La Jornada Semanal, 4 de julio de 1999



J.M. Coetzee

Traductores en tela de juicio

``Traductor, traidor'': he aquí otra vuelta de tuerca a este aforismo contundente. El escritor sudafricano J.M. Coetzee (autor de Esperando a los bárbaros y el Premio Booker Vida y época de Michael K.) desnuda, con sabiduría y sencillez, no sólo los numerosos errores cometidos por los Muir, traductores casi monopólicos de Kafka al inglés, sino la equivocada interpretación de conjunto -sobre todo en The Castle- que éstos invocaron: una lectura alegórico-religiosa de lo que en realidad era una novela cómica -extraña pero cómica. La visión hierática y atormentada de la obra kafkiana ha contaminado de alguna manera su lectura prácticamente en todas las lenguas. Pensemos, pues, en releerla conservando la ominosa sombra del Poder, pero humanizando a sus antihéroes mediante el sentido del humor -a fin de cuentas kafkiano- en sus desencuentros burocráticos y amorosos.

En 1921 el poeta escocés Edwin Muir y su esposa Willa abandonaron sus empleos en Londres y se mudaron al continente. El dólar estaba a la alza y pensaron que podrían mantenerse mediante la reseña de libros para la revista americana The Freeman.

Después de una temporada de nueve meses en Praga, los Muir se dirigieron a Dresde e iniciaron el aprendizaje del alemán. Willa trabajó algún tiempo como maestra y Edwin se quedaba en casa leyendo a los escritores alemanes en boga. Cuando la hiperinflación golpeó a Alemania, se mudaron primero a Austria, después a Italia y finalmente regresaron a Inglaterra. Fue allí donde le sacaron provecho a su recién adquirido conocimiento del alemán y se convirtieron en traductores profesionales. Durante los siguientes quince años, hasta el estallido de la guerra, en palabras de Edwin, fueron ``una especie de fábrica de traducciones''. Juntos tradujeron más de treinta libros y Willa, por su parte, trabajó en una media docena. ``Demasiado tiempo de nuestras vidas se desperdició ... transformando el alemán en inglés'', escribió Edwin más tarde, lamentándose.

Tuvieron suerte con uno de sus primeros proyectos: la traducción de Jud Süss de Lion Feuchtwanger. El libro fue un éxito de venta y su editor inglés les pidió que recomendaran a otros autores. A la sazón, Edwin leía Das Schloss -El castillo o The Castle-, de Franz Kafka, que se había publicado póstumamente. ``Se trata de una novela dramática de contenido puramente metafísico y místico... es única'', escribió en una carta. La traducción conjunta de los Muir fue publicada en 1930. Aun cuando se vendieron solamente quinientas copias, ellos continuaron con otras traducciones de Kafka: The Trial (1937); America (1938) y, después de la guerra, In the Penal Colony (1948). Desde entonces y a pesar de sus numerosos defectos, estas traducciones han dominado el mercado de lengua inglesa. Ahora se cuenta con una nueva versión de The Castle, por Mark Harman, de la Universidad de Pennsylvania, reconocido portavoz de aquellos que desean llevar a cabo una nueva traducción de la obra completa de Kafka, comisionado por la editorial Schoeken, con el apoyo de respetados traductores individuales. ( La versión de Breon Mitchell de The Trial sería publicada a fines de 1998.)

Edwin Muir consideraba su trabajo no únicamente como de traducción, sino como una especie de guía para los lectores ingleses de esos nuevos textos tan difíciles. Es así como las traducciones de los Muir se presentaban siempre colmadas de prefacios en los que Edwin, confiando ciegamente en Max Brod, amigo y editor del escritor, explicaba el mundo de Kafka. Sus prefacios tuvieron una gran influencia. Describían a Kafka como ``un genio religioso... en una época de escepticismo'', un escritor dotado de una ``alegoría religiosa'', preocupado por el carácter inconmensurable de lo humano y lo divino.

Era inevitable que la concepción de Kafka como un escritor religioso influyera en la selección hecha por los Muir al traducir sus palabras. Las versiones en inglés que publicaron se ajustaban a la interpretación ofrecida en los prefacios. Así, no es sorprendente que los primeros lectores ingleses aceptaran sin vacilar la versión de Kafka de los Muir.

