Todo indica que el conflicto en la UNAM ya entró a un pantano tanto más peligroso cuanto más contaminado. De ahí la histeria cacerolera de ciudadanos con mucha luz en sus automóviles, no así en la comprensión del conflicto. De ahí, también, la proliferación de defensores-de-la-UNAM que en realidad actúan como sus sepultureros.
No está de más, pues, restablecer los puntos en que todos parecemos estar de acuerdo. Y conviene comenzar con lo más elemental, aun a riesgo de impacientar al propio Perogrullo. Pero es que ya no hay mucho tiempo para lograr una salida digna a la huelga universitaria. Ni queda espacio alguno para untraincongruencias.
En primer lugar, todos aceptamos que la UNAM ha sido, y debe seguir siendo un pilar del sistema educativo del país. Al mismo tiempo, todos aceptamos que ese pilar se ha ido erosionando. El tamaño y la velocidad de la erosión admiten opiniones distintas, pero el debilitamiento crónico de la universidad es un hecho. La pregunta es: ¿hacemos algo, o no, ante ese hecho?
Lejos de dejar morir a la UNAM, todos (o casi) pensamos que es urgente hacer algo para revigorizarla. ¿Qué y cómo? Aquí es donde comienzan los disensos importantes, mas no irresolubles. En un extremo, las autoridades más complacientes o menos autocríticas están seguras de que ellas mismas ya están haciendo mucho por el fortalecimiento de la UNAM. Y en el otro extremo, muchos aseguran que las autoridades más bien la están ``asesinando''. Más allá de ambas ultraposturas, lo cierto es que la UNAM sigue sumida en problemas que afectan cada vez más a todos los universitarios. Pero, una vez más es del estudiantado donde ha surgido el fin-de-la-retórica y el manos-a-la-obra.
Recordémoslo: todos estamos de acuerdo en que urge hacer algo frente al deterioro de la UNAM. Los disensos más bien radican en el cómo hacerlo. Y aquí es donde se empantana el asunto, al punto de satanizar a los estudiantes combativos y de preparar su linchamiento (el cacerolismo automovilístico, fruto de un espléndido trabajo de los medios de desinformación, es un indicador casi concluyente).
La huelga ha sido el instrumento escogido por los estudiantes no pasivos. ¿Es eso un crimen o una estupidez? Ni lo uno, ni lo otro. Por penoso que resulte recordarlo, la huelga no es un delito sino un derecho. Pero, además, muchas veces es la única manera de frenar injusticias o desatinos. La propia historia de la UNAM es elocuente: sólo con huelgas se han logrado los cambios más trascendentes (al menos desde la huelga de 1929, gracias a la cual esta universidad goza de autonomía).
Regresemos a los consensos: no toda huelga es fructífera, y en todo caso es una medida de emergencia. Lo cierto es que esta huelga ya es un hecho y, además, un hecho necesario al menos para interrumpir esa especie de suicidio silencioso en que había caído la UNAM. Y también necesario, ante la falta de espacios y alternativas (distintas a la de las autoridades autocomplacientes) para impulsar su revigorización en forma tan eficaz y creíble, como democrática.
Visto así, el reto no es cómo acabar con la huelga, sino cómo lograr que siga siendo una huelga fructífera, más allá de haber despertado y movilizado a muchos. O, en otras palabras, cómo aprovecharla para que, ahora sí y sin más dilaciones, se logre la gran reforma que sin duda requiere la UNAM desde hace ya un buen tiempo. Llegamos así a los consensos finales, pero al parecer, los más contaminados por los pantanos de la incongruencia y la deshonestidad.
Todos sabemos que la huelga jamás será fructífera con una solución de fuerza (que, sin embargo, ya se deja ver). Todos sabemos que una solución fructífera pasa por el diálogo constructivo (y no un diálogo de pura pantalla, como también ya se perfila). Y todos sabemos que un diálogo tal tendría que desembocar en una negociación democrática: de cara a la sociedad y en consonancia con las opiniones de la mayoría.
Si no vuelve a frustrarse el encuentro de autoridades y estudiantes, muy pronto tendremos otra gran oportunidad para darle a la huelga una salida digna y fértil. O, por lo menos, para que el verdadero espíritu universitario ponga a cada quien en su lugar.
PD: Sería muy útil, por cierto, que las víctimas de la desinformación ya no prendan más luces que las de su propio raciocinio.