la ley), los usaron para financiar campañas políticas del PRI (violando la ley), se prestaron a sí mismos o a sus amigos (violando la ley). Pero esta instrumentación tropical se dio, además, con tasas tropicales de interés. Las altísimas tasas de interés reales prevalecientes en México, camino inevitable para atraer capitales del exterior para financiar una economía incapaz de equilibrar sus cuentas externas, llevó a la insolvencia a miles de empresarios y familias que contrajeron deudas de buena fe. A la quiebra bancaria, el gobierno reaccionó premiando a los banqueros delincuentes, canjeándoles su cartera incobrable, y en muchos casos ilegal, por pagarés del Fobaproa, es decir, por deuda pública no autorizada por el Congreso, violando nuevamente la ley. Esto ha sido ahora legalizado por el Congreso, legitimando la impunidad de quienes privatizaron ilegalmente, de quienes usaron los recursos de los ahorradores ilegalmente, de quienes se hicieron de la vista gorda y de quienes absorbieron ilegalmente la cartera vencida. Un premio a los violadores de la ley y un camino lucrativo para el futuro. Un mundo de fuerza sin ley para los fuertes e impunes. Esta instrumentación tropical de las recomendaciones del CW ha contribuido a su debilitamiento. Naturalmente, la reacción de los organismos financieros internacionales es intervenir más para asegurar que sus recomendaciones sean instrumentadas correctamente, para destropicalizar al CW.
El resultado: una economía que no crece y que además concentra los estancados recursos en cada vez menos manos; un Estado en el que prevalece cada vez menos el derecho, y una sociedad cada vez más dividida y confrontada. El viejo mundo de economías protegidas, de estados empresarios, del desarrollo hacia adentro, ha sido destruido por las reformas. El que ha quedado en su lugar es apenas su negación y no funciona. Pero los problemas no son sólo nacionales.
La economía globalizada misma, a pesar de la relativa calma que ha prevalecido en los últimos meses, vive desde hace varios años una severa crisis de sobreproducción. La crisis del sureste de Asia y su gradual contagio a nivel mundial, aunque tuvieron su manifestación inmediata en la esfera de las finanzas, son una consecuencia de la crisis global de sobreproducción. Si bien es urgente regular los flujos de capital financiero para evitar los fuertes daños que los bruscos traslados masivos de capital producen a la economía mundial, en el fondo subyace un problema estructural más grave. A riesgo de caricaturizar, conviene esbozarlo en términos muy generales. La apertura de la inmensa mayoría de las economías del mundo a los flujos de mercancías y de capitales ha provocado que cada país, particularmente los subdesarrollados, perciban que sus posibilidades de competencia dependen del abatimiento de costos. La llamada ''ventaja comparativa'' de nuestros países es el bajo costo de la mano de obra. Esto ha llevado a muchos países, entre ellos México, a instrumentar políticas salariales y de seguridad social que abatan los costos de la mano de obra para los empresarios, es decir, a poner en práctica un dumping social, que consiste en tratar de vencer al competidor abaratando más que ellos el costo de la mano de obra.
Pero con los ingresos de la población trabajadora en descenso, se reduce el mercado interno mundial, lo que explica varios rasgos de la economía actual: 1. las tendencias crecientes a la desigualdad en casi todo el mundo; 2. la sobreproducción y las tendencias deflacionarias en la economía mundial, y 3. el exceso de liquidez a escala mundial que genera la masa enorme de capitales líquidos flotantes en busca de maximizar sus ganancias. Por cierto, esto es una expresión de la contradicción inevitable que surge cuando todos los países quieren impulsar su crecimiento con base en las exportaciones, ya que para el mundo en su conjunto no existe mercado externo. La regulación que se requiere a nivel mundial se relaciona, por tanto, no sólo con los flujos financieros, sino también con las condiciones de los trabajadores que producen las mercancías globales. Entre ellas el respeto a las leyes y acuerdos internacionales de tipo laboral. La globalización hizo creíble el chantaje del capital sobre su eventual traslado a otro país, lo que ha debilitado enormemente a los sindicatos. La regulación previsible en este campo pasaría desde luego por el desarrollo de sindicatos internacionales y por acuerdos intergubernamentales, a la manera de la Organización Mundial del Comercio.
Esto se relaciona con la naturaleza de la globalización realmente existente. En efecto, es una globalización cuyos rasgos de desarrollo han estado dictados por las necesidades e intereses de las grandes corporaciones trasnacionales, 500 de las cuales llevan a cabo 75 por ciento del comercio mundial. Lo que ellos buscaban era mano de obra barata y sindicatos débiles para optimizar sus procesos productivos realizando cada fase de éstos en el lugar del mundo que les resultase más conveniente. Para ello necesitaban libre movilidad de las mercancías y de los capitales, y trato igualitario para la inversión extranjera. La movilidad de los trabajadores no les resultaba ventajosa sino potencialmente peligrosa, ya que tendería a igualar las remuneraciones a nivel mundial. Como resultado, se ha construido una globalización sesgada que resulta sumamente ineficiente, puesto que mantiene a centenares de millones de trabajadores subempleados y desempleados en los países periféricos, mientras hace vivir a los habitantes de los países centrales en una economía de escasez de mano de obra, de mano de obra cara, de self-service y de falta de personas para cuidar a los menores, a los ancianos y a los discapacitados, por no mencionar la ausencia de mano de obra para levantar las cosechas. Esta globalización no es la única posible y ciertamente no es la más deseable. El modelo que es necesario repensar es no sólo el nacional sino también el global.
La economía moral es convocada
a existir como resistencia a la economía
del "libre mercado": el alza del precio
del pan puede equilibrar la oferta
y la demanda de pan, pero no resuelve
el hambre de la gente.
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