Las interpretaciones contenidas en las traducciones de los Muir, en particular las de The Castle y The Trial, han sido durante mucho tiempo fuente de preocupación para los estudiosos de Kafka. La traducción que hicieron en 1930 de The Castle circunscribe la lectura de la obra a su particular interpretación y, en Estados Unidos, las repetidas reimpresiones que existen de ella le han conferido un injusto monopolio (en Gran Bretaña una nueva traducción de The Trial se publicó en 1977 y otra de The Castle en 1997).

Sin embargo, otras razones explican por qué la traducción monopolizadora de los Muir ha adquirido un tenue aire de escándalo. La traducción de 1930 se basó en un texto de 1926, profusamente editado, que Brod ofreció al mundo. El decidía qué partes del fragmentario manuscrito debían imprimirse y cuáles no, e imponía su opinión sobre cómo debían dividirse los capítulos. Brod también incrementaba la ligera y a veces mínima puntuación de Kafka. Otros errores deben atribuírsele a los impresores. Es así como los Muir, sin culpa alguna, trabajaban a partir de un texto original que en sí era inaceptable desde el punto de vista académico.

El principal reto al que se enfrentaba un traductor de Kafka, según los Muir, era el de reconciliar el apego al significado del texto del autor -que, desde luego, estaba sujeto a las reglas de la gramática alemana- con el ideal de un inglés idiomático que sonara natural. Para Edwin Muir, el orden dado por Kafka a las palabras, era ``desnudo e infalible... sólo en ese mismo orden pudo haber dicho lo que quería decir.... Nuestro principal problema era escribir una prosa inglesa tan natural para los ingleses como era la de Kafka a su manera''.

Lo natural es un concepto difícil de asimilar; sin embargo, a ojos de Edwin Muir, éste debía incluir frescura en el fraseo y diversidad en el léxico. Por ello, paradójicamente, a menudo los Muir son más intensos que el propio Kafka, cuyo alemán tiende a ser más moderado e incluso neutro; además, Kafka no teme repetir las palabras clave una y otra vez.

Es más: aun cuando el dominio del alemán de los Muir -especialmente el de Willa- era asombroso, tomando en cuenta que eran más o menos autodidactas y que Edwin en particular había leído ampliamente a autores alemanes y austriacos contemporáneos, ninguno de los dos tenía suficientes conocimientos técnicos acerca de la literatura alemana, así que su elección de obras de consulta era un tanto errática. Además, existían facetas de la vida en Alemania o en Austria que implicaban la utilización de vocabularios especializados que ellos conocían sólo superficialmente.

Para su infortunio como traductores de Kafka, una de tales facetas era la de la burocracia legal y jurídica. Daré un ejemplo: en The Trial, Josef K. dice a los hombres que están a punto de arrestarlo que desea telefonear a Staatsanwalt Hasterer. Los Muir lo traducen como ``abogado Hasterer'', y aquellos lectores que han crecido en el sistema legal angloamericano pensarán que K. solicita permiso para comunicarse con su abogado. La verdad es que K. trata de impresionarlos, amenazando con llamar a un amigo en la oficina del procurador.

La traducción de los Muir de The Castle, en particular, incluye muchos y quizás cientos de pequeños errores que aparentemente no son de importancia tomados de manera aislada, pero cuyo efecto acumulativo sitúa a los lectores en una posición insegura y los conduce a revisar el original a cada paso crucial en la interpretación del texto.

Varios ejemplos pueden darnos una idea del efecto que tienen las insuficiencias de los Muir: leer a Kafka, observa E. Muir, es en gran medida leer ``el relato de un viaje en el que se detallan con minucia las costumbres, ropa y utensilios de alguna tribu recién descubierta''. Sin embargo, cuando se trata de la cultura material cotidiana de Europa Central, los Muir se convierten en guías poco confiables. En Strohsack, por ejemplo, cuando K. se queda a dormir en el albergue de una aldea, no duerme sobre un saco de paja -como dicen ellos- sino en un colchón de paja.

El peculiar sistema telefónico del Castillo y todo lo relacionado con la etiqueta telefónica, también parece abrumar a los Muir. Para ellos, telephonieren (telefonear) se refiere al repiqueteo del teléfono. Cuando los burócratas del Castillo desconectan el mecanismo de sonido en sus auriculares, los Muir señalan que ellos ``dejan desconectados sus auriculares'', y cuando los vuelven a conectar, dicen que están ``colgando los auriculares''.

