José A. Ortiz Pinchetti
Los meses finales del milenio

Ni siquiera lograron completar la reforma electoral. Se queda como definitivo el texto de 1996. En el Senado la mayoría del PRI, por el solo hecho de no presentarse, impidió el debate y la votación de la minuta de reformas aprobada por la oposición en la Cámara de Diputados. Esta omisión, que sería intolerable en cualquier régimen maduro, dramatiza los límites de la transición mexicana. El único cambio son elecciones "correctas" aunque puedan estar manipuladas. Sin fiscalización efectiva de precampañas o las campañas. Y sin coaliciones factibles, sin voto de mexicanos en el extranjero. La televisión podrá votar masivamente por el PRI (como siempre).

La reforma del Estado quedará pendiente para una nueva ronda. (Quizás en 2001 o más allá). Esta dependerá de la composición de las cámaras federales y de quien ocupará la Presidencia. Queda claro que no habrá ninguna reforma si el PRI vuelve a tener la hegemonía en los poderes federales. La única esperanza de completar la transición está ahora en manos de la oposición. Si ésta se une podría imponer un pacto que garantizara un cambio drástico pero pacífico y concertado. Las ilusiones de que venga la transición de un presidente priísta han quedado destruidas para siempre.

Falta más de un año para las elecciones generales, pero los tiempos de la política y los ciclos de la economía se han adelantado. Los candidatos a la Presidencia son enteramente visibles y el fondo de la pugna y hasta sus posibilidades también.

Vivimos los últimos meses del siglo y del milenio, con todas sus cargas simbólicas. Seguimos en una larga decadencia social y económica sin que nuestros grandes y sombríos problemas se hayan resuelto, pero sin que se hayan agravado al punto de volverse inmanejables.

El proceso de globalización ha significado hasta hoy la paulatina desaparición de las defensas de los países pobres (entre ellos el nuestro) frente a los ricos. La expansión ilimitada e incontrolada de la tecnología, la comunicación y las redes financieras lejos de traer un avance civiliza- torio equilibrado han generado descompensación y desigualdad. La doctrina que sustenta este proceso, el neoliberalismo, parece totalmente agotada, pero no se vislumbran con claridad respuestas inteligentes que puedan sustituirlo.

Es difícil ser optimista. Quizás el nuevo siglo será mejor para México si controlamos el crecimiento de la población, atajamos la destrucción del medio ambiente y generamos una economía de mercado abierta, no monopólica. Aún no hay en marcha ningún proyecto serio.

ƑY la democracia?

La desilusión progresiva de la población por una competencia electoral muy imperfecta nos pudiera hacer temer una restauración autoritaria. Pero no son claros los agentes activos para una regresión semejante. Si el presidente Zedillo y su equipo pueden ser criticados por su incapacidad de superar el gradualismo, poco menos podríamos decir de los cuadros directivos de los opositores.

El futuro no es simplemente la prolongación del pasado. La múltiple crisis política va a traer sin duda alguna una sacudida en las estructuras de la sociedad mexicana. Los fundamentos de la economía "liberal" tendrán que ser revisados. Presionados por el peligro de nuevas explosiones es posible que logremos desarrollar una respuesta creativa. Lo hemos hecho en el pasado, cuando México completó varias "transiciones" que en su tiempo parecían insuperables. Se levantó varias veces del lecho de enfermo (para emplear la expresión de Francisco López Cámara). Para lograr semejante hazaña, en esta época necesitamos superar esa densa depresión colectiva que es probablemente el peor rasgo de estos años.