Roberto Madrazo ha escalado su reto al grupo en el poder en su campaña por la candidatura presidencial del PRI. Demostrando astucia y sentido de la oportunidad, ha asumido la actitud de un opositor dentro del partido oficial, situación inédita en su historia. Hace diez años, esto hubiera implicado la expulsión o la muerte política. Madrazo funda su reto en dos principios fundamentales: de un lado, la crítica directa a los efectos de la política neoliberal; de otro, invoca una lucha contra el centralismo (léase contra el grupo tecnocrático). Reclama así con legitimidad que no es el candidato del Presidente de la República, y ha convertido este hecho en su principal capital simbólico. Además, con absoluto descaro y mucha perspicacia, ha aceptado lo que el Presidente niega de una manera insultante para la inteligencia de los mexicanos: que Cabal Peniche financió su campaña y la del propio Zedillo. Al hacerlo, se ha colocado en la capacidad de exhibir (y hasta probar) la incongruencia y falsedad moral del Presidente. Por todo lo anterior el reto que representa Madrazo no es menor y no debe perderse de vista su potencial de causar una crisis dentro del sistema.
En meses recientes ha demostrado que en un país en donde la política estatal ha llevado a la mayoría de los ciudadanos a convertirse en iletrados funcionales, una buena publicidad televisiva puede crear personajes políticos creíbles. Ha visualizado también que el colapso de las corporaciones priístas ha disminuido su capacidad de atracción y control del voto en cualquier tipo de contienda. Si bien las reglas internas de la elección priísta determinan que el voto será a través de distritos electorales (sistema diseñado para perjudicar a Madrazo), los estados donde se concentra la mayoría de los distritos del país son hoy gobernados por la oposición o no plenamente controlados por el PRI local: Distrito Federal, estado de México, Veracruz, Jalisco, Nuevo León y el Bajío. Por tanto, la bufalada priísta en apoyo a Labastida puede resultar insuficiente para garantizar el voto por el favorito presidencial, sobre todo porque Madrazo es un experto en el manejo de las clientelas priístas de base, como los vendedores ambulantes, los grupos de porros, las organizaciones urbano-populares. Si en algo radicó el éxito de su gobierno en Tabasco fue precisamente en la destrucción de las bases sociales del perredismo y en la generalización del clientelismo y la cooptación más primarios.
En cambio, Labastida no puede romper en esta etapa con el Presidente, pues depende aún de su apoyo para volcar al aparato priísta en su favor. Esta limitación constituye una camisa de fuerza ante las bases de un partido dolido por las derrotas electorales recientes y afectado severamente por la pobreza creciente de sus miembros.
Madrazo defiende mejor los intereses de la vieja guardia priísta que Bartlett, pues goza de un doble carisma: es el triunfador sobre lo que fue el perredismo más fuerte del país y es el único político que se opuso exitosamente a las concertacesiones presidenciales. Madrazo representa el mítico retroceso a las épocas de oro del partido de Estado. En esto radica su fuerza dentro de un partido que sabe que una democracia electoral realmente controlada y sujeta a la ley significa más temprano que tarde su fin.
El político tabasqueño sabe cómo se financió la campaña de Zedillo y conoce los tejes y manejes financieros que ocultaron las violaciones legales cometidas. Tantas y tan graves fueron que las auditorías sobre los bancos, que ya deberían estar listas, se han topado contra el infranqueable muro de la falta de información sobre los fideicomisos que financiaron al PRI. Este pecado original de la presidencia actual convierte a Zedillo en un rehén de Madrazo, y explica también la negativa del PRI a aceptar reformas del Cofipe que ampliarían la capacidad del IFE para supervisar los gastos de campaña.
Este cuadro incrementa los riesgos de una confrontación interna en el PRI si la elección de su candidato presidencial no tiene absoluta transparencia y credibilidad. Y aun si no la hubiera, aumentan las presiones sobre el sistema para evitar a toda costa una derrota. Sólo con este compromiso puede mantenerse la unidad del PRI en la actual circunstancia. Con ello aumentan los riesgos de una involución autoritaria el próximo año. Este hecho hace más necesaria aún la alianza opositora.