Si el sistema legal del antiguo imperio austriaco es ajeno a ellos, las prácticas jurídicas de los burócratas ficticios del Castillo descritas por Kafka les resultan aún más extrañas. Sin una ampliación de palabras en las frases o la adición de notas a pie de página, es difícil explicarle con exactitud al lector de habla inglesa -o de cualquier otra que no sea la del autor- qué significa exactamente pretender que el único camino que conduce hacia Herr Klamm en el Castillo es a través del Protokolle de su secretaria, y de qué se trata cuando se habla del Briefschaften, que los mensajeros del Castillo llevan y traen sin cesar de un lado a otro. Sin embargo, con frecuencia los Muir se limitan a indicar superficialmente el significado, por ejemplo, con un simple remplazo de la palabra alemana por su palabra afín en inglés (Protokolle por protocols), o con un término de connotación vagamente similar (Briefschaften por commissions), con la esperanza de que sea suficiente para entenderlo. Al respecto, las normas de los Muir son demasiado aproximativas para calificarlos como intérpretes de The Castle, una obra que en parte, aunque no en su totalidad, representa la fantasía de una burocracia desatada.

Algunas veces, las suposiciones de los Muir acerca de lo que quiere decir Kafka son como palos de ciego. Por ejemplo, Kafka se refiere a esos burócratas que se regodean en su poder despótico cuando la gente acude a solicitarles un trámite, aun ``en contra de su propia voluntad, [embriagados] por el aroma de una cacería de esa naturaleza''. Aunque en términos ideológicos era uno de los escritores menos definidos, Kafka percibía agudamente la obscena intimidad del poder. Insinuado en su reveladora metáfora se encuentra el apetito bestial y rapaz de los burócratas, a veces latente, y que en ocasiones se desnuda a sí mismo. Los Muir no logran entenderlo y escriben que los burócratas ``a pesar de ellos mismos, se ven atraídos por esos criminales''.

Cuando Kafka se vuelve tan oscuro como para desanimar a cualquiera, salvo a un lector inspirado (¿qué significa una calle pegajosa, eine festhaltende Strasse?), la táctica de los Muir consiste en adivinar lo que Kafka quiso decir, en lugar de utilizar -el último recurso honorable del traductor frustrado- la traducción palabra por palabra. Sus conjeturas no siempre son convincentes -por ejemplo, ``la obsesión por la calle''.

En otras ocasiones, los Muir simplemente no logran ver lo que tienen delante. ``Su mirada confusa y sin amor'', escribe Kafka. ``Su mirada dura y fría'', traducen los Muir, perdiendo la ambigüedad de loveless (lieblos).

En un nivel más amplio, se dan casos en los que los Muir, conscientemente o no, sacrifican la fidelidad al texto de Kafka por una visión -la suya- de conjunto. Para los Muir, aconsejados por Brod, el inspector K. representa la figura de un vagabundo comprensivo. De manera que, cuando K. pretende haber dejado en el hogar a una esposa e hijo y, más tarde, manifiesta su deseo de casarse con la mesera Frieda, los Muir cubren su apuro suprimiendo a la mujer y al hijo.

Finalmente, por más ``natural'' que haya sido el inglés de los Muir en su época, al cabo de setenta años resulta anticuado, como puede observarse. A menos que los lectores hagan concesiones y tomen esto en cuenta, no sabrán cómo interpretar esas instancias en las que el lenguaje de los Muir se zambulle en el pasado: leemos ``fornido'', en lugar de ``poderoso'', ``vagabundo'', en lugar de ``golfo'', ``falto de laboriosidad'' en lugar de ``indolente''. Algún lector inquisitivo podría preguntarse si es el mismo Kafka quien utiliza términos pasados de moda o si son los Muir los que nos conducen a ello con su selección de palabras. La respuesta es negativa en ambos casos. A pesar de que en el lenguaje de The Castle existen ciertos niveles de formalidad, no se ha incorporado una dimensión histórica dentro de la obra, ni se ha recurrido en forma sistemática a costumbres añejas o a modismos de última hora.

Kafka comenzó a escribir The Castle a principios de 1922, en un balneario en la montaña donde lo habían enviado para una cura de reposo (se le diagnosticó tuberculosis en 1917). La cura tuvo pocos efectos, así que regresó a Praga. En julio del mismo año, optó por una prejubilación en la compañía de seguros en la que trabajaba y, al deteriorarse progresivamente su salud, abandonó la escritura de The Castle. En total le había dedicado a la obra siete meses y aún no terminaba el primer borrador.

