VENTANAS Ť Eduardo Galeano
El lorito
Houdini se escapaba siempre. El primer día, levantó la puerta de la jaula, con su pico poderoso, y salió. El segundo día, alzó el piso por abajo. El tercer día, hizo un agujero en la malla de alambre.
Se escapaba; pero no llegaba lejos. Algo caminaba, a los tumbos, y se caía.
Sus secuestradores le habían cortado un ala, cuando lo cazaron en la selva. Kitty Hischier lo encontró en el mercado de Puerto Vallarta. Le dio lástima, lo compró para liberarlo. Como Houdini no podía arreglarse solo, y mutilado como estaba se lo comía cualquiera, ella decidió llevarlo, enjaulado, en su camioneta. Tenía la intención de pasarlo, clandestino, por la frontera. Houdini iba a ser uno más entre los miles y miles de mexicanos indocumentados en Estados Unidos.
Al cuarto día, Houdini intentó la fuga por el techo, pero ya no le daban las fuerzas. El no hablaba ni comía. Kitty le ofrecía palabras, en español y en inglés, y le ofrecía lechuguita, semillas de girasol y uvas; pero Houdini seguía callado, y arrojaba los alimentos fuera de la jaula.
Mudo, inmóvil, murió. En huelga de lengua, en huelga de hambre.