La Jornada Semanal, 4 de julio de 1999
Lo primero que llama la atención en tu novela es la extensión. Cuando empezaste a escribirla, ¿sabías que te estabas embarcando en una aventura de ese tamaño?
-De alguna forma sí. Había un eje central y de ahí se derivaban ciertas historias, pero nunca pensé que iba a ser tan larga. Esto ocurrió en el proceso de escritura. Poco a poco fueron naciendo más historias, más personajes. El hecho de un fraude electoral tiene muchos efectos en una sociedad pequeña. Traté de meterme en esos recovecos sociales: hay personajes, venganzas, frustraciones, corrupciones. Esto me sugirió muchas tramas y subtramas. No todo recae en los personajes centrales, pero sí en el espectro social que expongo.
-Por un lado está el fraude electoral y por otro la historia de una familia: Cecilia y Trinidad y sus dos hijos, Papías y Salomón.
-Sí, pero justamente la familia empieza a disgregarse en el momento en que aparece lo político. Ya hay una reticencia contra el padre, que es autoritario, holgazán, exigente con los hijos y, al mismo tiempo, pretendidamente manipulador. Cuando los hijos toman partido el padre recula y se divide la familia. Por otra parte, la madre es como un árbitro. Y esto pasa en muchas familias del pueblo. Yo tomo el ejemplo de los González, para exhibir que en muchas familias también pasó algo similar.
-Hay una pelea: los hijos abominan de Trinidad, lo escupen, pero él nunca deja de quererlos, siempre los está buscando, y más adelante en la novela inclusive llegará a tomar el partido de sus hijos.
-Cuando siente que los hijos no van a volver le surgen inquietudes políticas, como una forma de recuperar el ímpetu de sus hijos ya perdidos, la combatividad, cosa que nunca tuvo en su vida. Incluso tiene ansias de poder. Quiere ser presidente del pueblo por uno de los partidos opositores. De alguna forma suplanta la actitud de sus hijos. En este sentido, hay una especie de arrepentimiento. Es un personaje tragicómico. Asegura que va a remediar todos los males del pueblo, hasta que la mujer lo frustra diciéndole: ``Bueno, ya es pérdida, y también es pérdida nuestra; tenemos que huir del pueblo.''
-Da la impresión, para un lector urbano, de que se trata de una historia ocurrida hace mucho tiempo, en ese pueblo tan apegado a sus costumbres y tradiciones. Sin embargo, el tema político parece muy actual: la vigencia de la corrupción, de la represión...
-Yo todavía considero que el fraude electoral está y estará presente, en menor o mayor escala, intuyo que en menor. Pero que habrá irregularidades en el proceso electoral, eso no lo descarto para nada. En ese sentido, el tema es actual y seguirá siendo actual durante muchos años. Yo creo que es muy difícil que se dé un proceso electoral perfecto; siempre hay alguien que quiere manipular, alterar el proceso, no importa de qué partido sea. Apenas nos estamos acostumbrando a la democracia, todavía somos aprendices de brujo. Pero aun en los procesos electorales de países muy avanzados democráticamente hay ciertas irregularidades.
-Aparte del tema político, narras también la historia de amor de Cecilia y Trinidad, su relación conyugal, muy pueblerina pero teñida de exhibicionismo y de pasión: esos besamientos, esos pelamientos...
-Para mí era muy importante cuidar la unidad familiar. La familia se desintegra pero la pareja no. Es una unión funcional, digamos. Se pueden oponer veinte mil cosas, pueden irse los hijos, pero la pareja no se va a disolver. En los pueblos no existe la idea del divorcio, de la renuncia o del arrepentimiento. Asumen su destino, tienen la cuota trágica de sostener una relación a pesar de los pesares. La novela se ubica en los años sesenta o setenta -más o menos, porque es atemporal-, y en ese tiempo era una rareza absoluta que alguien de un pueblo se divorciara. Entonces, cuando ya Trinidad y Cecilia sienten que perdieron a los hijos, tienen que mantenerse como pareja. Por eso son muy importantes las bodas de plata, porque simbolizan la unión. Van a luchar por conservarse hasta las bodas de oro. La unidad conyugal es sinónimo de fortaleza, de entereza, de heroicidad.
-Un aspecto fundamental de esta novela, y de toda tu narrativa, es el estilo. Mezclas el lenguaje coloquial con el lenguaje culto; una frase puede incluir cuatro o cinco octosílabos consecutivos. Utilizas una sintaxis propia.