Al morir Kafka en 1924, Max Brod editó y publicó los tres fragmentos inconclusos de la novela que había legado su amigo. Alarmado por lo que consideraba como una crasa tergiversación de la primera de las tres partes que se publicaron bajo el título de The Trial, Brod acompañó The Castle de un epílogo que el estudioso norteamericano Stephen Dowden -en su reseña sobre el impacto de The Castle- cataloga expresivamente como ``una maniobra hermenéutica y preventiva a favor de sus propias ideas''. Este epílogo tuvo una influencia considerable en la interpretación de la novela hecha por los Muir y, posteriormente, en su traducción de la misma. Los Muir trabajaron a partir de la edición de 1926. En ediciones subsecuentes (1935, 1946, 1951), Brod extrajo de su cúmulo de manuscritos algunos episodios y fragmentos adicionales, así como variantes y pasajes previamente descartados. Estas añadiduras al texto original están disponibles en inglés desde hace tiempo, siempre sujetas a la traducción de los Muir, a través de las confiables versiones de Eithne Wilkins y de Ernst Kaiser, mejor conocidos como traductores de Robert Musil.

En apoyo a su proyecto de publicar póstumamente los manuscritos de Kafka, Brod patrocinó una declaración pública por parte de intelectuales de renombre como Thomas Mann, Martin Buber y Herman Hesse, quienes en apariencia dieron su aval a las versiones posteriores de la obra de Kafka que existen en los volúmenes que se publicaron más tarde. Por lo mismo, la versión de The Castle expuesta en el epílogo de Brod de 1926 influyó, de manera dominante y hasta los años cincuenta, sobre la aceptación de Kafka en el mundo de habla alemana; en gran medida, y a través de Edwin Muir, una versión en inglés de esta misma interpretación predominó en los países anglófonos.

En la explicación de Brod, K. -el nuevo Fausto- ya no se guía por el deseo de alcanzar la sabiduría total, sino por la necesidad de obtener los prerrequisitos básicos existenciales: un hogar y un trabajo seguros, y la aprobación de la comunidad. De acuerdo con Brod, durante los últimos años de la vida de Kafka estos sencillos objetivos habían cobrado para él un significado religioso. La gracia más pequeña que K. solicita del Castillo es la de establecerse y dejar de ser un intruso.

Conociendo la propensión de Kafka a considerarse un paria durante gran parte de su vida, y tomando en cuenta sus repetidos intentos por casarse -saboteados por la incapacidad que padecía para imaginarse como marido y padre-, no es de extrañarse que a Brod se le haya ocurrido tal interpretación. Del mismo modo, se comprende que en Alemania y Austria haya tenido tal repercusión dentro de la opinión pública durante la posguerra, cuando la economía permanecía estancada, la iglesia y el estado eran incapaces de imprimirle un rumbo a la existencia, y prevalecían la desesperanza y el sentimiento de que el género humano había errado su camino.

La optimista interpretación que Brod hace de The Castle (influida sin lugar a dudas por su propio sionismo) convierte a Kafka -admirado por Brod a pesar de que nunca logró entenderlo- en un pensador bastante sencillo y conservador, que responde a los desafíos de la vida moderna con un llamado hacia el retorno a los antiguos principios. Por tal razón, es difícil rescatar a Kafka de la versión que Brod ha edificado de él, o incluso adentrarse lo suficiente en la misma como para situar a Kafka en el contexto de su época. Si en el mundo de habla inglesa esto significa retirar de la versión de los Muir de The Castle todo exceso atribuible a Brod y a su visión, o incluso traducir nuevamente The Castle -como se lo ha propuesto Mark Harman-, la tarea es sumamente valiosa.

El mismo Edwin Muir comenzó a dudar de la interpretación alegórico-religiosa de The Castle después de conocer y sostener conversaciones con Dora Dymant, la última compañera de Kafka. De no ser porque el autor aniquila de manera bastante deliberada la barrera entre lo bufo y la maldad, podría catalogarse a The Castle no como una novela religiosa sino cómica. La sombra que proyecta el Castillo no deja de ser terrible pero K., héroe del relato, acorralado en el laberinto de múltiples artimañas burocráticas, debe lidiar con problemas más terrenales que el enfrentamiento al terror, perpetuamente afligido y, en ocasiones, sujeto a una batalla frenética para arreglar sus papeles, a la vez que intenta mantener la paz entre las numerosas mujeres de su vida.

Reseña de la traducción de The Castle, de Franz Kafka, por Mark Harman. Tomado de The New York Review.

Traducción de Alfonso Herrera Salcedo T.
Ilustraciones: Franz Kafka