Néstor de Buen
Parte de Guerra Tlatelolco

Me había contado Julio Scherer que escribía un libro con Carlos Monsiváis sobre Tlatelolco, pero nunca pensé que su publicación fuera tan inmediata. Nos vemos todos los viernes, por lo menos, en los desayunos que coordina, financia y dirige Juan Sánchez Navarro, pero ni el viernes de la semana anterior ni el que precede a este domingo pude concurrir a esa cita que se ha convertido, por muchas razones, en un momento fundamental de mi vida de relación, aquella que, contra mis tendencias naturales, se manifiesta en una reunión colectiva. Nunca fui propicio a la costumbre española de las charlas vespertinas en el café. He sido, en cierto modo y con respecto a ese tipo de relación, un solitario.

No he leído el libro, por lo mismo, ni lo leeré hasta mi regreso a México. Por supuesto que no tendré la paciencia de esperar a que Julio me regale un ejemplar. El sábado (ayer para ustedes) en que regreso al DF, lo buscaré con absoluta urgencia. Sin perjuicio, por supuesto, de que me lo regale.

Sin embargo, puedo anticipar, con riesgo de equivocarme, algunas ideas. En primer término que debe tratarse de un libro testimonial, por lo que hace a las aportaciones de Carlos Monsiváis, el hombre que causa más inquietudes en su entorno, en su permanente acusación fundada al Sistema y, en segundo lugar, por lo que se refiere a Julio, que es ųo debe serų el resultado impresionante de una investigación periodística al estilo Scherer, sin dar oportunidad de réplica. Y no es porque Julio se oponga a que se discutan sus trabajos: es, simplemente, que no son discutibles. Julio tiene la gracia de dictar la última sentencia, la que no permite apelación. Aunque, curiosamente, el propio Julio sea quien revise sus trabajos, como las entrevistas con David Alfaro Siqueiros, para decir la última palabra.

De los comentarios que he leído en este exilio voluntario cancuniano, me llaman la atención dos cosas. La primera, a propósito de esa endiablada suerte que por supuesto no es suerte, de que a 31 años de Tlatelolco, de repente la familia del general Marcelino García Barragán dé a conocer al mejor periodista de México el documento que denuncia que no fue el Ejército, sino el Estado Mayor Presidencial, el organizador de la masacre. La segunda, que con este libro Julio Scherer exculpa de las responsabilidades del 2 de octubre nada menos que a Luis Echeverría, quien fue el causante de que Julio y un grupo excepcional de periodistas tuvieran que abandonar Excélsior, algo que no debe olvidarse, dicho sea de paso.

Yo entiendo el periodismo como una actividad objetiva. Esto que hago ahora y que ustedes, algunos, leen, es periodismo, aunque no sea reportaje. No podría de ninguna manera, aprovechar este espacio para hacer afirmaciones que no estuvieren fundadas en una información y en una meditación suficientes. Lo que no impide que pueda equivocarme. Por ello mismo no trato aquí mis problemas profesionales por mucha tentación que tenga de convertir este en un espacio de denuncia. Habría el riesgo del apasionamiento.

Por eso me llama enormemente la atención, porque conozco a Julio y sus enormes y más que justificados resentimientos en contra de Luis Echeverría, que ahora, contra una opinión sin duda dominante que le atribuía al ex presidente una responsabilidad directa en el 2 de octubre, lo releve de toda culpa.

La intervención del Estado Mayor Presidencial, y en particular del general Gutiérrez Oropeza, no puede, por otra parte, dejarse en el olvido. A Díaz Ordaz, el presidente funesto, ya la historia lo ha juzgado. Pero la maniobra en sí misma, el ataque de los hoy famosos diez militares disfrazados que dispararon contra todo y contra todos para provocar la masacre, no pueden quedar en el olvido. La posible prescripción de las acciones penales no puede anteceder al juicio. Y este debe entablarse, juzgar a quienes se deba juzgar y salvarlos de la condena jurídica sólo en razón de la prescripción pero no dejar de juzgarlos por el simple paso del tiempo. Que quede constancia de su culpa. La historia de México lo exige.

A Carlos y a Julio, un abrazo emocionado.