-Tengo una formación clásica, y cuando leí Las metamorfosis, La Divina Comedia, Las Cartas del Ponto, Las Geórgicas, y mucha literatura bizantina y egipcia, me daba cuenta de que siempre había una propuesta diferente de lenguaje. No había un modelo para que todos lo imitaran. Hay una evolución, pero al mismo tiempo una especie de circunvolución de los elementos narrativos. Y yo me dije: si voy a hablar de un pueblo no voy a escribir como los novelistas de la revolución, ni puedo escribir como lo hizo Rulfo. Lo suyo es la diafanidad, estar limpiando, limpiando, y yo quiero ser acumulativo, incorporar todo lo que se pueda sin perder la coherencia dramática. Por otra parte, quiero mostrar un equilibrio entre la expresión y lo que estoy contando. Podría hacerlo, pero me es muy difícil contar una historia casi sin estilo. Como lector, no quiero nada más escuchar una historia que me pueden contar en una cantina, sino que quiero que haya otros rejuegos, alusiones y sugerencias, que se aluda a muchas pequeñas subtramas a partir de una trama, y por eso este empeño en trabajar sobre el lenguaje. Pero trato de no divagar, de ajustarme a la línea anecdótica.
-Quisiera que hablaras más sobre este propósito tuyo de escribir en lo que alguien ha llamado ``prosa medida''.
-Mira, yo empecé como poeta, y una de las cosas que me disgustaba de la poesía es que no contaba historias. Casi nadie cuenta historias en la poesía, o si las cuenta son muy sesgadas, muy simbólicas. El libro máximo que he leído en mi vida, el árbol de la literatura, es La Divina Comedia. Podría considerarse como una novela pero en realidad es un poema. Para mí, ese tipo de narrativa medida era algo así como una aspiración, era a lo que yo quería llegar. Contar y medir al mismo tiempo, como lo hacía Dante, y lo mismo Homero y todos los poetas de la antigüedad, El Cantar de Mío Cid, los romances... Hay una larga tradición de poesía narrativa, anecdótica. Y entiendo que el poema debe ser también muy largo. La concepción moderna, a partir del Siglo de Oro, es que el soneto y todo eso tiene que ser corto. A mí me gustan los poemas largos, como si fueran un río. Alguien me sugería que dispusiera los versos como versos, o sea, que no los ordenara como prosa. Pero si esta novela es de seiscientas páginas y la ordeno como versos, sería del triple o el cuádruple de páginas y nadie me la publicaría.
-Tu novela se ubica en el norte de México, o de Mágico, en un pueblo con nombre inventado, Remadrín, que remite a cierto pueblo coahuilense, pero los regionalismos que utilizas son de diversas partes del norte.
-Hay de Sinaloa, Sonora, Nuevo León, Chihuahua, de todos los estados fronterizos y de algunos que no son fronterizos, como Durango y Zacatecas. Quise hacer una geografía como si todo el norte fuera un solo estado, incluyendo a Baja California Sur. Incorporo no solamente vocablos sino lógicas de pensamiento, construcciones, a partir del habla norteña. Quise incorporar todo eso en un solo cometido.
-Tu narrador es muy participativo: critica, se hace preguntas, se burla, aunque siempre muestra simpatía por los personajes.
-Es un narrador que se involucra muchísimo en la trama. Me disgusta sobremanera el narrador que nada más cuenta los hechos sin que a él le pase nada. Como es un personaje más, quiero que sienta como sienten los personajes, que goce como ellos, que se ría de ellos, que los juzgue, que comparta lo que están viviendo. A mí me gusta el narrador dramático, que muestra sus estados de ánimo y trata de empatarlos con los de los personajes.
-Hay capítulos en los que intervienen varios narradores, o bien el mismo narrador se reparte en dos o más.
-Sí, porque el pueblo se está quedando solo y se está llenando de fantasmas. Entonces, el narrador también se está llenando de fantasmas y le surgen otras voces, algunas hasta vulgares, antiliterarias, antiestilísticas. Algunas muy cursis o muy doctas. El narrador también va cambiando de acuerdo con lo que va narrando, no se mantiene tal cual; hay una evolución o una involución en él, se deja asaltar por narradores fantasmas.
-Hablando de fantasmas, hay en la novela una sombra enrebozada. ¿Quién sería este personaje?
-Se puede especular sobre dos personajes, pero no lo doy por sentado. Recurrí a la imagen del fantasma; me gusta ese término. La gente del norte no habla de ánimas en pena, como en el sur.
-El título de la novela, Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, alude a la imposibilidad de conocer la verdad. No sabemos quién mandó matar a todos esos muertos que van en el camión de carga.
-En un país como el nuestro, la mentira es como una condición sine qua non de la vida social y política. El mexicano adora la mentira porque la verdad es muy cruel. La mayoría de la gente le da la vuelta a los problemas en lugar de enfrentarlos. Vive y participa de la mentira. Por eso los melodramas son tan socorridos en nuestro medio, porque nadie se asume como trágico. El mexicano llora o mata, pero nunca enfrenta una verdad. Preferimos desplazarnos por una cadena de mentiras y hacer del mundo una fantasía. Pienso que la corrupción es una parte de la mentira. Todo es escamoteo de la verdad y eso nos permite ser felices.