MAR DE HISTORIAS
Las palabras del fin
* Cristina Pacheco *
Samuel sigue consumiéndose. Al menos ha dejado de peregrinar. Cuando entro en la casa ya no tengo que buscarlo por todas partes: sé que lo encontraré junto a la ventana, tendido en su sillón porque se niega a dormir en la cama. La noche en que me toca hacerle guardia es agotadora. Debo esforzarme por quitarle la palabra y convencerlo de que me permita cerrar las persianas. Mi primo también le tiene pánico a la oscuridad. Para disimularlo hace comentarios que él juzga graciosos y me parecen macabros: "Necesito cargar mis baterías para prenderlas cuando me dejen en la oscuridad para siempre".
Samuel duerme muy poco, sólo a ratos, los únicos que permanece en silencio. Pasa el resto del tiempo hablándome de sus cosas. Cuando me vence el sueño, mi primo toma el libro que dejo al alcance de su mano y entonces lee en voz muy alta. Los vecinos ya se quejaron. Mi tía Esperanza les ofrece disculpas. Les asegura ya no tendrán esa molestia en cuanto Samuel deje de ensayar y estrene la obra de teatro en la que debutará como actor. Mi tía me conmueve: finge que sus vecinos la creen. En el fondo sabe que todos están enterados de cuanto le sucede a su único hijo.
II
Durante mucho tiempo mantuvo en secreto la enfermedad de Samuel. Mi tía Esperanza nos la reveló cuando la amenazaron con quitarle el trabajo si ella seguía faltando. Entonces hizo una reunión de familia. Nos puso al tanto de todo: desde lo costosas que son las medicinas hasta de su temor de que, en un momento de soledad y desesperación, mi primo vaya a quitarse lo poco que le queda de vida: Ƒuna semana, un mes, un año?
Mi tía no necesitó pronunciar el nombre de la enfermedad que padece Samuel. En cambio, nos advirtió de sus fobias: la cama, la oscuridad, los espejos y su propio silencio. Esto último lo entendí desde la primera guardia. Mi primo habla sin descanso, como si quisiera decir todas las palabras que pronto ya no podrán salir de sus labios. Cuando se fatiga de su propia historia o ve que me he quedado dormida, lee en voz muy alta lo que sea: cuentos, poemas y páginas que arranca al Diccionario de la Lengua Española, porque ya no puede sostener el gran volumen encuadernado en piel.
Lleva leídas todas las palabras que empiezan con "a" y más de cien que comienzan con "b". Hay noches en que me despierta para compartir alguna definición que le sorprende o lo maravilla: "Sara, abre los ojos, oye esto. Badana: piel curtida de carnero u oveja. Tira de este cuero o de otro material, que se cose al borde interior de la copa del sombrero para evitar que se manche de sudor. Persona floja o perezosa".
Finjo emocionarme ante la definición. En realidad, tengo la esperanza de que eso le baste para dejarme dormir otro poco. Casi nunca es así. Samuel retoma su monólogo donde lo dejó por la tarde, o bien, me pregunta si creo que alcanzará a aprenderse el significado de la penúltima palabra en la sección de la "b". Le contesto que sí, aunque no logro convencerlo. Yo misma no estoy segura de que mi primo logre sobrevivir el tiempo que lo separa de la palabra buzonera: sumidero de patio.
III
Samuel está cada vez más delgado. La piel se le ha ido pegando a los huesos y al verlo inevitablemente uno piensa en la muerte. No se lo decimos. Al contrario: nos pasamos el tiempo inventándole mejorías: "Hoy amaneciste de muy buen color". "Ya no te queda tan grande el cuello de la camisa". "Esta medicina te está sentando muy bien". Seguimos con el juego. Comprendemos que él sabe del engaño y lo acepta, cosa que le agradezco.
Si no fuera por este truco, sería mucho más difícil convivir con mi primo sin tropezarnos a cada momento con algo que sabemos: su muerte. Puede ocurrir hoy o mañana. No podemos impedirla ni siquiera uniendo nuestras fuerzas y el amor que le tenemos todos: es decir, la familia y los pocos amigos que vienen a visitarlo.
Unos y otros somos como esos vividores que se acercan a la celebridad en turno sólo para ayudarlo a derrochar su fortuna. La de Samuel está hecha de palabras: le salen a raudales por la boca. Así será hasta que no tenga fuerzas para pronunciar ninguna. Entonces el silencio que antes lo rodeaba se abrirá para devorarlo.
IV
Imposible imaginarse a Samuel callado. No hace más que hablar desde febrero, cuando lo desahuciaron y lo enviaron del hospital a su casa. El doctor le explicó a mi tía: "Es una forma de negar la realidad y aferrarse a la vida". A mi juicio, Samuel habla para que no pensemos que ha muerto cuando aún sigue vivo. Morir es el mayor de sus temores. Con frecuencia me repite de dónde le viene el miedo.
"Cuando tenía doce años mi padre me encontró vestido con el traje sastre lila de mi mamá. El viejo lo adivinó todo y sacó sus conclusiones. A golpes me hizo jurarle que jamás le diría nada a nadie, ni siquiera a mi mamá. El secreto quedó entre los dos. Cuando ella se dio cuenta de que mi padre no me dirigía la palabra y rechazaba todas mis muestras de afecto, quiso saber qué sucedía. Entonces el viejo le hizo la confesión y gritó: Ese muchacho está muerto para mí, Ƒentiendes?, muerto.
"Muy asustado, le dije que no era verdad, que estaba vivo y seguía pareciéndome a él. No me oyó ni volvió a escucharme nunca. Acabó por irse de la casa. Mi madre fingió olvidar lo que sabía de mí. Cuando regresaba tarde me hacía recomendaciones sobre la inconveniencia de andar con solteras en busca de matrimonio y el peligro de meterse con mujeres casadas, pues sus maridos podían golparme o matarme.
"La noche siguiente se lo contaba a Germán en el hotelito donde nos refugiábamos y los dos nos moríamos de risa. Mi madre también pretendió hacerme creer que mi padre iba a regresar y a reconciliarse conmigo. Me pareció imposible vivir sobre dos mentiras tan grandes. Llegó el momento en que tuve que advertírselo y también preguntarle si me aceptaba como soy.
"ƑSabes cómo reaccionó? Fingió no oírme, sonrió, me abrazó, me dijo que la alegraba mucho ver que éramos tan parecidos. Comprendo que fue su manera de manifestar su aceptación, pero no me bastó, no me dijo lo que yo quería oír: Te amo como eres.
"En el fondo actuó como mi padre: me sepultó en el silencio, con la diferencia de que ella me arrojó las paladas de tierra con suavidad. Lo sabe y está arrepentidísima. No se atreve a decírmelo pero me envía toda clase de mensajes indirectos. Son muy ingenuos y torpes, el más conmovedor consiste en dejarme su ropa al alcance de la mano. Sueña con que me ponga alguno de sus vestidos.
"Si no lo he hecho es porque no tengo fuerzas. Además quiero regalarle la satisfacción de que sea ella quien me ponga su estilo sastre lila. Lo compró para asistir a la fiesta de fin de cursos cuando terminé la primaria. Por la tarde fuimos los tres a comer a un restaurante y luego nos tomamos una foto. Mi papá rodeó a mi madre por la cintura y le murmuró: Te ves preciosa.
"Ese trajecito lila tiene algo encantador, siempre me ha fascinado y por eso decidí que sea mi mortaja. ƑCrees que mi padre me dirá te ves preciosa cuando me contemple en el ataúd?"